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Luke no tenía que decirle que mantuviese la boca cerrada porque ella no tenía intenciones de decirle nada a nadie. ¿Qué ganaría con eso, aparte de quedar como una chica débil que no podía hacerse cargo de sus problemas a sus diecinueve años, un nuevo enfrentamiento entre Edna y Luke y, por supuesto, un pase gratuito al más allá? No, gracias, ella no quería nada de eso.
Anne sólo quería estar tranquila en aquel lugar, y sacando a Luke como tema de conversación no iba a lograrlo. Por eso, cuando Edna y Cecil llegaron, cuatro horas después del suceso en la biblioteca, ella empezó con su plan de fingir que nada malo sucedía.
Para entonces, ya se había tomado varias tazas de té de tilo para calmar sus destrozados nervios; confiaba que eso la ayudaría a enfrentar lo que se le vendría encima (o en su defecto a enviarla temprano a la cama) porque si Luke volvía a la casa esa noche, iba a necesitar estar calmada. Mucho más que calmada; anesteciada, para ser exactos.
Cecil entró rápidamente a la casa de su hermana y se dirigió a la habitación de Anne como un bólido. Al no encontrarla allí, empezó a llamarla insistentemente con un claro tono de preocupación en la voz. ¿Cómo no iba a estar preocupado si habían dejado a la joven con Luke?
Él era su amigo, prácticamente su hermano menor, pero conocía muy bien el carácter del hombre. Cecil sabía perfectamente que Anne no era una de las personas favoritas de Luke. Y cuando una persona no congraciaba con el joven, muchas cosas podían pasar. Todas malas, de seguro.
Al escuchar el griterío, Anne se puso de pie después de un largo y profundo suspiro y de haber dejado sobre la mesita de centro el libro que había estado leyendo. Nerviosa, salió del salón al encuentro de los recién llegados, queriendo acabar con ese asunto lo más pronto posible.
Cecil, en cuanto la vio, se abalanzó hacia ella y la abrazó fuertemente.
— ¿Estás bien? —Le preguntó mientras se separaba de ella y la miraba por todos lados, verificando que todo estuviese bien. —No te hizo nada, ¿verdad?
—No, no me hizo nada. —Aseguró ella.
Por suerte, después de una larga ducha en la cual deseó que desapareciera todo el terror y la tensión que se había apoderado de su cuerpo, se vistió con un suéter de cuello alto para cubrir las marcas que tenía en el cuello.
Luke la había maltratado, no sólo física sino también emocionalmente y ella no quería que nadie lo supiese. Ella quería, deseaba, poder enfrentarse a él y hacerle pagar lo que le había hecho sin ayuda de nadie. No quería que Edna, mucho menos Cecil se entrometieran en ese futuro enfrentamiento ya que no quería que la relación que había entre ellos tres (en especial la que había entre Edna y Luke) se viese afectada.
—Anne, no mientas, por favor. Si él te hizo algo, dímelo. —Insistió Cecil, serio.
—Ya te dije que no pasó nada. Es más, sólo lo vi cuando se iba, lo cual fue hace un buen rato. No te preocupes más, Cecil.
Trató de que sus palabras salieran lo más convincentes posibles y al parecer sí lo fueron porque Cecil se calmó y dejó de preguntarle por Luke. Aunque de vez en cuando le lanzaba una que otra mirada preocupada. Esto a Anne le causaba algo de gracia y al mismo tiempo aumentaba considerablemente su miedo hacia el otro hombre. Si Cecil se preocupaba tanto era porque sabía que Luke era capaz de hacer cualquier cosa, sin importarle las represalias que fuese a darle Edna.
Un escalofrío la recorrió entera. Le temía, para qué iba a negarlo. Luke podía asesinarla con sólo pensarlo, sin tener que detenerse a buscar excusas para no hacerlo. Ella era una intrusa, una amenaza y él, como estaba en su perfecto mundo, estaba en todo su derecho de acabar con ella.
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La Premonición
FantasiAnne no podía quejarse. Tenía unos padres maravillosos, un novio que la quería y hacía cualquier cosa por ella; le iba bien en sus estudios y estaba a pocos meses de graduarse como Diseñadora de Modas. Anne era feliz con su vida tal cual estaba y no...