Cap. 11

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Benjamín estaba sentado viendo las noticias, la hermana del doctor que estaba atendiendo a Sofía había desaparecido. Esperaba que no fuera Miguel.

Cuando Benjamín conoció a la madre de Miguel por primera vez se había enamorado profundamente. Era una mujer lista y humilde, con una sonrisa tímida y no sabía decir no. Benjamín había comenzado a conquistarla, conoció al pequeño Miguel dos meses después de haber estado saliendo con su madre. Ah, como recordaba al pequeño Miguel, un niño dulce, con una sonrisa encantadora, tenía siete años en aquella época y Benjamín lo había deseado solo para él.  Mónica se había emocionado al ver lo bueno que Benjamín podía ser con su hijo y entonces había decidido que era hora de darle al pequeño Miguel una verdadera familia.

Se habían casado cuando Miguel estaba cerca de cumplir los ocho años. Y Mónica había disfrutado de su sueño de tener una familia feliz durante cinco meses exactos. Entonces una noche Benjamín había tomado demasiado. Había tomado a Miguel y ella solo había escuchado los gritos de dolor de su hijo, sentada sin poderse mover con los ojos llorosos.  Esa noche, mientras Miguel lloraba encerrado en su habitación, ella había disfrutado de las caricias de su esposo, como nunca antes. Parecía que Benjamín tenía más alegría y energía que en cualquiera de sus otros días. Ella lo dejó pasar.

Miguel habló con ella… llorando, diciéndole que Benjamín lo había lastimado, diciéndole las atrocidades que el hombre le había hecho. Ella le pegó diciéndole que dejara de inventar esas historias, que dejara de repetirlas o lo castigaría de nuevo. Esa noche, Benjamín volvió a entrar a la habitación de Miguel y a tocarlo y dolía… dolía tanto. Pero Miguel no dijo nada.

Benjamín no siempre fue violento. Fue hasta que Miguel tenía 10 años que golpeó a Mónica por primera vez. Un puñetazo en el rostro. Ella había dicho que la habían asaltado. A partir de ese día la golpeaba constantemente. Y “jugaba” con su hijo tres veces por semana. Miguel dejó de comer. Se refugiaba en la calle, con sus amigos y nunca hablaba de su casa. Cuatro meses después de ese primer puñetazo Benjamín mató a su esposa a golpes. Luego golpeó a Miguel hasta dejarlo inconsciente y llamó a la policía diciendo que alguien se había metido a su casa.

Cuando Miguel despertó y supo que su madre había muerto lloró, no solamente de tristeza, sino también de alegría porque aquella que no lo había defendido había caído víctima de la misma persona. Luego lloró de dolor. Benjamín había visitado su habitación de nuevo. Ese día Benjamín había alcanzado su clímax tres veces. La maestra se preocupó por la ausencia de Miguel durante tres días de escuela.

-          La cosa es que cuando tienes control sobre la otra persona te sientes más excitado, lo disfrutas más. – Le había dicho Benjamín a Miguel mientras lo atraía hacía sí. – Ya lo verás cuando tengas la edad correcta te llevaré a buscar una nenita para ti. – Miguel se sentía asqueado de sí mismo. – Pero claro, tendrás que compartirla conmigo. ¿Entiendes? – Miguel asintió, había aprendido a no negarle nada a su padrastro.

Con forme había ido creciendo, Miguel recibía menos y menos visitas nocturnas de Benjamín… hasta que cuando tenía 13 años, su padrastro había traído a una niña de no más de seis. Miguel no había dormido esa noche escuchando los gritos de dolor de la pequeña. Y aun cuando ya tenía 19 años los seguía escuchando al cerrar los ojos.

La semana siguiente ayudó a Benjamín a enterrar el cuerpo de la niña. Y ese mismo día, se mudaron a otro pueblo. Y luego a otro y a otro y a otro, siempre dejando el cadáver de un niño atrás. Cuando Miguel cumplió 15 años, Benjamín había decidido que era hora. Que ya estaba lo suficientemente grande. Y de regalo le había dado a Sofía. A lo largo de los siguientes años Benjamín había disfrutado con 18 niños más y Miguel no había tocado a nadie que no fuera Sofía.

Por supuesto, Benjamín la odiaba, estaba demasiado vieja para él. Miguel pensaba que era perfecta. Quizá porque no había dado gritos la primera vez, había llorado pero no había gritado. Quizá porque sus ojos no miraban a Miguel con una mezcla de terror y de asco sino con miedo y vergüenza, casi como si fuera culpa de ella y no de él.  No sabía porque la quería tanto.

Entonces Benjamín había comenzado a decir que tenían que ocuparse de ella y Miguel no era ningún tonto, sabía que eso significaba que había que matarla y eso no lo haría feliz. Por eso su reacción al darse cuenta que Sofía no estaba. Había llorado y gritado de cólera, no tendría que haberla dejado esa noche. No pensaba hacerlo pero Sofía se veía tan tranquila que había decidido dejarla dormir en paz.

Benjamín sabía que Miguel le odiaba por haberse llevado a Sofía, pero también sabía que Mónica le había enseñado a permanecer callado y también sabía que él le había enseñado mejor y que Miguel no secuestraría a una chica de casi la misma edad que Sofía con tan poco tiempo desde que la habían liberado. No podía ser tan idiota.

El Síndrome de Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora