Cap. 26

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Denise Andrade guiaba a los policías a través de la casa que acababan de abrir a patadas, literalmente, no había ruido y ninguna de las luces estaba encendida, como si estuviera abandonada.  El equipo que había llevado era rápido, el mejor que había en el pueblo, pronto los gritos de sus compañeros comenzaron a llenar sus oídos mientras ella observaba a su alrededor.

-          Despejado. – Llamó una voz desde la tercera planta y así otras le siguieron. Pero dejó de escucharlas cuando vio una de las fotos que colgaban de la pared.

Una Sofía de unos 12 años, dormida en un colchón viejo y sucio. Su cabello negro le caía sobre los hombros y su única prenda era una vestidito blanco que más parecía de una niña de nueve años que de una de 12. Se veía tan inocente, tan abandonada, tan maltratada. A su alrededor había sangre seca, moretones se formaban en su piel, mordidas rojas también resaltaban en la blancura que era toda ella. Una voz la atrajo de nuevo a la realidad, sonaba robótica y lejana.

-          Sheriff, Sheriff, ¿me escucha? – Tomó el radio que colgaba de su cintura y lo atrajo a sus labios.

-          ¿Qué sucede? – Le sorprendió escuchar su voz, también sonaba tan lejana.

-          Encontramos lo que parece ser una habitación para niños… - Tenían que estar bromeando. – También encontramos evidencia de que hubieron más de siete niños aquí recientemente…

-          ¿A dónde se fueron?... – Se preguntó en voz baja, pero entonces otra voz comenzó a hablar por el radio.

-          El sótano está despejado… pero debería de venir a ver esto, Sheriff.

Denise indicó a uno de los asistentes del forense para que tomara la fotografía y la examinara. Bajó las gradas al sótano y se quedó totalmente asustada. Era una enorme habitación con pintura de color lila. Basura por todos lados, paquetes de golosinas y de condones, botellas de agua y cajas acumuladas con el paso de los años. En medio había un viejo colchón con manchas de sangre seca. En las paredes había pinturas hechas por una niña pequeña. Peluches de lobos descansaban cerca de la cama y también el vestidito blanco.

Una cadena conectaba a una trampilla que estaba bajo el colchón. Denise bajó junto a otro policía y uno de los asistentes de forense. El olor era horrible, fuerte y penetrante. Al llegar al final de la escalinata por la que habían bajado encendieron sus lámparas. Denise quiso vomitar inmediatamente. Ahí en medio de la habitación había una mesa de operaciones manchada de sangre y en a su lado una vieja refrigeradora. El asistente se acercó y abrió el contenedor. Adentró habían pequeños dedos meñiques… Alrededor de 45 dedos meñiques pertenecientes a niños. Denise y el policía se miraron, ambos estaban verdes y las náuseas se reflejaban en sus rostros. Era demasiado.

Denise comenzó a hacer llamadas después de haber terminado de revisar toda la casa. Pedía información sobre el dueño de la casa, que resultó ser una mujer que llevaba años estando muerta, entonces pidió información sobre la familia de la mujer. Buscó en los alrededores de la casa, no había nada más. La casa estaba limpia. Quien hubiera estado ahí había vaciado la casa de todo lo que pudiera guiar a la policía hacia ellos.

Fue casi a final de la mañana cuando su celular comenzó a vibrar en su bolsillo. Una de las asistentes de la comisaría la llamaba. Si Denise era sincera consigo misma podría admitir que no esperaba que esa noticia le impactara tanto, pero con este caso nada era normal, todo era una duda tras otra y ahora por fin tenía una respuesta. La mujer, la dueña de la casa, tenía un hijo llamado Miguel, y había estado casada con un hombre llamado Benjamín. Entonces llamó a Daniel.

-          Los nombres que Sofía dijo, ¿cuáles son? – Fue lo primero que dijo cuándo la voz de Daniel respondió después del tercer tono.

-          ¿Qué sucede? – Su voz estaba preocupada pero Denise no tenía tiempo para contestar.

-          Daniel, los nombres. – Su voz cortante pareció sorprender al doctor.

-          Benjamín y Miguel. ¿Pero qué est… - Denise cortó la llamada.

-          Los encontré.

El Síndrome de Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora