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Luke se quedó en su lugar en la puerta mirando fijamente al hombre frente a él. Leus, con una expresión de consternación y asombro en el rostro, esperaba que el menor empezase a hablar. Podía hacerlo él, teniendo en cuenta que sabía exactamente de qué Luke quería hablar con él, pero por alguna extraña razón las palabras no querían salir de su boca sin ayuda.
Lo mismo le había sucedido aquel día, cuando había hechizado a Luke en medio del Centro; cuando había estado jugando con fuego, pensando que nada malo iba a ocurrir al final. Pero cuando se quemó, cuando sintió las llamas lamer su piel, supo que se había equivocado... una vez más. Él no solía hacerlo muy a menudo, equivocarse era para personas que no pensaban bien antes de actuar, pero cuando se equivocaba, lo hacía de la manera más tonta y horrible posible.
En esta ocasión, estando él callado y mirando a Luke como si este tuviese una segunda cabeza o un tercer ojo, no fue diferente de aquel día. Luke, por el contrario, lo miraba con recelo, como si no confiara en lo que el hombre que había logrado dominarlo pudiese hacerle. Y tenía todo el derecho de hacerlo. Leus no le había dado motivos para confiar, y en su último encuentro no había sido, precisamente, una persona digna de confianza.
Luke había crecido siendo consciente y teniendo la seguridad de que nadie a su alrededor podía dominarlo fácilmente. No porque creyese que era mejor que los demás sino porque con el pasar de los años, mientras fue aprendiendo hechizos con los demás chicos, se fue dando cuenta de que la magia en él funcionaba de manera diferente.
Dominaba los hechizos más rápido que los demás y sus ataques eran más poderosos y efectivos. A lo largo de su vida nadie nunca había logrado hechizarlo, por lo menos no realmente. Quizás uno o dos hechizos, los más fuertes, los prohibidos, lograban derribarlo y dejarlo inconsciente (eso era lo máximo que podían hacerle, sin importar el tipo de hechizo que fuese), pero nunca antes había sido víctima de alguien tan poderoso como Leus.
Así que, Luke tenía varias razones anotadas en su lista de "por qué no debo confiar en Leus". La primera, porque la forma en la que lo miraba no era agradable en ningún sentido. La segunda, porque podía hechizarlo con pasmosa velocidad. Y la tercera y más importante, porque parecía saber cosas, detalles sobre su persona especialmente, que nadie más sabía. Pero a pesar de todo, ahí estaba él, frente al mayor, esperando que todas sus dudas y preguntas fuesen contestadas.
Leus no pudo soportar ni un segundo más el estar cerca de Luke, mirándolo fijamente a los ojos, por lo que con un suspiro se dio la vuelta y se sentó sobre su alto taburete detrás del mostrador.
— ¿Por qué no me atacaste aquél día? —Preguntó al fin, rompiendo el pesado silencio que se había creado en el lugar. —Yo fui el que empezó con todo ese asunto. Yo fui el que descubrió tu rostro.
—Pero fue el único que no me miró... de esa forma.
Dudó unos segundos, y esperó que esa pausa no lo hiciese parecer débil o temeroso. Lo que menos quería era verse de esa forma delante de una persona que con un chasquido de dedos podía tenerlo de rodillas. Así que, para mantener su pantalla, decidió ponerse a la defensiva.
—Usted estaba aterrado, como si hubiese visto un fantasma. ¿Por qué? —Cuestionó, mientras entrecerraba los ojos y lo miraba con sospecha.
—Es porque no esperaba que fueses así de atractivo.
Luke ni siquiera reaccionó ante sus palabras. ¿Cómo hacerlo, cuando estas habían salido tan monótonas y carentes de sentimientos? Leus las había dicho sólo por decirlas, quizás en un intento por distraerlo, por lo que Luke no se sintió amenazado en ningún momento.
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La Premonición
FantasyAnne no podía quejarse. Tenía unos padres maravillosos, un novio que la quería y hacía cualquier cosa por ella; le iba bien en sus estudios y estaba a pocos meses de graduarse como Diseñadora de Modas. Anne era feliz con su vida tal cual estaba y no...