Capítulo 19

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—¿Dónde te crees que vas? —no tengo tiempo a llegar demasiado lejos, ya que aparece Peter de la nada, volteándome con sus manos para que lo encare, pero bajo los ojos, apartando la mirada.

—Suéltame —le pido sollozando, mirando a cualquier lugar menos a él. No quiero volver a ver esa expresión en su cara. Pero, ¿qué representaba su cara? ¿Alegría? ¿Enfado? ¿Felicidad? ¿Tristeza? Poniendo una mano protectoramente sobre mi panza, decido que no quiero saberlo. No podría soportarlo si nos deja. Sería la gota que calma el vaso. Mi vaso.

Peter me rodea con los brazos dulcemente, uniéndonos en un abrazo. Esa no es la reacción que me esperaba de él. —Estoy aquí, nena —susurra, contra la cima de mi cabeza—. Y nunca te voy a soltar. Me tienes. Soy completamente tuyo.

—Peter, estoy embarazada —gimoteo contra su pecho.

Nos separa del abrazo, y la sonrisa llena que permanece en su boca me hace derretir. —¡Soy el hombre más feliz del planeta! —exclama contento—. El más afortunado. Dios, nena, embarazada —su mano sale a tocar mi panza posesivamente, uniendo nuestras dos manos juntas ahí, y sus ojos se iluminan cuando nota el pequeño bulto—. ¿De cuanto estás? —me pregunta. Cae de rodillas al suelo, y me levanta el jersey para presionar un beso ahí, donde está nuestro hijo.

—Cuatro meses —susurro sin voz, apartando la mirada, sintiéndome culpable de repente.

—¿Cuatro meses? ¿Qué coño?

—No lo sabía cuando volví, me enteré después, y para entonces estaba mal, y no... No sabía cómo decírtelo.

—¿Mal?

—Estuve a punto de perderlo.

—¿Por eso estabas tan débil? —asiento, porque no le estoy mintiendo ante esa afirmación, simplemente le estoy ocultando una parte de la verdad, pero es demasiado información por hoy—. Voy a ser papá —levanta la cabeza, y en sus ojos hay un reflejo de algo: esperanza. Como podía haber dudado del amor de este hombre me supera.

—Te quiero —gimo, sin parar de llorar.

Se levanta del suelo, y me besa sin pudor. Explorando mi boca. Deseando este beso tanto como lo hago yo. Tres semanas sin nada, y todo se acumula. Y sobre todo estando embarazada, que mis hormonas están a mil. Quemando dentro de mí. —Os voy a cuidar. Vosotros dos sois lo más importante que tengo en la vida, y os voy a proteger con mi vida —jura contra mi boca, para después volver a atacar—. ¿Cómo estáis ahora? —dice, su voz alarmada, y preocupante—. Tienes que ir al mejor doctor. Todo va a estar bien —no se si sus palabras son más para reconfortarme a mí o a sí mismo, pero asiento de todos modos—. Dios, eres tan pequeña —maldice.

—Estamos bien ahora —digo, buscando su boca nuevamente, pero en lugar de calmarle mis palabras lo alteran—. Pasamos un momento difícil. Hay muchas cosas que no sabes. Cosas que si hubieras estado te habrías enterado —le digo de mala forma, dejando caer el hecho de que estuvo tres semanas desaparecido en Londres sin venir a verme, y no puedo aguantarlo más. Necesito saberlo—. ¿Es que no querías verme?

—Lali...

—¿Que estás haciendo aquí?

—Estoy, mierda —maldice, pasándose una mano por su pelo corto—. Después. Ahora mismo quiero llevarte al mejor puto médico que existe. Que me diga que todo está bien. Por favor —me suplica, y no puedo decirle que no—. No has estado siguiendo la rutina, y no quiero ni siquiera preguntar en que estabas pensando a la hora de comprar ese vuelo y pretender volar, en un avión —me mira, negando con la cabeza, y me levanta sin esfuerzos, empezando a caminar, llevándome a alguna parte.

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