12. Bailarina.

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  Bolt

Estacione el coche en la pensión que tenía frente a mí. Baje del auto y mire a todos lados, las personas eran tan escasas que me sorprende que hubiera una posada aquí. Mire el papel que tenía las direcciones que necesitaría y entre hasta una pequeña recepción donde esperaba un hombre de unos cuarenta años.

El señor regordete y de un bigote impresionante, me miro y sonrió al verme con un gran bolso a mis espaldas.

— ¿Qué se le ofrece, joven? — Me preguntó amablemente desde su lugar detrás de un pequeño escritorio con papeles.

— Si buen hombre, quisiera saber si tiene alguna habitación.

El me sonrió con más fuerza aún y sacó de su escritorio, una pequeña llave. Me hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera por un largo pasillo, al que deduje que eran las habitaciones.

— ¿Qué trae a un muchacho tan joven por estos lados? — Pregunto el hombre a medida que avanzábamos a paso lento por el pasillo. Me encogí de hombros para restarle importancia.

— Mucho tiempo en la ciudad, ya sabe. — Le digo y el asiente como si supiera de lo que hablo — Un poco de tranquilidad no me vendría mal.

— Estas en el lugar indicado, hijo. — Abre la puerta de una habitación al fondo y me entrega la llave — Serán doce dólares la noche, que disfrute su estadía.

Le pague el precio de quince noches, lo que asumía que tardaría en hacer mi encargo. Me dejo solo para meterme en la habitación austera. Tenía solo una cama pequeña, una cómoda y una puertecita que creía era un baño chico.

Suspiré y me tiré en la cama. Tenía que descansar del largo viaje que emprendí en la noche, después de todo, tenía que esperar para dar mi siguiente paso.

                                                                       * * *

Apenas puse un pie en el bar, me golpeo un fuerte olor a cerveza y tabaco; Arrugue la nariz porque a pesar de trabajar en un bailable, nunca me había acostumbrado al olor. Vi el lugar lleno de hombres que revoloteaban en la barra que era atendida por una mujer mayor y un joven muy alto. Me acerqué y vi cómo se descontrolaban por querer servir en vasos los seguidos pedidos de los al menos cincuenta hombres que ya empezaban a molestarles.

Yo sabía porque estaban así. Ilay se había encargado de amenazar al muchacho que tenía el puesto en la barra, para que se fue y poder hacer mi movimiento.

— Damián Fitsheral. — Grité sobre el bullicio de gente quejándose para llamar la atención del imponente hombre con la camisa arremangada y sirviendo licor rápidamente.

— Soy yo. — Dijo cuando subió la cabeza y fijo su mirada en mí.

— Quiero hablar contigo.

— No puedo ahora. — Dijo negando con la cabeza — Vuelve otro día.

— Es por el puesto de trabajo en la barra.

El me miro y volteo a ver a la señora que le asentía con la cabeza enérgicamente. Me hizo un gesto para que entrará a la barra y me señaló como hacer el trabajo, tomé varios vasos y los serví rápidamente como hacía en las épocas que solo trabajaba en la legalidad de un club.

— Si lo haces bien, el trabajo es tuyo. — Dijo para retirarse, pero volvió al segundo — No sé tu nombre...

— Diego Salazar. — Dije, el asintió y se fue para dejarme haciendo el trabajo.

Sonreí para mí. Quizás volviera junto a mis gemelas lo antes posible.

Damián

Caminé por el pasillito que ya me conocía de memoria, era el trayecto que hacía cada noche para ir al cuartito en donde se preparaba Samara para dar el mejor espectáculo de cada noche. Aunque fuera un baile simple y sin desnudos, el público casi siempre fuera el mismo, ella se reinventaba cada noche y los hechizaba aún más con su bailar.

Era solo una mujer con un traje rojo, pero esta encandilaba toda la escena y los ojos que la vieran.

Golpeé dos veces la puerta, y como cada noche recibí como respuesta un grito de "pase". Me adentré cerrando la puerta detrás de mí y vi a Samara luchando con el cierre de la falda roja brillante que se ajustaba desde atrás, ella hacia contorción por tratar de llegar a tomar el cierre.

Me acerqué sonriendo y la inmovilice por las caderas, ella me miro con molestia a través del espejo por la sonrisa de bulra que le daba.

— Sigue comiendo así y no entraras en tu propia falda. — Le dije y ella me dio un codazo en el estómago cuando reí con fuerza.

— No me da risa.

Me dejé caer en el sofá y ella camino despacio hacia mí. A medida que se acercaba, sus caderas hacían un baile corto en el que mi imaginación podía ver a esos mismos huesos en otra acción. Cerré los ojos y respiré profundo para no cometer ninguna estupidez. Sentí el peso de su cuerpo en mi costado derecho, apoyo su cabeza en la curva de mi cuello como hacíamos cada noche que yo venía a verla antes del show. Acaricié sus cabellos y aspiré el aroma que emanaba de toda ella.

Samara es sublime, inalcanzable.

Ella realmente me interesaba, pero su corazón roto y su pasado, le pegaban duro y aún tenía unas enormes heridas. Me mantenía en las sombras siempre, vigilaba sus pasos durante el día para asegurarme de que no necesitará nada, y velaba sus sueños de noche desde la puerta de su habitación para ver que estuviera segura en la habitación que estaba junto a la mía.

Miré a mi costado y pude ver la parte posterior de su cuello y su espalda desnuda que solo cubrían una parte pequeña por la superior del traje rojo fuego.

Una palabra escrita con perfecta caligrafía sobre su piel blanca llamaba mi atención siempre, una simple palabra que preguntaba cada vez que tenía la oportunidad.

— ¿Me dirás que significa, "Jacharí"? — Le pregunte acariciando su costado.

— No puedo decirte lo que significa. — Dijo levantándose de la comodidad de nuestros cuerpos y acomodando el pañuelo sobre su rostro — Lo tienes que averiguar.

Vi que sonrió sobre la fina tela roja y negué con la cabeza. Cada vez que preguntaba, me decía lo mismo.

Caminé junto con Samara hasta la parte trasera del escenario, la miré una última vez antes de entrar y suspiré por lo hermosa que estaba, como cada noche o aún más...

— Como saben, cada tres noche tenemos un espectáculo impresionante que deja a los hombres enamorados y con la mayor locura. — Dije a través del micrófono en donde mi voz retumbaba por todo el bar — Con ustedes, la mejor bailarina del oriente, ¡Jacharí!

El bullicio y griterío aumento una vez que la gitana misteriosa atravesó las cortinas negras. Bajé del escenario para dejarla hacer la noche a su antojo, la dulce Jacharí volvió a ser la dueña de la atención de cada una de las personas del bar, conmigo incluido.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora