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A sus veintitrés años de edad, siente como si no ha logrado nada en su vida. No es exitoso, ni alguien sobresaliente y con suerte logra sobrevivir a fin de mes con su escaso sueldo. Ahora comienza a creer en las palabras de su padre y las múltiples charlas -criticas- sobre la danza. Porque aunque no lo pareciera, el tenía un título universitario. Sin embargo, a pesar de haber sido uno de los mejores de su promoción, ninguna agencia le ha llegado a contratar y mucho menos ha encontrado un trabajo en el cual desempeñar su amada profesión.

¿Y ahora dónde se encontraba? Trabajando en un minimarket por la mayor parte de la tarde y en un club por las noches. Realmente comienza a pensar que es momento de volver a Busan y rogar de rodillas para que su padre le de algún puesto en su pequeña empresa.

Pero él no quiere eso.

No quería volver a su hogar demostrándole a su familia que no había logrado nada en sus cinco años en Seúl. Ya es suficiente con saber que sus padres nunca lo han apoyado, como para tener que continuar soportando toda su vida el constante recordatorio de que era alguien más de los Park que desperdiciaba su vida en algo tan vulgar como la danza.

Lamentaba enormemente haber terminado de esa forma su gran sueño de infancia. Pero no, él es un chico optimista. Si es que no se le había dado la oportunidad en aquella ciudad de surgir como bailarín, buscaría en cada ciudad del mundo hasta lograr que alguien reconociera que tiene talento. Aunque para eso necesitara una gran cantidad de dinero. Lo que lo lleva a deprimirse una vez más y creer que estará toda la vida vendiendo dulces a los niños que salen de la escuela por la tarde.

Sin embargo, eso un día ha cambiado.

El muchacho rubio se encuentra ordenando los nuevos estantes de dulces por delante del mostrador, cuando alguien hace sonar la campanilla de la entrada. Como de costumbre y orden del dueño, saluda al recién llegado con amabilidad. Obteniendo nada como respuesta.

Extrañado de la persona tan antipática y silenciosa, camina hacia el mostrador para esperar que el recién llegado vaya a pagar por sus cosas.

Bastante curioso e intrigado, le llama la atención que el extraño visitante ocupe una gorra y a su vez un cubrebocas que no deja nada a la vista de su rostro. Por lo que no puede descifrar, si se trata de alguien joven o ya de más edad.

— ¿Sólo eso llevará, señor? – Pregunta amablemente, verificando los productos frente a él. A lo que el otro asiente levemente, respondiendo su pregunta.

El chico rubio es alguien bastante amistoso y que esa persona frente a él no muestre ni un ápice de comunicarse, empieza a molestarle. No es como si quisiera socializar con él, pero estaba acostumbrado a platicar bastante con sus clientes durante su turno.

— ¿No le gustaría llevar uno de nuestro nuevos dulces? – Ofrece en busca de que la extraña persona diga algo o se exprese al menos.

Se lleva una pálida mano a su mentón verificando todos los productos frente a él. Con una delicadeza que sorprende bastante al joven vendedor, este toma unos dulces de fresa y los deja a un lado de las demás cosas que lleva sin decir ni una sola palabra.

Bien, al parecer esa persona no iba a abrir la boca. 

Sacando la cuenta de todos los productos que hay sobre el mostrador, le indica el monto a pagar al hombre. Porque al menos si podía notar claramente que se trataba de alguien del sexo masculino. A no ser que fuera una chica que escondía bastante bien sus curvas.

Mientras él se dispone a guardar todo en las bolsas plásticas, el tipo le tiende un billete que paga exactamente todo lo que lleva sin necesidad de darle cambio. Con suspicacia, agradece y guarda el dinero en la caja registradora intentando mostrar una leve sonrisa al misterioso cliente. Pero lo que no espera es encontrarse con la mirada del extravagante cliente por unos segundos.
Aquellos ojos rasgados tienen algo que hace a su corazón doler y lo comprende cuando levemente la persona le agradece con ellos, para luego marcharse en silencio, escuchándose el tenue sonido de la campanilla de la entrada como su partida.

Aquel chico tenía una mirada llena de tristeza y dolor. Y eso es suficiente para que Jimin comience a obsesionarse con aquella persona de oscura vestimenta, que comenzaría a visitarlo a diario.

Cada día, a las tres de la tarde.

Cada día, a las tres de la tarde

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Nila.

Boy in Black | MYG & PJM. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora