9. Disturbio.

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Damian

Con un fino movimiento, Samara se volteo y alzo ambos brazos para doblar las palmas frente a su rostro y dar un cierre espectacular a su baile. Los aplausos sonaban aún más fuertes que los silbidos y obscenidades que le gritaban a la menuda gitana que se adentraba a su camarín. Con cada baile, ellos quedaban alucinados y consumían el doble de lo que habían bebido en toda la noche, lo que representaba una ganancia exorbitante para mi madre y para mí. Le asentí al muchacho a mi lado para que se hiciera cargo de la barra y el me miro con temor por la cantidad de pedidos que se avecinaban y el solo cubriéndolos; no me importó y salí directo al pasillo que conectaba con la pequeña habitación donde Samara se cambiaba de ropa.

Desde el incidente en donde supo que ese tal novio suyo la había abandonado, ella carecía de brillo. Desde hace casi dos meses que Samara era solo un cuerpo perfecto pero vacío, la joven alegre y extrovertida, con miles de peculiaridades y secretos de su pueblo, se estaba desvaneciendo.

Golpee dos veces la puerta y esta se abrió para permitirme la visión de una diosa triste. Ella aún llevaba el maquillaje de intensos verdes y negros para sus ojos, su ropa era un pantalón de jean junto con una camiseta de tirantes color vino que resaltaban la palidez de su piel cremosa.

- Estuviste maravillosa. – Le dije entrando en el lugar bajo la atenta mirada de esos ojos verdes. Ella asintió y volvió a la silla frente al espejo para quitarse toda esa pintura que quitaba el encanto natural de su rostro.

- Gracias. – Escueta como cada día desde hace dos meses, sus ojos a través del espejo eran dos piedras verdes, sin vida.

- Tenemos que hablar.

Ella se dio la vuelta para verme ahora con su rostro perfectamente natural.

- Voy a devolverte el dinero prestado, solo dame tres días. – Me dijo ella, aludiendo que nuestra conversación era acerca del dinero que envió a su familia a nombre de mi madre.

Negue con la cabeza y me arrastre hasta el sofá de dos cuerpos frente suyo, sus grandes ojos calculaban cada movimiento que hacia mi cuerpo como si analizara una situación de peligro.

- No es por el dinero. – Le dije tomando una de sus manos entre las mías – Es por tu situación actual.

Ella se apartó y volvió la vista al espejo como si su espalda pudiera darle alguna protección frente a mi mirada. Ella negó con la cabeza y aclaró débilmente la garganta.

- No hay nada de que hablar, ya te lo había explicado. – Dijo Samara mientas tomaba un algodón y quitaba el color carmín de sus labios.

- No estás bien Samara, quiero ayudarte.

- No puedes, Damián. – Dijo sin dejar su labor – Pero mientras tenga trabajo aquí sin darme a conocer, voy a estar perfecta.

- Deja de esconderte. – Dije y ella me miro a través del espejo – Puedo ayudarte, Samara.

Ella pareció pensarlo unos momentos, como si la posibilidad de desahogar sus penas estuviera contemplada, pero al cabo de unos segundos volvió a ser la misma de siempre, esa que se envolvía en su coraza.

- ¿Por qué no mejor lo dejamos este tema?

Ella se dio la vuelta para mirarme y en sus ojos de súplica me tuve que rendir. Le extendí los brazos y ella entendió mi llamado por que de inmediato la tenía sentada a mi lado. Ella apoyaba la cabeza en mi pecho y yo rodeaba su cintura en un callado acuerdo.

Desde el día en que supe que ese fuerte corazón había sido desgarrado, sentía una necesidad de protegerla de todo, de saber cuáles eran sus penas. Quería ser parte de la vida de Samara.

Aunque ella no me dejaba siquiera asomarme a la puerta, se abría dulcemente para mí y de golpe estaban los muros de hielo otra vez. Pero demonios, daba todo por entrar en ella, de la manera más sana obviamente; aunque de las otras también.

Cada noche, soñaba con una dulce Samara que se tiraba en mi lecho y se dejaba disfrutar como si fuera la amante más dedicada, en esos sueños era yo quien la hacía delirar y ella se entregaba a su único hombre.

Fantasías que lo dejaban con un sentimiento de vacío y una erección dolorosa.

Acaricio sus cabellos ondulados y ella suspiro a modo de relajación. Esos eran sus tres minutos más íntimos que podrían compartir, en el que él era solo un hombre y ella solo una mujer.

- Intenta hacerlo. – Insistí – Nada va hacer que cambie mi parecer contigo.

Ella levanto un poco la cabeza y me miró expectante, tratando de confiar en mis palabras. Dado a que no podía abrirse con nadie que fuera del género masculino, asumía que un hombre la lastimo, me atrevería a decir que más de uno.

Unos fuertes ruidos provenientes del bar llamaron nuestra atención. Bufé cansado cuando oí el sonido de vidrios colisionar, otra pelea de borrachos.

- Otra vez. – Dijo Samara levantándose de su lugar a mi lado, maldije mentalmente a quien estuviera haciendo el disturbio por alejar a la gitana de mi lado.

Salí del camarín y atravesé el pasillo para encontrarme con un bar totalmente desbordado de incidentes. Dos hombres grandes y fornidos eran detenidos por otros cuatro para que no sigan con la trifulca contra los dos que estaban de igual manera. Los hermanos Clay siempre creaban disturbio.

- ¿Qué pasa, muchachos? – Pregunte con vos seria a los hombres que me miraron fijamente y se soltaron del agarre.

- Piensan que pueden llevarse a la cama a la gitana. – Dijo uno de los enormes hombres. Mire a los otros dos, todo en ellos gritaba extranjeros y parece que unos muy problemáticos.

- Venga hombre, ¿Cuánto cuesta una noche? – Me pregunto uno con aires de mercenario, el imbécil creía que Samara era prostituta y yo su proxeneta.

- Ella no está a la venta. – Dije seco y ambos retrocedieron un paso – Si gustan pueden verla bailar.

Con un asentimiento de cabeza, ambos extranjeros se marcharon para que la noche transcurra en tranquilidad. Con una advertencia a los hermanos, me retiré para dar finalización a la noche y así poder cerrar el bar.

Como cada noche, Samara espera a que la gente se retirará y me ayudaba a mí y al chico nuevo de la barra, para que podamos cerrar pronto y así volver a nuestros respectivos hogares.

Samara guardo el ultimo vaso seco en el estante y se volteo hacia mí para darme a entender que ya estaba el trabajo hecho. Tomé mi chaqueta y las llaves del auto, le hice un gesto con la cabeza y ella se dirigió a la puerta del coche negro que nos esperaba fuera.

Ya iban a ser las cinco de la madrugada, por lo tanto, la llevaba a su pensión cada día para asegurarme de que no le pasará nada. Ella transcurrió el viaje en total silencio. Ambos bajamos y la acompañe a la puerta de su cuarto, como lo hacía cada noche; pero a mitad de pasillo algo nos llamó la atención.

La puerta de su habitación estaba abierta y violentada.

- Quédate detrás de mí. – Le dije y ella tomó mi mano por detrás mientras nos acercábamos.

Una vez en la puerta vimos el mayor caos que se podía permitir en una habitación tan pequeña. Todas sus pertenencias estaban regadas por el suelo, el colchón estaba destrozado y fuera de su lugar.

Sus ropas estaban rasgadas en el suelo, junto con las pocas pertenencias que ella podía tener, me agache para recoger una carta de tarot gitano, que estaba escrita con tinta roja.

Era la carta de La Muerte, y en ella decía Ilay Novak.

Me voltea a ver a Samara y su rostro pálido estaba lleno de lágrimas, me acerqué a ella y abracé su cuerpo tembloroso.

- Vamos a mi casa. – Dije y ella levanto un poco la cabeza para encontrarse con mis ojos. Ella asintió sin reclamar, esto era grave.

Al parecer, Samara sabía quién era el responsable de esto. Alguien estaba tratando de asustarla y lo estaba logrando.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora