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En la tarde del 24 de diciembre, el timbre de mi casa sonó. Yo fui a abrir y era un muchacho repartidor de encomiendas.

—¿Jeriss Sulliver? —me preguntó y yo asentí con la cabeza. Entonces me cedió una caja rectangular de color rosa con un lazo rojo en medio de la parte de arriba. Era una caja pequeña, quizá un perrito alcanzaba allí.

—¿Es para mí? —indagué.

—Sí, señorita, firme aquí.

Firmé y el joven se fue. 

El deseo de JerissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora