Capítulo 8

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Me giro, otra vez, en la cama.

Mirando el techo intento conseguir una buena noche de sueño, pero me resulta imposible. La imagen de Peter es la única que se me viene en la cabeza. Y sé que no está bien. Que no puedo soñar con él. Pero es que no puedo parar de pensar en él.

Después del acontecimiento de anoche, donde me fui, no sin antes mirar atrás, y verlo a él mirándome profundamente, no pude aguantarlo más tiempo y di media vuelta, aún pudiendo sentir esa intensa mirada en mi espalda mientras huía rápidamente.

Pero no intentó detenerme.

El hecho de que me fuera, sin más, sin dar explicaciones, sin saber si me pasaba algo, no pasó a nada interesante.

Me acuerdo de la mirada que me echaron todos los que estaba en la mesa de los Lanzani. E intento pensar quién es la persona, o personas, que Peter quiere mostrar su relación conmigo, y que sea creíble.

Pienso en su padre, Fabian, con la mirada de desaprobación, hacia su hijo. Mi presencia, no creo que le pudiera importar menos, cosa que me parece extraña ya que cuando empezó toda la farsa de mi relación con Peter, fue la presencia de su padre ahí, que lo hizo a Peter entrar en pánico, e inventar eso. Pero ahora parece que yo no le pudiera importar menos.

Su madrastra, que no le gusta que la llamen así. La esposa de su padre, Clarice. Su mirada vacía. Sin sentimientos. De falsedad. Que no podría importarle menos mi presencia tampoco, ni la de Peter para el caso, ni la de nadie en la sala. Ella sola. Preocupándose solo por ella, que en una forma reotrcida extraña envidio el hecho de que puede estar tan tranquila con todo.

La hija de la esposa de su padre, Olivia. Su mirada de absoluta y profunda derrota, por la opción de su hermanastro. También estaba la mirada de risa, mofándose de la situación. Todo gracioso, no se lo creía, ni por un segundo. Y eso me da sospechas que quizás sea ella a la que él quiere mostrar nuestra relación, de lo contrario, ¿porque tan empeñada de que quiere que no sea real?

Y el otro hijo de la esposa de su padre, Gastón. Aunque no sean del mismo padre, Olivia y él. Y aunque se hayan criado con la misma madre, se nota la diferencia que hay entre ellos. La mirada de felicidad, pero no dirigida a mí, sino a Peter. El orgullo radiando con él. Contento por él. Con su elección. Su entrega. Su compromiso. El menos extraño de la mesa. Y no podría estar más feliz por su hermanastro. Pero supongo que las apariencias engañan, y podría ser él perfectamente, y por eso está tan feliz.

Y después están esos ojos verdes que me atormentan día y noche. Y que no soy capaz de descifrar.

Me dejó ir. Así sin más. Sin despedida. Y aunque es lo que quería, y la que hui fui yo, no puedo parar de pensar en ello.

¿Es lo que hará cuando estos seis meses terminen?

Y la pregunta que me ha estado carcomiendo toda la noche. ¿Qué significó con su declaración de todos modos?

Estoy hecha un lío. Me ha dejado aún más confusa de lo que estaba cuando acepté.

Me vuelvo a mirar la hora. Ya son las cinco de la mañana, y aún no he podido conciliar el sueño. No he dormido absolutamente nada. Sé que en unas horas voy a tener que ir a trabajar, pero como es en el mismo hotel, no me preocupo por si voy a llegar tarde.

La puerta se abre de repente, y entra un Peter demasiado atractivo para estas horas de la mañana. Demasiado glorioso. —Tenemos que irnos —su voz me sobresalta.

Gimoteo, intentando visualizarlo. —Peter... ¿Qué? —me quejo—. Tienes que golpear antes de entrar —gruño—. Podría haber estado desnuda.

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