La campana suena, avisándonos que la comida ya está lista. Con un suspiro, sonrío y cierro la puerta de la última habitación que me quedaba por hacer hasta el mediodía. Siempre me gusta mantener preciso el horario.
El carrito está prácticamente vacío, y mientras corro por los pasadizos para llegar a la cocina con un tiempo de margen, uno de los detergentes se cae y el contenido se derrama en todas partes. Me arrodillo, y con un trapo empiezo a quitar las manchas del suelo.
Oigo pasos de fondo, e intento limpiar lo más rápido posible. Intento irme antes de que aparezca, pero no estoy a tiempo de evitarlo. Me levanto, y aunque aún no haya terminado de dejarlo sin marchas, tengo que irme. Está a punto de llegar.
Y a lo lejos veo.
Entra por la puerta como si fuera el dueño del lugar, y es que, en realidad, lo es.
Se pasa una mano por su pelo oscuro, dejándolo todo despeinado en el proceso, y haciéndolo lucir... Oh, tan sexy.
Se dirige hacia aquí, y aquellos que están en su camino se apartan para dejarle paso.
Lo miro embobada, sin decir nada. De piedra en mi posición detrás del carrito, pero es que no puedo apartar mis ojos de él.
Cada vez está más cerca, y puedo empezar a distinguir el color verde intenso radiando de sus ojos mientras me mira fijamente, parado a unos centímetros de mí. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies. Mis pupilas se dilatan, mi corazón se acelera, mi respiración entrecortada. Siento el hormigueo entre mis piernas. Mis pezones duros contra el sostén. Me ha hecho perder todo sentido común.
Intento apartar la mirada, pero me veo cautivada por esos ojos, que me observan intensamente.
Escondo mi cara entre los mechones de pelo que me han caído frente a ella lo más que puedo cuando curva su boca en una media sonrisa, enseñando sus dientes blancos.
—Nombre —exige, dominante.
—Qué... ¿Qué? —balbuceo, nerviosa ante su atenta mirada. Mis dedos golpeando el carrito sin parar.
—Tu nombre —repite, autoritario.
Trago saliva. —Lali —logro decir en un hilo de voz. Algo en él me hace poner nerviosa, y no sé si eso es algo bueno, o malo.
—¿Qué más?
—Espósito —miro hacia el suelo, intentando no dejar que me afecte su presencia, pero estoy hecha un manojo de nervios, y no sé cómo tranquilizarme. Siento un hormigueo en todo mi interior, y empiezo a jadear.
—Lali —prueba mi nombre en su boca, su mirada igual de intensa. Y me resulta muy duro no perderme en estos ojos profundos que me miran con tanta intensidad qué... Estoy temblando. Eso es en lo que me convierte, en un maldito volcán en erupción. Con tan sólo una mirada.
Nunca antes había sentido una atracción así. Y siento que el corazón se me va a salir por la boca.
—¿Pero...? ¿Qué? —una muy alterada Cassandra se una a nuestra conversación, si se puede llamar así, rompiendo el hechizo. Me encojo, intentando así desaparecer—. Sólo tenía dos normas, Espósito. La primera limpiar, no ensuciar —su mirada va a todas y cada una de las manchas que hay en el suelo—. Y la segunda, y más importante, no ponerse en el camino del señor Lanzani —se gira para encararlo, y una sonrisa de plástico se posa en su cara. —Que alegría verle, señor Lanzani. ¿Hay alguna cosa que pueda hacer para usted?
Lanzani no deja de mirarme. Sus ojos recorren todo mi cuerpo, y me mira a los ojos fijamente mientras responde a su pregunta. —De hecho, sí. Despídela —sus palabras son profundas y calculadas, y empiezo a entrar en pánico.
—¿Qué? ¡No! —intento defenderme, y utilizar el mismo tono autoritario que usa él, pero conmigo no funciona.
Él sigue su camino sin mirar atrás. Cómo si no hubiera pasado nada. Cómo si no me hubiera hecho sentir nada. Cómo si no me acabara de despedir.
Estoy en medio del pasillo junto a Cassandra, que no parece muy contenta. La veo intentando controlarse, pero creo notar que tiembla un poco. —Esto fue un error —me arrodillo nuevamente, e intento sacar las manchas lo más rápido posible, pero por más que frote y frote, no se van—. ¡Joder! Me iba a ir, pero derramé el detergente y...
Cassandra se inclina para coger la botella del suelo y la estudia curiosamente. Sus ojos se vuelven hacia mí, y aunque aparenta calmada, está hecha una furia. —¿Lejía? —suelta una risa contenida—. Ha derramado lejía por toda la alfombra —su risa se vuelve más exagerada, un poco paranoica por la situación. Me fulmina con la mirada—. Está despedida. Sus cosas van a ser enviadas a su domicilio. Puede marcharse.
Empieza a irse, empujando mi carrito a la vez que lo hace, y corro detrás de ella. —No puede despedirme, por favor. Ha sido sin querer —mis explicaciones parecen enfurecerla aún más.
—¿Qué no puedo? —se burla—. La ha despedido el señor Lanzani, Espósito, no yo —se detiene de golpe, y hace que casi me caiga dos veces en el mismo día. En el mismo lugar. Por suerte, mantengo el equilibrio mientras respiro pesadamente—. Pero déjame decirle una cosa, si no la hubiera despedido el señor Lanzani, lo habría hecho yo. Puede retirarse.
Me deja sola en medio del pasillo y estoy a punto de llorar. Me entra frío de repente, y me abrigo lo mejor que puedo con este uniforme, algo que resulta imposible, ya que consiste de un atuendo veraniego. Una camiseta negra y una falda a juego.
Dando media vuelta me dirijo hacia la sala de espera.
***
No hay nadie una vez estoy dentro, y por una parte me alegro, no puedo lidiar con todos ellos. Pero cuando entra Adam sonriendo por la puerta, me alegro de verlo. —Hola —me saluda con entusiasmo, mientras termino de ponerme el jersey. Me giro para saludarlo, pero su voz se vuelve preocupante una vez ve mi cara—. Lali... ¿Estás bien? —Niego con la cabeza, y las lágrimas que había estado aguanto caen sin parar. —Ey, ven aquí —dice, pero es él el que viene a mi dirección. Y me envuelve en un abrazo tranquilo.
—¿Pero qué barbaridad es esta? —grita Cassandra a pleno pulmón, y me aparto de un salto de Adam. Cassandra se ve horrorizada. Me tiene entre ceja y ceja, y en cualquier lugar que esté, ella está ahí. Observándome. Vigilándome—. Pensé que le había dejado bien claro que tenía que retirarse de inmediato, Espósito —me fulmina con la mirada—. Y usted, Jerzki, aquí, haciendo actos inapropiados, ¡impuros!, con la señorita, pero... ¿Pero que se han pensado que esto? ¿Un burdel? —se escandaliza.
—No estábamos haciendo nada —intenta explicarle Adam, pero Cassandra no quiere oírlo.
—Usted también está despedido.
—¿Qué? —el horror en la cara de Adam es notable.
—¡No puede echarlo! —grito enfurecida—. Es injusto, y no lo voy a permitir. No puedes echarlo así porque sí.
Su risa loca ha vuelto. —Repito otra vez, Espósito. Son órdenes del señor Lanzani.
Adam bufa enfadado, y empieza a recoger sus cosas. Los demás entran silenciosamente, seguramente al tanto de lo que acaba de suceder.
Y yo sé que todo esto es culpa mía. Y qué solo hay una forma de solucionarlo. Y esa es hablando directamente con el que lo ha causado. El señor Lanzani.
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Mine
RomanceUn trato. Eso era todo lo que se suponía que era. Un acuerdo entre dos personas. Sólo eso.