42. Código de hombres

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Damián

Ese día había cerrado la tienda una o dos horas antes de lo convencional, dado a la fuerte lluvia que amenazaba con arrancar el toldo del local. Fueron solo unos minutos de diferencia que no me importó en el momento. 

La señora Zarriña era una mujer viuda que estaba a cargo de dos hijos menores de edad. Llevando a sus pequeños a todos lados le costaba un poco movilizarse y eso creaba un efecto de ralentización del tiempo.

Ella tenía un bebé de al menos dos años. Con todos los cuidados que eso conlleva, con la economía de este lugar que al parecer iba en picada y el stress de tener que cambiar por segunda vez al niño porque se ensucio antes de salir a la tienda, hizo que llegará al puesto con seis minutos de retraso.

Ya lo sabía. Desde que la lluvia comenzó a golpear de manera brusca una zona tropical como lo era esta, un nudito molesto comenzó a formarse en mi garganta. El gerente dio la orden de cerrar el puesto, pero a lo lejos veíamos como se acercaba la pobre mujer con el bebé en brazos y cubriéndose de la lluvia con una lona de plástico.

Estaba ansioso por volver a casa, me sacudía una energía que no era para nada positiva y quería creer que era el alto nivel de paranoia que cargaba desde que nos tuvimos que auto exiliar de Estados Unidos. Pero tenía que esperar los seis minutos más largos de mi vida hasta que la mujer terminará su compra y cerrar el puesto, para poder regresar a mi casa.

No me importó la lluvia que golpeaba mi espalda con fuerza, el frío me estaba endureciendo los músculos, pero me esforcé el doble para correr esas dos cuadras que nos separaban.

Me paré en la puerta de mi casa y respiré profundo viendo como el vapor de mi pecho hacia vaho frente a mí.

Abrí la puerta con lentitud, ya sabía que detrás de la madera no encontraría nada bueno.

Y así fue.

Las cosas estaban revueltas y los restos de lo que parecía ser una pelea todavía estaban en el suelo. Miré con horror los sillones dados vuelta y las pequeñas cosas que Samara utilizó para decorar la sala, estaban rotas y dispersas por todas partes.

No me di cuenta cuando choqué con la pared, había dado pasos hacia atrás y el aire me estaba faltando, la vista me ardía y a la vez estaba desenfocado, estaba mareándome y al borde de un colapso nervioso.

Samara no estaba + todo revuelto, daba como resultado una teoría simple:

Ilay estaba en medio de todo esto.

— Cálmate, Damián...

Una voz lejana me hablaba, pero no podía concentrarme. Era una de esas típicas crisis que atacan a las personas que fueron arrojadas al borde de una situación extrema, de esas que atacan cuando tu control y tu psique está totalmente quebrado.

— Damián, reacciona.

Miré a Zach que estaba a mi lado tratando de levantarme del suelo. No sabía en qué momento había llegado ahí, pero era el hombre que me podía dar las respuestas.

— ¿Dónde está?

No reconocía mi voz por lo ronca que estaba, y las piernas me temblaban a medida que el policía me ayuda a incorporarme.

— Fue Ilay. — Me dijo lo obvio — Voy a pedir refuerzos para ir a buscarlos.

Me senté en una de las pocas sillas que quedaba en el lugar y vi mis manos temblar. Jamás había tenido este dolor en el pecho, esta crisis nerviosa; ni siquiera cuando supe la verdad detrás de la desaparición de Samara en el bar, había tenido tanto miedo.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora