24. El contacto

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Damián

Tamborileaba los dedos en la tela de mi pantalón, ese era un símbolo de nerviosismo que tenia desde muy chico. Estaba muy nervioso, lo aceptaba en realidad.

Me encontraba en estado de alerta constante, desde que me enteré lo sucedido con Samara, mi vida era un "tire y afloje" a mi conciencia. Si tan solo no hubiese confiado tanto en las personas equivocadas, si tan solo hubiese visto las señales que estaban ahí, frente a mi...

Por lo que Bolt me contó, esto era algo que se estuvo planeando por mucho tiempo. Meses de búsqueda e inteligencia para poder dar con el paradero de la gitana y llevársela a un lugar horrible. Quería matarlos a todos por lo que le estaban haciendo a mi mujer, porque, aunque ningún sacerdote nos hubiera casado, ella era mi mujer y yo su marido. De noche imaginaba las cosas que estaría sufriendo la pobre Samara, y no podía hacer nada más que llorar por la rabia y la impotencia de no poder hacer nada.

Miraba cada noche a la luna, pensando que ella también la veía. Miraba a la luna pensando que esa era nuestra única conexión, el astro sobre el cielo que nos tapaba a todos por igual. Soñaba con que una buena mañana, la hermosa gitana entrará por la puerta de mi bar y viniera hacia mi como si nada de esto hubiese pasado. Quería pensar que todo esto era una pesadilla, y que solo era cuestión de tiempo para poder despertar.

Bolt no era el único responsable de esto. Lo odiaba como a nadie más, y por más respuestas y razones que me dieran, el era uno de los culpables del destino de mi mujer.

Su razón era clara, y s no estuviese yo involucrado, hasta seria valida. El lo hizo para poder salvar a sus dos hermanas de una vida en el prostíbulo de su jefe, me contó de su trágica infancia/adolescencia y era algo entendible, la desesperación de meterse en cualquier lugar para poder llevar dinero al hogar donde lo esperaban dos niñas tan huérfanas como el mismo.

Jamás le daría la razón, pero muy en el fondo de mi mente, sabía que era algo que incluso yo mismo haría por mi familia.

— Dejá de mirarlo así. — Me dijo Sean mi lado, llamando la atención

Estábamos en la sala de espera de una oficina chica y oscura. Era el lugar exacto en donde encontraríamos a un ex teniente que nos ayudaría a encontrar a las personas que nos habían arrebatado; a mi lado estaba Sean que se veía muy preocupado por la reciente noticia que recibió. Fue un duro golpe, pero ya estaba labrando todo para poder rescatar a su hermana, frente a mi estaba sentado el imbécil de Bolt, estaba en un sofá que estaba al menos a un metro de distancia mío, pero aun así podía sentir la cercanía molesta de su presencia.

— Es el maldito culpable de todo esto. — Le dije a Sean, sin importarme realmente si el idiota de en frente escuchaba — No sé cómo estas tan tranquilo.

— ¿Parezco tranquilo? — Me preguntó — Hombre, estoy de muchas maneras menos tranquilo.

— ¿Cómo...?— Le pregunté y el me cortó con solo mirarme, Sean y yo nos entendíamos a la perfección

— Porque quiero encontrar a mi hermana, quiero salvarla de ahí y que sea feliz.

No pude decirle nada más, no encontraba palabras para su esperanza. Admiraba a mi amigo, tenia una gran fuerza y entereza desde que Marla desapareció. Sean sufría cada día con el pensamiento de culpa, se perdía en su mente con frecuencia, pero cuando volvía a la realidad, se desanimaba mucho al saber que ella no estaba.

— Pueden pasar.

La mujer anciana que nos recibió, nos dio el permiso para entrar a la oficina de Santos Moretti. Los tres ingresamos a la simple habitación pintada de blanco, detrás de un escritorio totalmente negro, se encontraba Santos. Era un hombre grande, esa era la primera definición que podía darle. Santos tenia toda la imagen de un militar, tenia grandes brazos junto con una ancha espalda, rostro serio y mirada asesina.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora