—Por favor —suplico, mis lagrimas cayendo sin parar de mí, pero eso no hace nada para cambiar su opinión. Para tener piedad—. Por favor —vuelvo a llorar.
—Eres una patética excusa de ser humano —escupe enfurecido, sus tijeras brillando a la luz de la luna, y su sonrisa maléfica es lo único que puedo ver—. ¿Qué podemos hacer hoy, princesa? —escupe al hablar—. Este color marrón no debería estar aquí —agarra un mechón de mi pelo, y lo olfatea. Me estremezco de asquerosidad—. No debería estarlo, ¿y sabes por qué? —me quedo callada, por miedo no contesto, pero eso solo hace enfurecerlo más—. ¡Te he hecho una pregunta, estúpida! —grita furioso, empujándome contra una de las puertas, haciéndome caer de bruces contra el suelo. Se arrodilla a mi lado, prácticamente todo mi pelo entrelazado en su mano—. ¿Sabes por qué?
—No —lloriqueo rápidamente, a la vez que niego con la cabeza, no queriéndome llevar otro golpe.
—¿No? —se ríe, el olor apestoso a alcohol en su aliento, saliendo de él—. Mi pelo es rubio —hace una pausa—. El de tu madre es rubio. El de tu hermano es rubio. Por qué mierda el tuyo es marrón, ¿eh, princesa? Por qué tu madre es una puta, al igual que tú.
—No es mi culpa —sollozo—. Lo que mi madre decidió hacer con otra gente es cosa suya. Yo no tengo nada que ver —intento defenderme, pero sabiendo que cualquier cosa que diga va a resultar inútil.
—¡Ya lo creo que sí! —empieza a cortarme el pelo furiosamente, cortándome la piel más de una vez en el proceso—. Deberías ser mi hija, y tenemos que empezar a hacer algo al respecto —insiste él—. Vas a ser mi princesa —sonríe mientras afila sus tijeras, y me entra un escalofrío. La idea de cualquier cosa que tenga que ver con él repulsándome.
Me levanto de golpe alarmada. La oscuridad del lugar me da la bienvenida, mientras respiro entrecortadamente una y otra vez, intentando recuperar el aliento. Las pesadillas repitiéndose una y otra vez en mi memoria. Desde que llegamos aquí hace dos semanas, han estado presentes cada noche, y aunque pasen en diferentes lugares, siempre es la misma situación. Él golpeándome hasta el punto de matarme.
Me froto los ojos, dormida, y una vez más, Peter no está. Pero no me sorprende, me voy a dormir sin él, y me despierto sin él.
Llevamos una semana instalados en Broadstairs. Navidad vino y se fue. Él no estaba en ningún lugar para ser encontrado, y yo no quería salir de la casa, así que lo pasé sola.
Pero Peter no ha estado presente estos días, su promesa de cuidarme yéndose por la borda. En mi estancia aquí, descubrí que este edificio tan elegante pertenecía a Charles Dickens, y aunque me entretengo explorando los pasillos, me pregunto a cada segundo que sigo haciendo aquí. Por qué sigo esperando algo que sé que no va a suceder.
Me levanto de la cama de un salto, mientras el frío de la noche me golpea, así que me pongo un jersey rápidamente.
Salgo por la puerta, y me dirijo hacia la cocina. Enciendo la tetera, y espero hasta que hierva, pero el ruido de la puerta principal me pone en alerta.
Peter entra por la puerta, mientras se quita su chaqueta. La deja encima de una silla, pero se para en seco cuando me ve ahí parada. Su pelo está todo alborotado, y su cara sucia y llena de arañazos, y sé que ha salido a hacer unas de sus carreras. —Peter —me aclaro la garganta—. Quiero irme.
—No puedes irte.
—¿Qué más da? —pregunto, rodando los ojos—. No has estado aquí prácticamente, y cuando si lo has estado no te he visto de todos modos, así que no creo que importe realmente si estoy o no. Y no me gusta estar aquí —declaro segura, y me sale un suspiro de alivio.
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Mine
RomanceUn trato. Eso era todo lo que se suponía que era. Un acuerdo entre dos personas. Sólo eso.