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Anne se había despertado muchas veces esa noche, y en todas ellas se había sentido igual o peor que antes. Tenía un palpitante y fuerte dolor de cabeza que no la dejaba hilvanar dos pensamientos correctamente y que la hacía sentirse mareada y confundida. Sentía la boca seca, y la garganta adolorida. Sin mencionar el dolor que sentía en cada parte de su cuerpo.
Se sentía como si la hubiesen apaleado, teniendo cuidado de no dejar ninguna parte de su cuerpo sin golpear. No podía moverse de la cama porque eso significaba luchar contra el dolor y la pesadez de sus músculos y el fuerte mareo que la atacaba cada vez que intentaba levantarse. Así que cada vez que se despertaba y se daba cuenta de que no había mejorado nada, volvía a cerrar los ojos y se dejaba arrastrar por el sopor.
Cuando finalmente despertó, se dio cuenta de varias cosas: la primera, ya no se estaba muriendo de frío; la segunda, la luz de su habitación estaba apagada, a pesar de no haberla apagado en ningún momento; y la tercera, que ya no le dolía tanto la cabeza.
Agradeciendo éste hecho, trató de moverse y salir de debajo de la enorme capa de sábanas que Luke había puesto sobre ella cuando la había llevado hasta su habitación. Pensar en él la llenó de pensamientos y sentimientos que no quería tener, así que los hizo a un lado y se esforzó por ponerse de pie y moverse un poco.
Estaba desorientada. ¿Qué día era? ¿Cuánto tiempo había pasado recostada en esa cama, envuelta en la inconsciencia? ¿Era de tarde o de noche? Caminó dando tropezones hacia la ventana y corrió un poco la cortina.
Puede que fuese producto de su estado de aturdimiento y pesadez, pero creía ver el Hellaven un poco más claro, como si hubiese más luz afuera. Pero no debido a esa luz artificial a la que ellos estaban acostumbrados; no. Ella se refería a la luz del sol, esa que tanto extrañaba, mucho más en esos momentos en los que su cuerpo se sentía como si estuviese congelado.
Se frotó los brazos varias veces con intensidad, tratando de entrar en calor, y volvió a la cama con su andar errático. Era preferible estar ahí recostada, envuelta en las mantas, que estar de pie haciendo trabajar a sus cansados y adoloridos huesos.
Su rostro se contorsionó en una mueca de dolor cuando se sentó, pero igual no se detuvo hasta que estuvo recostada otra vez y debajo de esa cantidad de sábanas y mantas que prácticamente la ahogaban.
Quiso dormir, para reponer las fuerzas que aún no había recuperado y despertarse sintiéndose mejor, pero su cerebro no estaba de acuerdo con la idea. Y, para atormentarla aún más, imágenes de todo lo que había sucedido en las últimas horas que estuvo despierta aparecieron de repente, pidiendo atención.
Primero estaba el extraño hombre en el bosque, ese que tenía la voz más seductora que Anne hubiese escuchado en toda su vida; baja, profunda, masculina. Sus palabras se habían sentido como una caricia cuando habían llegado hasta ella.
Y debía admitir que le había sorprendido el encontrarlo, lo cual era de esperarse dado el hecho de que era tarde y que esa era una zona no muy visitada. Pero lo que más la desconcertaba era el hecho de que no se había sentido en peligro a su lado; es más, hasta podía decirse que se sintió a gusto y a salvo charlando con él.
No había visto su rostro en ningún momento pero aún así Adrian le había parecido una persona bastante atractiva y agradable. La forma en la que hablaba, sus gestos, las cosas que le había contado sobre él; había algo en ese hombre que intrigaba a Anne y que le provocaban ganas de volver a verlo, de volver a hablar con él. Se llevó la mano al lugar en el que habría reposado el collar de haberlo tenido puesto y profirió un suspiro cargado de pesar.
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La Premonición
FantasiAnne no podía quejarse. Tenía unos padres maravillosos, un novio que la quería y hacía cualquier cosa por ella; le iba bien en sus estudios y estaba a pocos meses de graduarse como Diseñadora de Modas. Anne era feliz con su vida tal cual estaba y no...