Damián
Pasé más de media hora viendo a una durmiente Samara. Ella se removió por los rayos de sol que se colaban por la gran ventana, haciendo que la sabana que colgaba débilmente por su espalda cayera hasta su cadera.
Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida hasta anoche, dije hasta el hartazgo que era una mujer bellísima que su espíritu atraía a cualquiera. Pero después de la noche que pasamos, cualquier definición de belleza y entrega era poca para la diosa que dormía frente a mí.
Me acomodé aún más en mi lugar, un pequeño sillón que estaba ubicado justamente frente a la cama y me permite ver el rostro dormido de mi acompañante. Cerré los ojos un instante, y las imágenes frescas de la noche anterior.
Los besos que ella me daba con sus labios carnosos; sus manos tocándome en los lugares clave para hacerme estallar, su mente abriéndose a mí y a mi esencia para cambiarla; su cuerpo recibiendo al mío y dándome todo con total entrega.
Sin guardarse nada, dándome todo. Regalándome parte de su alma, envuelta en su cuerpo.
Acaricie los cabellos rebeldes que caían sobre su rostro, impidiéndome ver esa dulce carita. Creía que no había mujer más bella que esta, hasta anoche, esto era belleza pura que se me estaba entregando a mi sin siquiera merecerlo. Esta mañana, cuando desperté con su cabeza en mi hombro y su respiración cálida en mi cuello, me di cuenta de lo equivocado estaba. Ella era algo más que belleza, ella era arte y yo un privilegiado por admirarla.
No había palabras para describir esto me golpeaba el pecho al ver a Samara tan frágil y entregada, en la cama y con el rostro satisfecho, sabiéndose amada y que mientras ella me dé la oportunidad; nunca le fallaría. Había tenido un buen número de mujeres, Muchas de ellas terminaron su experiencia conmigo en el sofá de un departamento en la ciudad, donde me fui por mucho tiempo para estudiar. Tantas de ellas, no recordaba el nombre ni el color de sus ojos, muchas de ellas fueron algo pasajero que hice, solo para matar el tiempo.
Nadie jamás se compararía con Samara, así yo muriera mañana mismo, me llevaría conmigo el perfume que se me pego al pecho cuando ella descansaba en él. Las imágenes me golpeaban de una manera dulce, ella encima mío como la dueña absoluta de mi cuerpo y mente.
Todo lo que tenía dentro y fuera del cerebro era ella, siempre ella.
Su cuerpo desperezándose, hizo que me acomodará mejor para observar su dulce carita mientras se despertaba de un sueño profundo, provocado por una larga noche. Se dio vuelta y apoyándose de lado, sin vergüenzas a que viera la mitad de su cuerpo blanco y desnudo, me miro con el cansancio y la tranquilidad en su rostro.
— Buenos días.
— Buenos días. — Respondí acariciando uno de los mechones de cabello rebelde
Ella se acomodó sentándose en el colchón y dejándome una espectacular vista de sus pechos llenos de vida. Bostezó y se estiró cómodamente, me miro y sonrió con dulzura, sentí que se me prendió el pecho. Algo había ahí, algo que antes no y una sonrisa había despertado.
— Gracias.
— ¿Por qué? — Le pregunté mientras me cruzaba los brazos, ella se percató de mi desnudes y sonrió cínicamente.
— Porque jamás creí volver a entregarme. — Dijo ella con suavidad, me senté a su lado en la cama y la miré de frente — No creí volver a enamorarme.
Mi sonrisa aumento, como la de un idiota que le afirman su estupidez. Ella asumía frente a mí, estar enamorada como yo lo estaba de ella; Samara me estaba dando algo más que su cuerpo y su compañía, me estaba dando su corazón.
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Jacharí
RomansaNovela autorizada por la Asociación Nacional Madres Víctimas de la Trata Una mujer escapando de un destino ingrato y de costumbres antiguas, encuentra escape en un pueblo perdido, sin saber, que el mundo ilícito y oscuro del tráfico humano se está p...