40. Despedidas

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Samara

Suspiré por décimo novena vez en el mismo minuto, estaba aguantándome las ganas de llorar por dos razones. La primera era porque la situación por más desbordante que fuera, no debía quitarme las fuerzas; si pude con el dolor del encierro podría con esto. La segunda era porque no quería que Marla se pusiera aún más triste en nuestra despedida.

Nos encontrábamos en una pista aérea un tanto alejada de la ciudad, para que fuera todo el operativo lo más secreto posible. Estaba sentada en una precaria silla que colocaron para mí, dado a mi enorme vientre, mantenerme en pie o caminar largos tramos se me hizo una tarea casi imposible. Santos se encontraba arreglando los últimos asuntos con los hombres del lugar, a mí lado estaba Marla junto a su madre que no dejaba de acariciar mi panza con ternura maternal, su hija miraba la escena con tristeza por la ignorancia de su madre; porque para los padres de ambos rubios, este viaje seria unas simples vacaciones en Portugal con sus hijos y un teniente que los escoltaría.

Pobre de ellos si supieran la verdad. 

— Será un hermoso hombrecito.

La voz de la señora Shawn me atrajo a la realidad de la que tanto me empecinaba en escapar. Desvié la mirada desde sus ojos azules como los de su hija para llevarla al recinto de mi hijo. Otro suspiro se me escapo.

— Eso espero, señora.

No tenía ánimos de hablar, solo quería que se fueran lejos y que se pusieran lo más seguros posibles; porque si me dolía la lejanía que tendría con mi nueva familia, más me dolería verlos en una tumba fría como ahora estaba Margaret.

La dulce Maggie.

El recuerdo amoroso y cálido de ella me golpeo, cada noche trataba de esquivar las pesadillas en donde ella me recriminaba por su muerte, que gracias a su mano yo había podido escapar y que ahora ella era la que debía pagar las consecuencias de mi amada libertad. Cuando eso ocurría, salía de mi habitación para llorar durante amargos minutos y en mi mente pedía perdón a su alma, este donde este.

— No puedes tener más esa angustia. — Dijo Marla llamando mi atención — Le hace mal a Teo.

Asentí porque tenía razón. De alguna manera, mi hijo captaba todo lo que pasaba a nuestro alrededor, si estaba feliz él se movía al son de ellos, pero cuando estaba triste su quietud se sentía. Era un pequeñito gitano que resentía todo lo malo que pasaba a su lado, y parecía tan intuitivo como yo cuando una tormenta se avecinaba, como ahora.

— No deja de moverse. — Dijo la señora Shawn cuando vio los movimientos rápidos que se dibujaban debajo de mi piel

— Esta algo inquieto hoy. — Dije simplemente

— Debe haber algo que le disguste.

Hice una mueca por el comentario de la mujer, ella aún sin saber que ocurría parecía querer decirme algo que mi pobre hijo no podía comunicarme con su propia habla.

— Estamos listos. — La voz del padre de Marla nos sacó de nuestra charla

Los hombres se acercaban a nosotras para hacer la despedida definitiva, el plan era sencillo y a la vez difícil. Ellos se marcharían y quedarían a cuidado del teniente mientras que Damián y yo iríamos a Brasil para escondernos hasta que Ilay y su banda estuviera tras las rejas, o sea, por tiempo indefinido. Solo debíamos tener un único requisito para este plan, no tener ningún tipo de comunicación durante seis largos meses para que ninguna de las dos partes fuera hallada y/o rastreada, solo cuando todo estuviera solucionado podríamos volver a contactarnos.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora