23. Cuestiones de baile

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Samara

Abrí los ojos sin saber que hora o que día era. No sabía cuanto tiempo había dormido o siquiera si había pegado un ojo para descansar, solo sabía que mis días eran interminables dentro de este enorme cuarto.

Hice una mueca de dolor cuando me senté en el colchón que me fue asignado, era muy duro y fino, lo suficiente para tener unos grandes dolores musculares que me hacían chillar los dientes durante toda la mañana. Miré mis manos, estaban sucias y quebradas como el resto de mi cuerpo que padecía los estragos del encierro.

Desde que vi a Ilay, no había vuelto a salir del cuarto. Mi única tarea era curar las heridas de Marla, y estas ya habían sanado dejando una fina línea que cruzaba cada uno de los puntos donde había sido lastimada. Apoyé la cabeza en la pared y suspiré, esos eran los momentos que tenia para mi sola durante el día, sabía que poco después todas las chicas se despertarían para comenzar con sus tareas en el antro. Pensé en mí, en mi familia, en el campamento, en Sean, en Bolt, en Damián...

Mi dulce Damián, ¿Qué será de tu vida ahora mismo?

Me preguntaba cada mañana, si el sabría que había sido de mí, si me estaría buscando y si era así, si estaba cerca de mi amor. Suspiraba al pensar que él podría estar buscando mi paradero, lloraba pensado que él había dejado ir mi recuerdo, y moría al imaginar que Damián pudiera armar su vida nuevamente.

Mi corazón estaba con él, mi cuerpo y mi mente le pertenecían únicamente a Damián, mis sombras estaban partidas sin él, que me armaba para ser luz. Yo era una extensión de Damián, que le daba un nuevo sentido a mi existencia. No recuerdo cuantas veces le había dicho lo que sentía, pero ahora me arrepiento de haber salido por la puerta del bar y no haberle dicho lo mucho que lo amo y lo que significa para mí.

Ruidos fuera del cuarto me sacaron abruptamente de mis pensamientos, otra vez arrancaba la rutina de mis compañeras. Una a una fue despertando, Marla me hizo un gesto con la cabeza en señal de duda, pero tampoco sabia que era lo que ocurría detrás de la pesada puerta, hasta que esta fue abierta.

— Arriba todas. — Habló Mikhail, quien era nuestro carcelero diario. Un hombre ruso de unos 30 años, totalmente rubio como el sol y con un millar de tatuajes debajo de su traje negro noche

Su llamado termino de despertar los cerebros en off de todas las presentes. Mikhail tiró al suelo a una joven que de inmediato se hizo un ovillo en su posición. Una nueva victima del gitano maldito, pensé mientras veía a la joven morena como lloraba y se tomaba la cabeza con dolor.

— Tu. — Mikhail señaló a Naila, una de las chicas del fondo de la habitación — Te mudas, levántate y sal.

Miré a Naila con asombro, no podía creer que ella tuviera la suerte de poder salir, tener la oportunidad de poder escapar y ser libre; aunque por su cara y la de las otras chicas, esto no parecía una buena noticia.

La pobre no pudo despedirse de ninguna, más que un adiós y una mirada triste mientras era arrastrada por el ruso sádico del lugar. Me acerqué a la chica que aún lloraba en el suelo sucio, Marla estaba junto a mi y me ayudo a sentarla y poder verla mejor; tenia un golpe en la ceja derecha y el labio partido en la superficie izquierda, pero si quitabas eso junto con las lágrimas, era una chica muy linda.

— ¿Cómo te llamas? — Le preguntó Marla mientras apartaba unos risos negros de su cara

— Nahomy...— Susurro muy bajo, pero pude escucharla por estar junto a ella, por su acento pude darme cuenta que era latina

— Lo siento mucho, Nahomy. — Dijo Marla y la chica pareció volver a reacción ante su nueva realidad

— ¡Yo no quería esto!

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora