Capítulo 9 - Alianza

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                                                                                        X

Después de todo por lo que había tenido que pasar en el salón, Anne quedó agotada. Se sentía como si toda su fuerza y resistencia física hubiese sido drenada de pronto, esto dejándola débil y temblorosa. Se puso de pie con algo de esfuerzo, ignorando a Luke que todavía seguía en el suelo, mirándola con una clara expresión de desconcierto. Apenas logró dar dos pasos, antes de caer inconsciente al suelo.

Cuando logró abrir los ojos nuevamente, estaba recostada sobre su cama, cubierta con las sábanas. Un fuerte y punzante dolor en el brazo izquierdo la golpeó cuando trató de levantarse, haciéndola soltar un quejido; inmediatamente sostuvo contra su pecho la muñeca izquierda con la mano derecha, como si de esa forma hiciese que le doliese menos. No lo logró.

—Era justo que despertaras. —Escuchó que alguien decía.

Giró la cabeza para buscar por toda la habitación al dueño de esa voz, y lo encontró saliendo de una esquina, caminando hacia ella con calma. Estaba oscuro, pero aún así ella podía verlo claramente; Luke parecía resplandecer en la oscuridad, por muy ridículo que sonase. Era como si cientos de luces diminutas lo enfocasen, para que ni siquiera en la oscuridad te vieses privada de su a veces intimidante belleza.

— ¿Cuánto tiempo estuve dormida? —Preguntó. Su voz sonó algo ronca, como si hubiese estado mucho tiempo en silencio.

—Todo el día. Al parecer, lo que sea que te sucedió te dejó exhausta. Pude haberte despertado, pero preferí dejarte dormir. Parecía que lo necesitabas.

Ella miró hacia otro lado, tratando de esconder el creciente sonrojo que había coloreado sus pecosas mejillas. Aunque estaba oscuro, ella estaba segura de que él podía verla perfectamente.

—Gracias.

De pronto, las lámparas que estaban en las mesitas de noche a cada lado de la cama se encendieron, inundando el lugar con su cálida luz dorada. Luke se sentó en la cama al lado de ella, y Anne se tensó en el acto. Ellos dos nunca habían estado tan cerca el uno del otro, excepto aquella noche, en la que ella se había atrevido a tomarlo del brazo.

Esa vez él había reaccionado con furia, amenazándola para que nunca volviese a tocarlo o acercarse a él. Ahora, era él el que se acercaba a ella, como si entre ellos dos las cosas no estuviesen lo suficientemente tirantes como para hacerla sentir incómoda por ese gesto. Como si entre ellos dos no estuviese flotando la duda de si ella estaba hechizada o no.

Anne giró la cabeza y se fijó en su acompañante, sintiéndose curiosa de pronto. Quería saber qué hacía él ahí y por qué estaba tan cerca de ella. Pero no se atrevió a externar sus dudas; sólo lo miraba, como si de esta forma pudiese encontrarle respuestas a sus preguntas.

Luke, ajeno a las emociones y pensamientos de la chica, estiró las manos y tomó con delicadeza el brazo izquierdo de la joven, acercándolo un poco a él. Anne no opuso resistencia, más por curiosidad por saber qué planeaba hacer que porque no tuviese alternativa. Luke lo examinó con detenimiento con la mirada, en busca de heridas, y le dio un ligero masaje desde el codo hasta la punta de los dedos cuando no encontró ni siquiera un rasguño sobre la pálida y pecosa piel. Anne profirió un quejido de dolor cuando sus dedos hicieron una leve presión sobre su muñeca, afirmándole que esa era el área que se había lastimado y lo que la había hecho quejarse cuando se había despertado.

Luke hizo un movimiento circular con la mano derecha, que era la que tenía libre, y una pequeña caja blanca apareció sobre la cama, entre ambos. Cuando el joven estiró la mano hacia ella, esta se abrió, permitiéndole sacar lo que necesitaba de su interior.

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