Capítulo 37 - Puertas

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X

Corría por largos y oscuros pasillos que parecían no tener fin y no llevar a ningún lado. Algo la estaba persiguiendo, una fuerza aplastante y arrolladora que cada vez que se acercaba a ella le hacía perder el equilibrio y la respiración.

Corría sin mirar hacia atrás, temerosa de ver qué era eso que andaba tras ella. Corría a ciegas, con los brazos extendidos en busca de equilibrio. Corría prácticamente dando tumbos, ya no teniendo fuerzas para avanzar.

El pasillo empezó a iluminarse gracias a la cercanía de lo que la perseguía, esta nueva luz tiñéndolo todo con un arcoíris de colores que la mareaba y confundía. Pero gracias a esa luz que daba vueltas y vueltas y que parecía rebotar en las paredes, Anne pudo fijarse en que estaba en un pasillo lleno de puertas, todas ellas de color blanco y que en la distancia se confundían con las paredes.

Aceleró el paso al sentir como los brazos de lo que la perseguía rozaban su espalda y trataban de aferrarla entre sus garras, sus brazos golpeándola con desesperación en el intento. La sensación que dejó sobre su piel fue escalofriante, una mezcla entre frío y calor que logró ponerle la piel de gallina y acelerarle el corazón un poco más. El nudo en su garganta se apretó y sus piernas amenazaron con dejar de responderle.

No. Ella no podía rendirse. Tenía que salvarse. Tenía que librarse.

Frente a ella, al final del pasillo, había una puerta que contrario a las demás tenía un brillante halo dorado, la intensa luz en la habitación detrás de la puerta colándose por debajo de esta con fuerza. Esto pareció darle el impulso que necesitaba porque avanzó un poco más, alejándose de lo que la perseguía lo suficiente como para poder abrir la puerta antes de que la atrapasen.

La luz del otro lado de la puerta lo bañó todo con intensidad durante unos instantes, obligando a Anne a cubrirse los ojos con las manos y sacándole un chillido asustado a lo que la perseguía. Fuese lo que haya sido eso, salió corriendo, temeroso, escondiéndose presumiblemente en alguna de las habitaciones.

Cuando Anne sintió que la luz a su alrededor se desvanecía, se descubrió los ojos, aún temerosa. El pasillo estaba ahora iluminado por una cálida y brillante luz dorada, las danzarinas luces de colores de antes habiendo desaparecido con su perseguidor. La puerta frente a ella seguía abierta de par en par y estaba igualmente iluminada. Con pasos temerosos, se adentró en el salón y contempló lo que había a su alrededor.

Era una especie de antesala, de forma circular, con cuatro puertas de diferentes colores enumeradas del uno al cuatro.

La primera de ellas era de un opaco color marrón; la segunda de color violeta; la tercera era de un brillante y resplandeciente color plateado, dándole la apariencia de que era metálica; y la cuarta era de color dorado. Todas ellas, excepto la tercera, que tenía el número pintado de color negro, llevaban el número que las identificaba en color blanco, justo en el centro.

Por qué eran diferentes era algo que no comprendía y que no se iba a detener a averiguar. Aunque hubiese querido no hubiese conseguido nada. La antesala estaba completamente vacía y no había forma de que pudiese conseguir alguna información al respecto allí. No había ventanas y las paredes estaban agrietadas y de un feo y sucio color gris. El suelo no estaba en mejores condiciones.

La puerta detrás de ella se cerró de un portazo, sacándola de sus cavilaciones y recordándole dónde estaba y por qué. En ese momento, las puertas frente a ellas empezaron a agitarse, como si hubiese alguien detrás de ellas tratando de abrirlas con desesperación. De todas, la dorada era la que se agitaba con más fuerza, una luz de igual color bañándola por completo.

La PremoniciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora