Duelo a medianoche

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Narra Sophia Evans
Justo antes del final de las vacaciones de Navidad vino a mi casa una mujer con un niño. Mamá me dijo que eran mi tía Petunia y mi primo Dudley. Era la primera vez que yo los veía.
La mujer me pareció algo fría, no obstante, me regaló algo de dinero muggle; luego mamá me acompañó a Gringotts para cambiarlo por dinero mágico.
El que me cayó realmente mal fue mi primo. Mamá y mi tía estuvieron hablando de sus cosas en el salón, y a mí me mandaron a mi cuarto a jugar con Dudley. Él se rió de mí, y además, empezó a usar mis juguetes y a mí no me dejó jugar . Y por encima, los estropeó, es un bruto. Menos mal que mamá usó la magia para arreglármelos.
Cuando no pude soportar más el trato que me daba mi primo, me eché a llorar y bajé las escaleras para contarles lo ocurrido a mi tía y a mi mamá.
-Mi Dudley es un niño con mucha personalidad, qué blanda eres -me dijo tía Petunia. Luego se dirigió a mamá y le comentó-: Bueno, Lily, me alegro de haber solucionado nuestro pequeño malentendido. Nos vemos cualquier día de éstos.

***
Una de las mejores cosas de regresar a Hogwarts fue ver de nuevo al profesor Snape. Durante las vacaciones, cuando recibí una lechuza con su respuesta a mi postal, mi corazón latió con mucha fuerza. Menos mal que la lechuza llegó directamente a mi habitación y mamá no la vio. Hasta que Snape no sea mi novio, a ella no le voy a decir que me gusta.
Bueno, a lo que íbamos: tras mi vuelta a Hogwarts, he descubierto algo muy interesante: por las mañanas, antes del desayuno, Snape va al Lago Negro a hacer unos largos. Se quita la túnica y el resto de la ropa hasta quedar solamente con un bañador negro y se echa una poción por el cuerpo. Debe de ser un filtro que le da calor, porque el agua del lago está helada. A mí me gusta verlo nadar; además de culto es atlético, es un gran hombre el profesor Snape. No es como los otros chicos que conozco. Por ejemplo, mi amigo Neville es muy simpático pero es un torpe, y no es sabio como Snape. Mi profesor es especial.
Antes de desayunar, me escondo detrás de un árbol y voy a verlo nadar. Si llueve mucho no va, por eso no me gustan los días de lluvia excesiva.
De todo esto hay una cosa que me da pena: he visto que Snape tiene unas cicatrices en la espalda. No sé de qué serán, puede que se las haya hecho El que no debe ser nombrado en el duelo que mantuvieron. Al menos, espero que no le produzcan dolor.
Y hablando de duelos, hace poco me batí en uno con el insoportable de McLaggen.
Yo estaba intentando huir de ese tonto al final de la clase de Transformaciones, porque cuando me ve, siempre tiene alguna palabra hiriente para mí. Lo malo es que esa vez no conseguí escapar.
-¡Evans! -me dijo-. ¿Muchos regalos por navidades? No te habrán regalado un padre, ¿verdad? Es que como no tienes...
Yo seguí mi camino, sin ganas de responder a sus provocaciones.
-A mí no me importaría liarme con tu madre -añadió-. Pero paso de aguantarte a ti. Y además, tendría mucha competencia, tu madre es una p...
-¡¡¡Cállate, cállate!!! -grité, evitando que acabase la palabra. Yo no quería oír eso, sentía arder mi sangre por dentro. Lo apunté con la varita. Le había dicho a Snape que no usaría más el sectumsempra, pero esto era demasiado. Sin embargo, contra todo pronóstico logré contenerme. Si le lanzaba allí un hechizo a McLaggen, seguramente me vería algún prefecto o profesor por el pasillo, avisarían a Snape y él se enfadaría. Y tal vez así se acabasen mis posibilidades de llegar a ser su novia algún día.
Así pues, pensé otra cosa.
-McLaggen, te reto a un duelo en la Torre de Astronomía -propuse-. Esta noche, a las doce.
Él dudó durante unos segundos, debe de saber que conozco muchos hechizos y maldiciones. Sin embargo, es un arrogante y su orgullo le impidió rechazar mi propuesta.
-Acepto -contestó-. Prepárate, Evans.
Y claro que me preparé. Antes de esa hora me dediqué a repasar maldiciones. La de sectumsempra no la usaría para cumplir mi palabra con Snape.
Cuando llegaron las doce menos cuarto salí de mi sala común y subí las escaleras. Eran muchísimas, puesto que mi sala se hallaba en un subterráneo y el duelo sería en la torre más alta del castillo. Mi corazón latía muy fuerte; aun me preocupaba más encontrarme con Peeves, con Filch o con su roñosa gata, la señora Norris, que el duelo en sí.
Para la ida tuve suerte, nadie me vio. Esperé un poquito en la torre y enseguida llegó McLaggen. Sonrió con malicia y me dijo:
-Señorita... aquí está el caballero -señalándose a sí mismo con las manos-. ¿Lista para el combate?
-Sí, estoy lista.
Nos colocamos en el centro del lugar, hicimos una reverencia y McLaggen enseguida me lanzó una maldición que logré repeler. Y yo a él le lancé unas cuantas: hice que le salieran granos por la cara y que vomitase babosas. Él va de chulo y valiente, pero en realidad, es mucho más débil de lo que aparenta.
-¡Qué asco! -gritó, entre arcadas-. ¡Babosas! ¡Para, Evans, por favor!
-Shhh, no grites -me alarmé-. Van a oírnos.
Y efectivamente, unos segundos después ya estaba allí la Señora Norris.
-"Genial", McLaggen -le recriminé-. Nos han pillado.
-Te han pillado a ti, bonita -me contestó con arrogancia-. Yo me iré antes de que venga Filch. ¡Petrificus totalus!
Caí al suelo, sin poder moverme, y McLaggen echó a correr. Pero de nada le valió, ya que chocó de bruces con Filch.
-Agg -gruñó el conserje-. Condenados mocosos... McLaggen, tú ven conmigo. Iremos a buscar a un profesor.
El chico obedeció y yo me quedé allí sola. Al cabo de unos minutos que me parecieron eternos, oí una voz grave pronunciar el contrahechizo gracias al cual recuperé la movilidad. Me puse de pie y vi a Snape. Filch y McLaggen también estaban allí.
-Profesor, usted decidirá qué hacer con ellos -dijo el conserje.
-Sí, gracias, Filch -contestó Snape-. Ya me ocupo yo, puedes irte.
El conserje obedeció: le dio un besito a su gata y se fue. Yo creo que eso no es higiénico porque la gata no parece muy limpia.
-Vamos -nos dijo Snape.
Estaba muy serio. Pero bueno, eso no es novedad.
Bajamos las escaleras, al principio en un silencio interrumpido por el sonido del vómito de McLaggen.
-Qué asco, por favor -dijo Snape, de mal humor.
Y realizó un contrahechizo para que dejase de vomitar. No se tomó la molestia de realizarlo antes, supongo que para picar a McLaggen.
-¿Y para los granos? -preguntó mi compañero.
-¿Acaso te crees muy guapo cuando no los tienes? -dijo Snape, dándole a entender que no lo era.
Yo me reí y el profesor me dedicó una media sonrisa. Me puse muy colorada.
Seguimos bajando las escaleras, otra vez callados hasta que McLaggen volvió a hablar:
-Fue Evans quien propuso quedar para un duelo.
-Cállate, mocoso -ordenó enseguida Snape-. No te he preguntado.
-Pero...
-He dicho que te calles.
McLaggen no insistió y bajamos todas las escaleras que quedaban en silencio, hasta llegar a las mazmorras. Anduvimos hasta un lugar que recordaba a las celdas de las cárceles, con barrotes. Incluso había cadenas dentro. Entonces Snape dejó de andar y nosotros lo imitamos.
-Señor McLaggen -dijo el profesor-. La jefa de su casa es Minerva McGonagall, y por lo tanto, le corresponde a ella decidir qué hacer con usted -lo miró de una forma que daba a entender que si por él fuera, lo mandaría a Azkaban-. No obstante, no sería caballeroso despertarla a estas horas de la noche. Así que usted se quedará aquí hasta mañana, en régimen de castigo preventivo. Que descanse.
-¡Pero, pero...! -se quejó McLaggen, horrorizado.
Snape abrió la "celda", agarró a McLaggen y lo metió allí. Luego cerró para que no pudiese escaparse.
-Cincuenta puntos menos para Gryffindor, por cierto -añadió el profesor.
-Pero profesor...
-Y otros diez puntos menos. Ya van sesenta. Qué descanse.
A continuación, Snape me agarró del brazo y fuimos a su despacho. Yo me preocupé porque me dio la impresión de que estaba de mal humor.

Una Evans en SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora