Cap. 24

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Le dolía todo el cuerpo, especialmente la cabeza, quería dormir y olvidarse de toda esa pesadilla… pero ¿qué pasaba si el hombre volvía y ella estaba dormida? La mataría sin resistencia, eso era lo más seguro. Camille trató de mantenerse despierta, la sangre que había brotado de su cabeza ya se había secado. Ya no le daba vueltas absolutamente todo, pero aún sentía como su estómago se revolvía constantemente. El idiota le había golpeado la cabeza de nuevo, un golpe sordo y fuerte contra la pared. Iba a matarla.

Tenía que buscar la forma de salir de ese lugar, tenía que irse, tenía que huir lo más rápido que pudiese. Se puso de pie y vio la vieja cadena amarrada a su pierna y su bolso en una silla no muy lejos de donde ella se encontraba, ese bolso que seguía llamándola como única escapatoria. Había visto como el hombre había tomado su celular y se lo había llevado con él; pero, había algo ahí adentro que la podía ayudar a escapar, tenía que haberlo. Comenzó a caminar, estando a dos metros del bolso la cadena ya no se estiraba más. Suspiró. Se dejó caer y trato de estirarse lo más que pudo con la esperanza de llegar a la silla, pero estaba tan lejos.

-          Vas a salir de aquí, Camille, vas a salir de aquí. – Comenzó a estirarse más y más, acercándose lentamente a la silla.

Solo fue interrumpida cuando un sonoro crack viajo por la habitación, se tragó el grito de dolor que casi se escapaba de sus labios, estaba segura de que su pie se había zafado de su pierna, sentía la piel estirarse dolorosamente lo suficiente para dejarla alcanzar y tomar la pata de la silla, jalándola con delicadeza para que quedara más cerca. Las lágrimas que bajaban por sus mejillas se sentían como fuego que quemaba su piel. Respiró profundo un par de veces antes de seguir atrayendo hacia sí misma el mueble. Finalmente lo tuvo lo suficientemente cerca como para sentarse. Fue entonces cuando se armó de valor y miró su pie, estaba rojo alrededor del tobillo, magullado y dolía, era asqueroso verlo. Sintió las lágrimas brotando con más fuerza y respiró profundo un par de veces tratando de calmarse un poco.

Desvió la mirada levemente y tomó su bolso, comenzó a buscar en él hasta que encontró lo que necesitaba. Dejó escapar una leve risa nerviosa que se perdió entre sollozos adoloridos. Sacó las tres horquillas y sintió las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Colocó el bolso sobre la silla de nuevo y la empujo lo suficientemente lejos de sí misma como para que no se notara que la habían movido pero lo suficientemente cerca para alcanzarla sin tantos problemas.

Se arrastró hasta el colchón sucio que le había dado para dormir. Tomó una de las horquillas y trató de usarla como llave con el candado que la mantenía atrapada. Le dolía, le dolía tanto que era ridículo. Fue entonces cuando escuchó ruidos de pasos, escondió las horquillas bajo la cama y respiró asustada. Miguel comenzó a bajar las gradas, llevaba en sus manos una bandeja con un plato con sopa. La miró y notó el pie rojo y magullado.

-          ¿Qué te sucedió? – Su voz era calmada pero el brillo que se apoderó de sus ojos hizo que Camille temblara levemente.

-          Estaba estirando las piernas un poco y me caí, me lastimé el pie. – Susurró, no quería verlo a los ojos por miedo a que supiera que le estaba mintiendo.

-          Ya veo… - Las manos del hombre comenzaron a temblar, estaba furioso. – Eres una idiota. – No fue la oración o el grito lo que hizo que Camille gritara y comenzara a llorar… fue la quemadura en sus brazos y pecho causados por la sopa que Miguel le lanzó.

La levanto con violencia por el cabello y la golpeó con fuerza. Le escupió en el rostro y la dejó caer. Camille respiró profundo, tratando de recuperar un poco de aire antes de que el ataque continuara, sabía que aún no había terminado. Miguel se quitó el cinturón y lo tomó como un látigo.

-          Date la vuelta. – Camille tembló levemente al girarse. – Colócate como el animal que eres. - La mujer nerviosa se colocó apoyada en sus manos y rodillas.

El primer golpe llegó con un sonido ensordecedor. El segundo le siguió realmente rápido y el tercero fue aún más fuerte. El cuarto fue el que abrió la piel y con el quinto la sangre comenzó a emanar con violencia. Camille se mordió el labio, ahogando gritos que luchaban por salir, no le iba a dar gusto, no iba a llorar o a gritar, ella era más fuerte que eso. El cinturón dejó de golpear su espalda después del noveno golpe y entonces cambió de objetivo, sus piernas. Los últimos ocho golpes fueron dados en su tobillo lastimado. Leves gemidos de dolor escapaban de los labios de Camille; labios que estaban partidos y sangraban por las mordidas que ella misma se había dado.

Finalmente el hombre la dejó de nuevo sola, mojada en sopa caliente, llorando y sintiendo sangre resbalar por su espalda. Ya no estaba segura de cuánto tiempo llevaba con ese desgraciado pero no podía imaginarse como Sofía había sobrevivido durante más de una década.

El Síndrome de Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora