Epílogo

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Había pasado un año ya. Un año. Ninguno de ellos podía creerlo. Para ellos era como si todavía fuese aquel 16 de mayo en el que toda esa pesadilla había comenzado. Era como si ese día nunca hubiese terminado, como si las horas no hubiesen hecho más que alargarse y alargase hacia un final que ellos no querían que llegase.

Pero cuando el médico les había dicho, con aquella voz calmada y prudente, la misma con la que siempre se había dirigido a ellos, que ya había pasado un año y que era tiempo de que tomaran una decisión, no les había quedado más remedio que creerle, que aceptar el hecho de que aquel final que tanto habían temido había llegado.

Se habían reunido todos, Monique, Andrew, Juliette y Solomon, cada uno de ellos con las expresiones más desoladas que los doctores y enfermeras con los que habían compartido durante ese año hubiesen visto en sus rostros.

Los adultos estaban cada uno a un lado de la cama, sus ojos fijos en la joven que yacía plácidamente sobre el colchón. Los jóvenes estaban uno al lado del otro, tomados de la mano en señal de apoyo, al lado de una Monique que parecía estar a punto de desmayarse.

El día estaba gris y frío, lo cual combinaba a la perfección con el estado de ánimo reinante en el lugar. El único sonido que podía escucharse era el continuo “bip” producido por el monitor de signos vitales al cual estaba conectada la joven y el sonido amortiguado de los pasos de las enfermeras al otro lado de la puerta.

Monique estiró una mano y tomó la fría y pálida mano de la joven en la cama, las palabras dichas por el doctor hacía un par de horas repitiéndose en su cabeza como campanadas. Ella comprendía lo que él le había dicho. Sabía que él tenía razón. Pero eso no hacía que el tomar la decisión fuese más sencillo y menos doloroso.

Al final no había podido. Había armado un escándalo cuando su esposo había dicho que sí, que la desconectaran. Le había gritado, lo había insultado, incluso lo había llamado mal padre, a él, que había hecho todo lo humanamente por su hija. Pero él no había hecho más que abrazarla, estrecharla entre sus brazos fuertemente en busca de aliviar un poco la pena que sentía, a pesar de que sabía que no lo lograría nunca.

Solomon había sido el que se había encargado de todo lo concerniente a su novia; ni Andrew, mucho menos Monique siendo capaces de hacer nada. Juliette había llegado una hora más tarde, después de que el joven la hubiese llamado, en su rostro una expresión tan seria y calmada que le produjo escalofríos al joven. Era tan extraño verla así, aunque desde hacía tiempo que él no recordaba otra expresión en su antes alegre rostro.

La puerta de la habitación se abrió sacándolos a todos de sus recuerdos, los doctores y enfermeras que habían atendido a la paciente durante ese año y poco más haciendo acto de presencia, en sus rostros una expresión solemne. Las cuatro personas que habían estado en la sala levantaron los rostros y los miraron, sintiendo como un nudo se formaba en su pecho.

El momento había llegado.

Solomon y Juliette fueron los primeros en moverse, dándoles espacio a los doctores y enfermeras para que hiciesen su trabajo. Pero ninguno de los recién llegados se movió, en espera de que Monique se apartase de su hija. Al final, Andrew tuvo que acercarse a su esposa y soltar el férreo agarre en el que la mujer había sometido a la mano de la joven, alejándola de ella con lentitud, Monique resistiéndose.

Los familiares se colocaron al pie de la cama, abrazándose entre ellos en busca de apoyo, las lágrimas escociendo en sus ojos aun cuando los médicos no habían hecho nada.

El médico de cabecera de la joven asintió una sola vez, y la otra doctora imitó el gesto, acercando su mano a la mascarilla de oxígeno que cubría la nariz, boca y mentón de la paciente. Él, por su parte, se había dado la vuelta y se había dispuesto a apagar las máquinas, las dos enfermeras listas para desconectar los cables de la joven.

La PremoniciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora