Cap. 6

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Si Daniel era honesto podría afirmar que la segunda vez que había entrado a la habitación de Sofía para comenzar con su sesión había sido menos vergonzosa que la primera… pero igual notaba que la joven pensaba que algo no estaba bien y eso solo lo hacía cuestionarse bajo qué régimen había vivido esa pobre niña. Ahora, sentado frente a la cama de hospital, esperando a que ella comenzara a hablar o contestara su pregunta, no podía evitar recordar lo que había sucedido el día anterior. Él había entrado listo para dar la primera sesión con la joven.

-          ¿Te molesta si hablamos en privado un rato? – Le había dicho y ella había aceptado su presencia. Cuando él se había girado para cerrar la puerta, ese segundo había sido su error, la chica estaba poniéndose de pie y comenzando a quitarse la bata. – Pero… ¿Qué haces? – Le preguntó tomándole las manos y alejándolas de la prenda de vestir. – Ella lo miró curiosa como si no entendiera que sucedía y fue entonces cuando él lo comprendió. – Oh no… no quiero eso… solo quiero hablar.

-          ¿Hablar? – Preguntó, como si el concepto le fuera desconocido. – Nadie quiere hablar cuando cierran la puerta, eso significa que va a doler y que tengo que callarme y que me quieres desnuda… - Daniel no supo cómo contestar, sentía la urgencia de abrazar a esa mujer con mentalidad de niña y pedirle perdón por lo que ese monstruo había hecho con ella.

-          Pues… a partir de ahora, cada vez que yo cierre la puerta, significa que quiero hablar contigo, quiero saber cómo te sientes y conocerte. – Le dijo con calma, tenía que contener todas sus emociones. - ¿Te parece bien? – Ella asintió en voz baja y el resto de la hora se la pasaron en silencio, él haciendo preguntas y ella ignorándolas o mirándolo confusa.

Tenía mucho que trabajar con ella, nunca había esperado que fuera fácil, pero tampoco que ella fuera tan cerrada. En su carrera había hablado con mujeres que habían sido maltratadas por sus esposos durante años, niñas abusadas sexualmente e incluso niñas secuestradas, pero nunca con una que no dijera absolutamente nada. La tercera sesión no fue mejor que la segunda, él preguntaba y ella no respondía, la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima, la octava, la novena y las que siguieron tampoco lo fueron. Él le preguntaría como estaba y si quería hablar ese día y ella lo miraría curiosa como si no entendiera lo que estaba sucediendo frente a sus ojos. Finalmente, durante la primera media hora de su sesión número 20, cuando Sofía ya estaba sanando y sus moretes y marcas de mordidas comenzaban a desaparecer, ella habló, no contestó una de sus preguntas pero era más que suficiente para él.

-          ¿Cómo estás hoy, Sofía? – Le preguntó después de cerrar la puerta y caminó a su asiento de siempre, una silla plástica al lado de la cama. No llevaba esperanzas de oírla hablar; especialmente después de que Melissa le hubiera dicho que tampoco le contestaba a ella.

-          ¿Por qué te importa? – Él levantó la mirada ante la respuesta y tuvo que contener el impulso de sonreír y saltar y bailar celebrando la victoria. – Vienes todos los días y me preguntas como estoy y luego si me gusta la comida o si he visto algo en la televisión… No te entiendo… dices que quieres hablar y yo no he hablado contigo pero sigues viniendo… ¿Tus papis no te enseñaron que si la gente te ignora es porque no quiere hablar contigo? – Respiró profundo y entonces él notó los ojos llorosos… - Yo… yo no entiendo que quieres de mí y no me gusta. Quiero ir a mi casa, quiero mi cama y mis colores, mis libros de colorear y mis juguetes…

-          Quiero ser tu amigo, por eso me importa. – Daniel miró como ella lo cuestionaba con los ojos llorosos. - ¿No quieres ser mi amiga?

-          Yo… yo tengo un amigo y lo extraño mucho… él me cuida y por eso me castiga, porque me ama… - Daniel abrió los ojos con sorpresa y luego se regañó mentalmente por perder el control. Ella no lo notó. – Quiero dejar este lugar y volver a casa… ¿Podré volver a casa?

-          ¿Dónde es tu casa? – Y ella volvió a quedarse callada.

 Daniel Walker, psiquiatra, había tratado personas maltratadas, violadas, secuestradas y muchos más. Pero nunca en su carrera había pasado tanto tiempo con una misma paciente sin escuchar una sola palabra. Mucho menos, había descubierto tantas cosas en una sola sesión… Sofía no solo era un misterio… era una niña en alma que no entendía que había crecido y lo que era aún peor… Era una niña que pensaba que había perdido a su guardián, su único amigo, su secuestrador.

El Síndrome de Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora