Cap. 31

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Josh Jackson llevaba 15 años siendo el orgulloso dueño de una vieja posada en la que muchos se quedaban a vivir. Tenía inquilinos que llevaban tanto tiempo como él de vivir ahí. Pero siempre llegaban nuevos, como el muchacho de la habitación que daba al sótano. Había pagado tanto por esa habitación. Josh y sus inquilinos eran como una familia que siempre compartían, el joven se había adaptado también.

Su negocio era próspero y siempre tranquilo, nunca tenía problemas, por eso se había extrañado cuando la hermosa Denise había entrado con un hombre, se veía seria y esa mirada solo significaba que estaba ahí por negocios… los negocios de la policía no eran buenos.

-          Josh… este es el doctor Mark… amigo de Daniel. – Josh asintió al hombre, Mark le dedicó una sonrisa brillante. – Queríamos saber si habías visto a este hombre. – LE mostró una foto. Era un hombre atractivo… pero no lo había visto jamás. Negó con la cabeza. – Míralo bien… ¿Realmente no lo has visto?

-          Sabes que nunca olvido una cara.

-          Este hombre… - Comenzó el doctor. – habría pedido una habitación alejada del resto, grande, posiblemente hubiera traído a una mujer consigo… ebria. Seguramente pasa encerrado en su habitación y sale solo a comprar comida o algo por el estilo, es solitario.

-          No… realmente no me suena a nadie que haya venido por acá. – Josh volteó a ver a Denise. – Todos mis inquilinos son bastante sociables y disfrutan con las actividades que realizamos como comunidad.

-          Entiendo, por favor, Josh, si ves algo raro… avísame inmediatamente. – Denise se dio la vuelta y comenzó a caminar con el doctor a sus espaldas. Se detuvo en la puerta y volteó a verlo de nuevo. – Y yo nunca estuve aquí, no le digas a nadie.

-          Confía en mí.

Cuando la jefa de policía y el doctor se fueron, Josh respiró profundo, necesitaba un trago… que la policía llegara a preguntarle cosas lo incomodaba un poco. Caminó a la oficina y se sirvió whiskey, le encantaba sentir el licor quemándole la garganta.

Seguramente no era una buena idea estar tomando tanto a esa hora de la tarde pero la visita de la policía lo había puesto nervioso. Suspiró, eso había pasado hacía casi dos horas y aún se sentía temblar. Se sirvió otro trago, pensar que uno de sus inquilinos podía ser un criminal… era imposible. Escuchó una puerta abriéndose y pasos extraños, sonaba como un bastón. Salió de las oficinas y cuando vio quién estaba frente a su escritorio dejó caer su bebida. Necesitaba hacer una llamada.

El Síndrome de Estocolmo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora