Cap. 36

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Cuando Camille fue dada de alta, un mes después de haber sido llevada a emergencias, fue trasladada inmediatamente al trabajo de Daniel. Ahí la esperaba un viejo amigo de su hermano que le ayudaría un poco desde el área psicológica. Camille estaba agradecida, porque en ese mes no había podido dormir más de dos horas seguidas. El hombre siempre regresaba a sus sueños, siempre la miraba, siempre la tocaba y ella quería vomitar solo de pensarlo.

Se tocó el vientre y miró a su terapeuta, este siempre tenía una sonrisa dulce y la invitaba a seguir hablando, a contarle todo. Camille se sentía a salvo con ese hombre.

-          Incluso si era de ese hombre… de ese monstruo… era solo una creatura… no tendría por qué haber muerto.  – Volvió a pasarse la mano por el vientre. Daniel le había explicado que había tenido un aborto espontáneo. – Fue mi culpa. Yo me esforcé demasiado.

-          Tú no sabías.

-          Debí de haberlo sabido… no soy de esas mujeres que tienen retrasos y es completamente normal.

-          Estabas en una situación estresante, es normal que no te dieras cuenta e incluso hubiera sido normal que tuvieras un retraso. – El doctor la miró y se puso serio. – ¿Hubieses preferido que ese hombre se diera cuenta de lo que había hecho? Sofía tuvo muchos abortos durante el tiempo que la tuvieron cautiva… podría decir que ellos no querían más niños. ¿Qué tal si le hubiera hecho lo mismo a este otro bebé? ¿Si lo dejaba nacer y lo trataba como trató a Sofía?

-          No. – Comenzó a temblar, no había pensado en esa posibilidad. – Él no podría haber hecho eso, yo no lo hubiera permitido.

-          Los podría y los hubiera nos siguen durante mucho tiempo, concéntrate en lo que fue y en lo que será, es más sano. – Camille asintió nerviosa, sentía las lágrimas caer por sus mejillas. – Creo que con esto terminaremos por hoy, escuché que en la cafetería van a dar gelatina de limón de postre, no puedo esperar. – Camille sonrió y dejó escapar una pequeña risa. Le agradaba este doctor.

Camille buscó a su hermano en la cafetería y lo vio sentado con Mark y Sofía. Se acercó con calma, llevaba su bandeja y no pudo evitar sonreír al ver la gelatina de limón. Su hermano le regaló una sonrisa brillante cuando la vio caminar hacia ellos y se movió en la banca para que pudiera sentarse a su lado. Sofía la saludo levemente y se concentró en su comida. Cuando Daniel las había presentado, Sofía había visto a Camille detenidamente, absorbiendo cada detalle, los moretones que no se habían quitado, las cicatrices de mordidas y heridas, el cabello cortado de manera descuidada.

-          ¿Miguel te hizo esto? – Y Camille había asentido. Sofía la había abrazado y se había puesto a llorar. – Lo siento, lo siento tanto, es mi culpa, lo siento. – Le había repetido una y otra vez. Daniel había tenido que sedarla esa noche.

Mark le guiñó un ojo cómplice mientras disimuladamente robaba un poco de la gelatina de Daniel, no pudo evitar sonreír, había cosas que nunca cambiaban.

-          Después de comer… ¿Les gustaría ir a dar un paseo por los jardines conmigo? – Daniel los miró a todos, se veía tan joven.

-          Claro. – Camille le sonrió a Sofía cuando ambas hablaron al mismo tiempo y la otra mujer solo desvió la mirada.

-          No puedo, hermano, el señor Peters dice que quiere hablar conmigo… algo sobre sus medicinas no siendo suficiente para calmar los síntomas.

-          Suerte con eso. – Mark asintió.

No pasó mucho tiempo antes de que todos hubieran terminado de comer. Daniel, Sofía y Camille caminaron hasta los jardines y mientras paseaban hablaban de cosas sin importancia. Sofía contaba de la nueva pintura en la que estaba trabajando, un lobo negro de ojos azules. Un grito los detuvo, voltearon a ver y parado frente a ellos se encontraba Miguel, una pistola en su mano y el cuerpo de una enfermera a sus pies. 

El Síndrome de Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora