Capítulo 38 - Reconocimiento

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Estaba sorprendida. Lo que menos había esperado era estar viva para ese momento, o por lo menos haber soportado la lluvia de hechizos que despiadadamente le habían lanzado hacía sólo unos instantes.

Cuando la Guardia la había atacado en medio del bosque, Anne pensó que su tiempo había terminado definitivamente, sin que le diesen oportunidad de abogar por Edna; que ellos pensaban acabar con ella allí mismo, sin que les importase estar en un lugar en el que fácilmente cualquiera podía descubrirlos. 

Pero cuando se encontró instantes más tarde mareada, con nauseas y extremadamente adolorida en medio de lo que parecía ser un calabozo subterráneo, supo que no tenía tanta suerte y que su muerte no iba a llegar tan fácil. 

Se encontraba sola en ese lugar, tirada en el suelo como un trapo viejo, con el frío colándose por cada parte de su cuerpo haciéndola temblar y castañear los dientes. Estaba oscuro, la poca luz que se filtraba en el lugar provenía de alguna lámpara en el pasillo, no muy lejos de allí. 

El suelo estaba sucio, cubierto de una sustancia de apariencia aceitosa que ella no quería identificar. Manchas negruzcas oscurecían algunas partes y salpicaban las paredes. Anne, desde su posición, y después de haber hecho el esfuerzo casi sobrehumano de girarse y levantar un poco la cabeza, pudo ver que estas se concentraban más en ciertos lugares y parecían haber caído de improviso en otras. 

No sabía cuánto tiempo llevaba en ese lugar, ni si la Guardia pretendía dejarla allí durante más tiempo. Tampoco sabía si Edna estaba por los alrededores, aunque dudaba que fuese así; el silencio reinante en el lugar era sepulcral, lo que le daba una idea de que estaba sola. Lo único que ella podía escuchar era el sonido de su propia respiración, la cual llegaba con dificultad a sus pulmones.

Y el hecho de que Edna no estuviese allí sólo podía significar una cosa: que la Guardia había acabado con ella. Un escalofrío no relacionado en lo absoluto con el frío que estaba carcomiéndole los huesos le recorrió la espalda. 

Edna no podía estar muerta. No podía. 

Se repetía a sí misma esa frase una y otra vez, mientras se removía tratando de ponerse de pie, o al menos sentarse. Quería pensar que Edna quizás estaba dormida o que ellos la tenían en otra zona de aquel recinto. Quería pensar cualquier cosa menos ese desalentador pensamiento. 

La idea de que ella se estaba sacrificando por una causa perdida no hacía más que agravar la sensación de vacío en su pecho. Sin mencionar el miedo que crecía a borbotones en su ser. Si Edna estaba muerta, Cecil iba a desquitarse con Luke y ella ya no podría evitar que eso sucediera. 

Luke estaría a merced de Cecil y su sed de venganza y ella estaba casi segura de que por más poderoso que Luke aparentase ser, jamás podría con Cecil y el vendaval que ocasionaría su odio. Un escalofrío le recorrió la espalda y el corazón se le encogió en el pecho dolorosamente. 

Olvidándose de su dolor y de que toda esa situación era mucho más desfavorable para ella que para Luke, alzó una plegaria al cielo, pidiendo que algo como eso no sucediera, que Edna estuviese bien y que Cecil no le hiciese nada a Luke. 

Pasos empezaron a escucharse a lo lejos, sacándola de sus tumultuosos y oscuros pensamientos. La puerta de su celda se abrió de pronto, deslizándose hacia la izquierda, con el sonido que producían los barrotes oxidados al moverse resonando como música de fondo, y Anne levantó la cabeza rápidamente, asustada. 

La Guardia había aparecido, aunque esta vez el grupo se había reducido sólo a cinco. Los hombres, todavía envueltos en las ropas oscuras con las que se habían aparecido frente a ella en el bosque, se colocaron en la puerta, uno al lado del otro, en una pose que denotaba que estaban listos para atacar. 

La PremoniciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora