Prólogo

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El anciano permanecía encorvado sobre las arrugadas hojas de su manuscrito a pluma y tinta con la luz rojiza de las velas derretidas de aquel candelabro sobre su cabeza, alumbrando a duras penas la vieja habitación mal decorada y cubierta de objetos antiguos y de valor obsoletos que alguna vez fueron sus tesoros más preciados. El sudor marcaba una fina línea de agua que surcaba su arrugada frente de manchas cafés y blanquecinas mientras se obligaba a escribir más rápido a cada momento como si el correr del tiempo fuera su enemigo y lo estuviera por alcanzar, él era un hombre común, alguien sin importancia en esta historia pero quién diría que un ser simple podría predecir algo como lo que vio aquella noche sin luna.

Afuera la lluvia era tranquila y por dentro la mirada de las pinturas en óleo que decoraban las paredes estaban sobre él como cuervos al acecho o así lo sentía. El corazón le bombeaba fuerte en los oídos sintiendo la presión en todo su cuerpo y un escalofrío lo recorrió de arriba a abajo cuando con la pluma negra que tenía escribió la aparición del verdadero mal tal como había soñado hace unas cuantas noches, como si por primera vez hubiera tenido una premonición; un destello del futuro oscuro y atormentador que se avecinaba.

Esa noche como muchas otras no podría dormir, no sin antes escribir lo que había soñado esta vez antes de que un trueno lo despertará, él había visto a un hombre o eso aparentaba ser pues su poder iba más allá de un embase de carne y hueso.

El anciano nunca había soñado con criaturas extrañas o seres aterradores pero esta vez fue diferente, esta vez a excepción de estos últimos días sentía como si la muerte lo alertaba puesto que ella misma parecía temerle a aquél que caminaba por las calles de la ciudad y había venido de lejos para acabar con todo.

Y de pronto el codo del anciano golpeó el tintero y éste se tumbó esparciendo su contenido como una mancha de sangre sobre los papeles amontonados en aquel escritorio de caoba viejo, el hombre miró las hojas estupefacto sin saber lo que le pasaba ante tal miedo irracional y con sus ojos cristalinos por la edad recorrió aquel camino que surcó la mancha negra comenzando el principio de un fin.

Una fina bruma de humo flotaba en el aire sobre aquel asfalto negro tan oscuro como aquella tinta y relucía apenas por la humedad que dejó una previa lluvia de verano, la carretera se encontraba vacía a lo lejos y los árboles a cada lado parecían ser sombras malévolas con dedos largos en vez de ramas que pretendían atraer a las profundidades de su ser a quien estuviera cerca.

El bosque oscuro no había sido destruido del todo y a pesar de que alguna vez las llamas lo consumieron tal era su poder que en poco tiempo sus raíces y arbustos volvieron a ocultar todo entre las sombras, así haciéndole honor a aquellos aterradores cuentos narrados por pueblerinos que contaban sobre la historia de un lugar tan macabro del cual sólo se podía entrar, pero pocos podrían salir. A pesar de todo ello aquel hombre que vestía un traje elegante como siempre lo hacía y caminaba por la desolada carretera no parecía tener miedo alguno.

Muchos lo conocieron pero pocos sabían quién era, su origen era un misterio su objetivo mucho más.

Con sólo verlo el mundo parecía detenerse incluso los animales dejaban de hacer ruido y la vida misma parecía extinguirse ante la mirada de aquellos ojos intensos que eran acompañados de una sonrisa astuta digna de quien sabe ser bien entendido.

Los árboles se agitaban ante su presencia como si se alegraran de que él este allí a pesar de que consigo trajera la oscuridad. El hombre se paró ante el límite del pueblo; Consville era su parada, a un lado de la carretera un viejo cartel de madera mal pintado le daba la bienvenida con letra a cursiva tallada.

Sus ojos fríos se fijaron en las luces al frente de aquellos hogares desconocidos y sonrió sin más haciendo mecer en su mano derecha su más fiel compañero, un bastón negro de mango curvo que lo caracterizaba.

Miró de soslayo al cartel de madera y por debajo a una rosa blanca que florecía en este verano, pero la misma se contrajo retorciéndose de su centro mismo, doblegándose ante una fuerza diferente y oscureciéndose como si se hubiera marchitado de verdad con solo una mirada de aquel hombre. Él inspiró profundo y luego continuó su caminata haciendo girar en su mano aquel bastón liso y silbando una melodía tan siniestra y escalofriante que podría calar hasta los huesos como una sencilla canción de cuna.

Evan. COMPLETA ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora