Camille estaba tan cansada, tan cansada que se sentía desmayar en cualquier momento. Sabía que era por la pérdida de sangre… Miró a su alrededor y trató de agudizar el oído, tenía que saber si Miguel estaba arriba, no escuchaba nada. Sacó una de las horquillas de debajo de la cama y volvió a tratar de abrir el candado que la mantenía atrapada del pie. Suspiró. Necesitaba dormir solo unos segundos…
- No, no, Camille, mantente despierta. – Respiró profundo un par de veces. – Tienes que salir de aquí, no sabes cuando ese hombre va a regresar.
Fue entonces cuando escuchó un clic, un sonoro clic que le indicaba libertad. Se apoyó de nuevo contra la pared y sonrió.
- Vas a ser libre, Camille, vas a volver a casa. – Una leve carcajada escapó de sus labios y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Le ardían muchas partes de su cuerpo.
Se quitó las cadenas que la tenían prisionera y se puso de pie, perdió el equilibrio cayó en el sucio colchón. Necesitaba algo con lo que pudiera sostenerse. Se arrastró entre lo sucio y logró alcanzar la silla. Se apoyó en ella y trató de evitar el peso en su pie.
- No voy a poder caminar de esta forma… necesito un bastón o algo. – Respiró profundo y tomó la silla y con lo poco de energía que le quedaba e ignorando el fuerte dolor de sus músculos la lanzó contra la pared.
Pedazos de madera y astillas volaron en todas direcciones y Camille rogó en lo más profundo de su ser que quedara un pedazo lo suficientemente grande para usarlo de bastón, sino estaba muerta. Bajó la mirada y lo vio. Una sonrisa en se formó en sus labios, podía salir de ahí, iba a sobrevivir. Tomó el pedazo de madera y comenzó a avanzar con una gran lentitud hasta legar a la escalera.
Al empezar a subir sentía como su tobillo fracturado le daba punzadas de dolor, cada vez más fuertes. Suspiró, iba a ser una larga escalada. Recordó cuando su hermano se había quebrado el pie, su madre le había pedido que no bajara de las escaleras pero Daniel era demasiado inquieto y había desarrollado un método para subir y bajar sin problemas.
- Es cuestión de tener fuerza en los brazos, Camille. – Le había dicho el pequeño niño. – Saltas con el pie bueno y te impulsas hacia adelante con los brazos y la baranda, no tendrás ningún problema siempre y cuando no topes tu pie malo a las gradas.
Lanzó el pedazo de madera, cinco gradas por encima de donde ella se encontraba, se agarró con fuerza de la baranda y, con mucho esfuerzo, saltó lo más alto que pudo. Se jaló a sí misma y rezó que no fuera a caerse. Sintió como su peso caía de nuevo sobre su pie y respiró con tranquilidad, había subido una de todas las gradas. Siguió avanzando con pesadez y lentitud. Hasta que finalmente le quedaban solo tres gradas más y veía la puerta de salida. Comenzaba a sentir la adrenalina fluyendo por su cuerpo. Si Miguel decidía que quería bajar a jugar con ella… si se le ocurría voltear a verla, estaba muerta. Llegó hasta la puerta y la abrió con cuidado de no hacer ruido. El pedazo de madera en mano, sirviendo de soporte para el pie lastimado.
Entró en una estancia clara, el sol le quemaba la retina y la hacía marearse un poco. Caminó en silencio y lo más rápido que pudo. Su cuerpo temblaba. Fue entonces cuando escuchó el ruido de movimiento a su lado izquierdo. Una pequeña sala de estar, con sillones viejos y sucios y una televisión encendida. Entonces lo vio, una pierna y un zapato que descansaban sobre el brazo del sillón de en medio, el que le daba la espalda. Miguel estaba ahí…