Cap. 18

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Benjamín no podía creer lo que estaba escuchando, iban a transferir a Sofía, la iban a llevar a un loquero. Ya no había solución sencilla, el loquero podía sacarle información, tenía que huir, pero primero… oh si, primero tendría que encargarse de los nueve niños que dormían en la planta alta de su casa. Tomó un cuchillo de la cocina y comenzó a caminar decidido. Una última vez con cada uno y luego los iría matando, uno a la vez, lentamente para disfrutar ver como la vida se les escapaba entre los dedos.

Subió las gradas en silencio y al llegar al frente de la puerta de sus niños sonrió. Miguel era un idiota, lo iban a atrapar, no tenía duda de eso, el muchacho nunca había aprendido a cuidarse solo, siempre lo había terminado necesitando de una forma u otra.  Abrió la puerta, los niños voltearon a verlo asustados, como le gustaba esa mirada de terror en los jóvenes rostros. Tomó a uno por la mano y lo llevó a la habitación de enfrente. Lo disfrutó y luego le cortó la garganta en la tina del baño. Nadie encontraría a estos niños… nunca.

Y así fue con todos los que estaban en la habitación, al finalizar, metió los cuerpos en una bolsa y luego en la camioneta. Los llevó al basurero de la ciudad y sin que nadie se percatara, dejó caer la bolsa y se marchó.

Solo había una cosa más que el hombre quería hacer y eso era contactar a Miguel y advertirle de que estaba atrayendo demasiada atención hacia sí mismo. Lo mejor que podía hacer era acabar con la pequeña zorra que había secuestrado y abandonar el cuerpo, lejos, esperar que nadie pudiera reconocerla y que con el tiempo la declararan muerta. Debía advertirle de que lo mejor que podían hacer era irse de ahí, estaba dispuesto a perdonarlo y a olvidar todas las desobediencias que había tenido. Incluso podía hacerlo sin castigarlo. Bueno, sin castigarlo mucho.

El Síndrome de Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora