30. Vendida.

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Santos

El ambiente era tenso y el nerviosismo se sentía en ambos de los presentes. Había comandado varios batallones, con cientos de hombres que temen por su vida en el campo de combate, había dado los mejores incentivos a los grandes comandantes que después ganaron guerras imposibles de ser. Pero nada me preparaba para manejar el ataque de nervios que tenía Bolt en este momento.

— ¿Por qué tardan? — Preguntó mientras se metía en el baúl de la gran camioneta

— Ya va a llegar.

Él estaba al borde del colapso y si Ilay llegará a tardar diez minutos más, creía que podía morir. Este era el momento del intercambio, en donde la hermanita de Bolt sería entregada como si fuera la mercancía de un tratado entre nosotros dos. Había pagado una pequeña fortuna que fue abastecida por las cuentas bancarias de Bolt, que eran justificadas por la compra de la virginidad de la menor.

Bolt estaba algo aliviado al saber que nadie le había tocado un pelo. Maia era una joven hermosa que, gracias a su himen intacto, se había salvado de un gran infierno. Ella tenía una única tarea en Paradise, limpiar los cuartos en donde los morbosos clientes "jugaban" con la mercancía, fue ahí que Ilay me comentó que el club también tenía un ala de BDSM que iban al extremo de la violencia. De limpiar esos desastres de sangre era la encargada.

— ¿Qué sabes de Julia? — Preguntó Bolt asomando la cabeza desde la parte trasera de la camioneta que tenía conexión con el baúl

Apreté el volante.

Julia era un caso extremo que prefería tocar en otro momento. La novia de Bolt había sido secuestrada el mismo día que una de las gemelas, pero ella no había corrido la misma suerte. Era una morena de características bastante simples en cuanto a la anatomía, de linda personalidad, pero eso no era lo más redituable.

Ilay no la vio potable para su negocio, se la había llevado por el simple hecho de tener una vagina y por hacer un daño a la gente. Quería sacar la información de su paradero, saber todo lo relacionado con esa noche en adelante; por eso cuando Ilay me contó en un gran estado de alcohol y cocaína, que a la "fea" se la había llevado a Argentina en donde debía atender a más de cincuenta hombres por día.

No era el momento para hablarle de eso, no cuando estaba por recuperar a su hermanita.

Una a la vez.

— Aún no sé nada, vamos por eso.

Lo vi asentir con el ceño fruncido. No era la respuesta que el quería, pero por lo menos ganaba tiempo.

El sonido de un motor a la lejanía llamó nuestra atención. A lo lejos se veía como la misma camioneta que trajo a Marla, se acercaba por la desierta ruta.

Poco a poco se iba acercando y vi la inconfundible camisa de colores que usaba el gitano, era Ilay quien traía a la joven.

— Quédate callado. — Le dije al vacío sabiendo que Bolt me había escuchado y casi pude imaginármelo asentir.

Bajé de la camioneta y volví al asqueroso papel de proxeneta desinteresado, como pretendían que fuera. Ilay bajo de su camioneta sucia mientras apagaba un cigarrillo en el suelo.

— Santos, amigo. — Dijo el gitano en modo de saludo

— Ilay...— Mi simple respuesta.

El rio como si fuéramos colegas y amigos, como si entendiera mi actitud. Caminó hasta la parte trasera del vehículo en donde abrió la puerta y con muchísima brusquedad, tiró del brazo de Maia. Ella estaba amarrada de pies y manos, con un gran paño en la boca que amortiguaba el sonido de los sollozos. Se la veía golpeada y sucia, parecía que realmente había dado un poco de pelea antes de que subir a la camioneta, Ilay la arrojó al suelo, sin importarle el daño que le hacia el asfalto hirviendo.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora