Capítulo 2 - El Hellaven

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X

Un sólo movimiento y todo se convirtió en dolor. Toda la oscuridad que la había estado rodeando desapareció bruscamente en el mismo instante en el que su cuerpo se quejó por haberse movido. Esta total y repentina falta de oscuridad la dejó aún más confundida y aturdida de lo que ya estaba.

Sólo recuerdos, difusos, incoherentes e inconexos entre sí, ocupaban su mente en esos instantes. Una fiesta, un bosque, un rostro.

¿Qué había sucedido? ¿Por qué estaba tan adolorida, cansada y desorientada? Lo último que ella recordaba era haber estado conversando con su amiga en medio de una fiesta.

Inhaló una larga y profunda bocanada de aire mientras se esforzaba por juntar las pocas piezas de aquel rompecabezas que eran sus recuerdos.

Una fiesta, un bosque, un rostro. Un bosque, un rostro...

Como si de un balde de agua fría derramado sobre su cuerpo se tratase, llegaron a su cabeza los recuerdos de lo que había ocurrido aquella noche; esto le provocó la misma molesta sensación, como si el agua fría en verdad estuviese recorriendo su espalda.

Ahora podía verlo claramente, incluso, podía sentir recorriendo su ser las mismas sensaciones que la dominaron aquella vez. Podía sentir el pánico y el dolor, la desesperación y el deseo.

Respiró profundo nuevamente y, ahora que tenía la mente más despejada, podía apreciar el fuerte aroma que inundaba el lugar. Incienso, ese era el olor que entraba por sus fosas nasales. Ese aroma fue el que la hizo darse cuenta de donde estaba... Más bien, de donde no estaba.

Sus recuerdos terminaban en el frío y húmedo bosque que rodeaba la enorme finca del decano de su facultad por lo que no había razón lógica para que ella estuviese en ese lugar cálido y seco. Trató de ponerse de pie pero nuevamente su cuerpo se quejó por el brusco movimiento y un quejido de dolor salió de sus labios mientras se sentaba en el sofá.

—Veo que ya has despertado.

Escuchó que decían desde algún lugar fuera de su reducido y poco iluminado campo de visión y no pudo evitar dar un salto en el sofá, causándole esto aún más dolor.

— ¿Quién es usted?... ¿Dónde estoy?

Preguntó mientras, ignorando el dolor, se movía sobre el sofá buscando a la otra persona con la mirada. Al final, encontró su objetivo sobre un viejo sillón frente a un amplio ventanal cubierto por oscuras cortinas.

—Mi nombre es Edna Williams y estás en mi casa. —Le dijo con calma, sin molestarse en ponerse de pie o mostrarle su rostro, como si ella fuese una guía turística y Anne estuviese ahí de paseo.

— ¿Cómo es que...? —No pudo terminar de preguntar porque, debido a otro movimiento, salió un quejido de dolor más lastimero que los anteriores.

Al parecer estaba más lastimada de lo que pensaba, aunque no entendía por qué. ¿Qué había ocurrido en ese lapso de tiempo que ella no lograba recordar?

Edna se puso de pie y caminó hacia ella con pasos lentos, buscando de esa forma no asustarla. Anne pudo ver que no se había equivocado en sus suposiciones sobre la mujer cuando había escuchado su voz.

Edna era una joven y hermosa mujer, alta y delgada. Sus rasgos eran marcados, lo que le daba un aspecto algo feroz, lo que contradecía totalmente la delicadeza de los gestos que le dedicaba en esos momentos. Llevaba el largo cabello rubio, lacio y suelto, lo que de alguna forma acentuaba más su aspecto de mujer capaz de hacer cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos.

Cuando llegó a donde estaba Anne, se sentó a su lado en el sillón y con voz suave le pidió que cerrara los ojos. Tuvo que pedírselo varias veces porque Anne se había mostrado algo reacia al principio. Y no podía culparla. La chica no se encontraba precisamente en una condición muy favorable.

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