Capítulo 32 - La Huida

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                                       X

Cuando Agnes estuvo segura de que Anne estaba a una distancia prudente del Hogar, entró al salón y les informó a los niños que ya era hora de irse a la cama. Estos, después de quejarse, de pedirle más tiempo con Luke y después de que el mayor les prometiese ir a visitarlos pronto (a lo que Jules agregó “Ven mañana. Pronto está demasiado lejos”), salieron del salón acompañados por Lauren y una Amy que no le quitaba los ojos de encima a Luke.

El joven se había puesto de pie, dispuesto a irse, cuando la anciana se lo había impedido, informándole que tenía algo importante que decirle, entre lo que se encontraba el hecho de que hacía rato que Anne se había ido.

Que Anne se hubiese escapado del Hogar no había sorprendido a Luke en lo absoluto. En realidad sí, pero no mucho. Y sí, le había molestado, pero esa sería una emoción que él seguiría sintiendo mientras Anne no fuese la misma de siempre y estuviese comportándose de esa manera tan extraña y hostil. 

Lo que él no había podido comprender al principio, cuando la anciana se lo había dicho con toda la calma del mundo, mientras lo invitaba a cambiar el duro suelo en el que había estado sentado antes por la comodidad del sofá, era el hecho de que ella no hubiese hecho nada para impedirlo. 

Ambos jóvenes habían llegado juntos y Luke suponía que Agnes sabía exactamente qué era Anne, porque si no fuese así, Anne no hubiese recurrido a ella en busca de consejo. Así que si la anciana sabía qué era Anne, sabía también los peligros a los que se exponía estando sola en el Hellaven, mucho más en el bosque, que era el lugar en el que la Guardia rondaba la mayor parte del tiempo.

Pero cuando la mujer le había dicho, en un tono de voz que demostraba que sabía por qué decía y hacía esas cosas, que lo más recomendable era que Anne llegase al Oráculo esa noche, Luke no pudo hacer más que asentir, sintiéndose ligeramente avergonzado por cuestionar a la mujer. Como respuesta, la señora Jettkins no hizo más que esbozar una sonrisa cargada de entendimiento. Y sin más preámbulos, empezó a hablar.

Agnes le contó todo lo que podía decirle, ofreciéndole detalles que ni la propia Anne sabía, dándole información que Leus no se había atrevido o no había tenido la oportunidad de compartir con él.

Luke no sabía qué hacer con toda la información que le estaban dando y sólo se removía incómodo en su asiento, su vista nunca despegándose de la anciana, mientras sus manos, las cuales reposaban sobre su regazo, formaban puños cada vez que la mujer mencionaba detalles dolorosos relacionados con Anne. 

Leus nunca había sido muy claro con él y nunca le había contado más de lo que la situación requería; y esa “falta de detalles” incluía a Anne. El hombre se había pasado las  últimas semanas ordenándole que sacase a Anne del Oráculo, diciéndole que era peligroso que ella estuviese allí, que el estar lejos de él de por sí era peligroso, pero nunca le dijo las razones (no es como si Luke necesitase que le hiciesen una lista. El simple hecho de que Anne era una terrana era suficiente razón como para ponerla en peligro). 

Ahora que Agnes había tenido la gentileza de aclarar algunas de sus dudas, Luke estaba inmóvil, no sabiendo qué hacer. Toda esa situación era más compleja de lo que parecía. Ya no era un simple asunto de “mantenerla alejada de la Guardia”, sino algo más relacionado con su bienestar físico y emocional. Anne estaba sufriendo, estaba debilitándose cada vez más aunque las apariencias demostrasen lo contrario. Estaban destruyéndola por dentro y por fuera y si la Guardia no acababa con ella, las personas que la controlaban lo harían primero.

Agnes se acercó a él y le puso una mano en el hombro, en señal de apoyo. Ella sabía por qué el joven se encontraba así, tan decaído y pensativo. Agnes era una de las pocas personas que podía ver a Anne sin los hechizos que la rodeaban. Podía ver lo delgada que estaba, hasta llegar al punto de no ser para nada saludable. Podía ver como su piel había dejado atrás su saludable brillo y color rosa para volverse cetrina y opaca, una capa tirante sobre sus marcados huesos. Había visto sus ojeras y como sus miembros temblaban cada vez que ella se movía. 

La PremoniciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora