¿Cuál es su propócito?

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Una mujer había terminado de hacer las compras en un pequeño mercado que cerraba tardes sus puertas, cerca del muelle de "NativiCity". Ahora se dirigía a su casa junto a sus dos hijos, Pedrito y Tomás.

Tomás era el mayor y tenía 16 años, a esa edad, ya creía saber todo y pensaba que, siempre tenía la razón y su mamá no.

Mientras que su hermano, Pedro, al que de cariño le decían Pedrito, le daba igual todo, ya que tan solo tenía 6 años de edad. Apenas si conocía las cosas buenas de este mundo.

—¡Tomas! Te he dicho que no andes por la calle con esos auriculares enormes puesto —grita la madre—. Te quedarás sordo y de paso tendrás un accidente.

—¡Ya cállate mamá! Primero que nada: Estamos en el muelle, no en la calle. Y en segundo lugar: no me quedare sordo, todos mis amigos los usan y ninguno ha tenido un accidente hasta ahora —el chico, luego de haber callado a su madre con un ingenioso argumento, aumenta el volumen de su dispositivo electrónico, creando así una burbuja de música que lo separaba del mundo exterior.

—Dioses, ¿por qué me mandaron un chico así de testarudo? —dice la madre, harta de las respuestas de su hijo mayor.

Mientras esto pasaba, el hijo menor, se encontraba muy entretenido con una extraña luciérnaga que avanzaba a su paso.

Los tres están a punto de pasar en ese justo momento, por una tienda muy sucia y vieja. Una tienda de madera llena de moho y con la pintura toda caída, a causa de la briza de mar y la sal. En la entrada, un letrero que decía "Espadas a buen precio".

En cierto momento, la luciérnaga se le adelanta al niño y se posa sobre la pared delantera de la tienda, solo a unos cuantos metros de la puerta.

El niño, con ansias de continuar su juego, corre hasta la pared para espantar al señor luciérnaga, pero....

La parte delantera de la tienda explota en mil pedazos, lanzando escombros en todas direcciones. La madre que aún no llegaba a la tienda, deja caer la bolsa al suelo, con ojos llorosos y con cara de terror grita.

—¡¡Pedrito!!

Corre para socorrer a su hijo, pero al acercarse al lugar solo puede ver a dos jóvenes desconocidos. Una chica sexy, con definiciones asiáticas, encima un chico "normal", sosteniendo un kunai con su mano izquierda y apunto de cortarle la garganta de una sola pasada.

El joven desconocido, mira a los ojos a la chica, un sudor frío cae desde su frente, una sonrisa incomoda florece, luego traga saliva y dice.

—Que situación tan bochornosa, ¿no crees?

Hace 11 horas atrás.

Bajamos las escaleras del hospital, hasta por fin estar en la sala de estar. Mi equipaje estaba siendo subido a un auto móvil, el cual me llevaría hasta el hotel, que los organizadores del torneo me tenía apartado.

Luz y yo estábamos a punto de despedirnos, para tomar cada quien caminos separados.

—Entonces... Este es el adiós, ¿verdad? —le digo a luz, con una ligera sonrisa en mi rostro.

—No, esto es un hasta luego, así que no te emociones mucho, aún tienes que aguantarnos un poco más —dice está lanzado una carcajada.

—Sí, pero eso solo pasará si es que ganó el torneo y la familia real me contrata.

—Tsk, hablando del torneo —busca su bolso y rebusca en este, hasta que saca un sobre abierto—. Esta carta llegó ayer en la mañana, cuando aún seguía en coma.

—Y de que se trata —la tomo en mis manos, y procedo a leerla—. ¿La leíste?

—Sí, me tomé el atrevimiento, lo siento —dice algo apenada—. La carta informa, que el torneo se atrasaría y blablabla. Ya sabes, además de eso solicitaba su presencia un día antes, en el edifico "Central", para discutir unas cuantas cosas.

Tres EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora