Capítulo 20 - El Hogar

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Después de su conversación con Nadhia, Anne había pensando que iba a poder irse a su habitación a descansar; como la Madre había dicho, ese día había sido extremadamente largo y ella había tenido que moverse de un lado al otro, cargando libros, revisando papeles, llevando y trayendo los mensajes que entraban y salían del Oráculo. Pero como era de esperarse, aún a esas altas horas de la noche, había aparecido algo más que hacer y nadie más que ella había sido designada para realizarlo.

Y mientras había estado realizando ese nuevo encargo, que consistía en organizar —otra vez— los libros de la biblioteca principal, esos que había organizado hacía unas horas, una de las Hermanas recién llegadas había aparecido solicitando su ayuda con la excusa de que nadie más estaba despierto a esa hora. Y había tenido que ayudarla porque la chica, al ser nueva, estaba realmente perdida en ese nuevo mundo conocido como el Oráculo, y porque no quería que al día siguiente le impusieran un castigo por no haber hecho lo que le correspondía.

En el Oráculo se suponía que todos trabajaban arduamente, haciendo miles de cosas al día, incluso más de una a la vez, pero Anne estaba segura de que sólo ella era la que estaba tan atareada porque las demás no se veían tan apuradas y cansadas como ella. Y quizás fuese su imaginación pero a veces pensaba que ella siempre tenía algo que hacer porque las demás le asignaban su trabajo a ella. Y como Anne no podía quejarse, era todo mucho más sencillo.

Al final, cuando Anne había entrado a su habitación, con los brazos pesados, adoloridos y temblorosos debido a todo el peso que había tenido que cargar, habían faltado dos horas para que el nuevo día de trabajo empezase. Dos horas en las cuales fue realmente difícil descansar.

Y cuando por fin había logrado convencer a Morfeo de que la dejase descansar en sus brazos, sintió como algo tiraba de ella con fuerza, como si quisiese arrancarla de los brazos del Señor del Sueño y lanzarla al vacio. Había luchado arduamente, cerrando los ojos con fuerza y abrazándose a la almohada, pero al final, cansada y molesta, había abierto los ojos dispuesta a mandar a quien la molestaba al fin del Hellaven... pero no encontró a nadie. Su habitación estaba tranquila y silenciosa, exactamente como la había encontrado cuando había llegado.

Confundida, trató de moverse pero no pudo. Estaba pegada a la cama, vulnerable e indefensa. El collar en su pecho empezó a brillar fuertemente, alumbrando la oscura habitación, obligándola a cerrar fuertemente los ojos. El dije en forma de corazón empezó a calentarse rápidamente, como si estuviese sobre fuego, y Anne soltó un alarido de dolor cuando lo sintió quemar su piel, dejando una horrible y sangrante marca en su pecho. Al final, el dije estalló en una explosión de luz, esparciendo las partículas doradas y rojas que había contenido en su centro por todos lados.

Anne, con la respiración agitada y lágrimas en sus ojos, estaba confundida y asustada. ¿Por qué estaba pasando todo eso?

De pronto, la puerta se abrió y una figura encapuchada entró, trayendo más oscuridad a la habitación, sacándola del tren que habían tomado sus doloridos y confusos pensamientos. Anne se revolvió en la cama, tratando de soltarse de su invisible agarre, pero no lo logró. Las lágrimas empezaron a correr libres por sus mejillas al ver a la figura acercase, empuñando una filosa y curveada daga en su mano derecha.

Quiso rogarle que no le hiciese nada, decirle que ella no le había hecho nada a nadie, que se fuera, decirle cualquier cosa que lo mantuviese lejos de ella, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta y su boca se negó a abrirse. Sus ojos, abiertos como platos y empañados por las lágrimas, vieron como la figura se bajaba la capucha y mostraba su rostro. Lo único que Anne pudo apreciar en esos momentos, aparte de cómo su terror incrementaba, fue el brillo casi diabólico de sus ojos azules… además de un intenso dolor justo en el lugar en el que estaba su corazón.

La PremoniciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora