Samara
No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde que me habían traído al prostíbulo, solo sabía que durante un corto periodo de tiempo, las chicas eran solicitadas para sus puestos de trabajo. No tenía muy en claro si era de día o de noche, si habían pasado días o semanas, y es que en Paradise no pasaba el tiempo para nosotras, las reas.
Solo sabía que el maltrato que sufrían todas aquí era tan grande como para dejarlas al borde de la muerte, como era el caso de la rubia que estaba tirada en el colchón frente a mí. Me habían dado la tarea de curar las heridas y mantenerla con vida, solo por eso no estaba obligada a salir a la pista y bailar, pero cuando ella estuviera bien de salud yo tendría que cubrir esa vacante.
Corrí unos mechones de cabello que tapan el rostro de la hermosa joven, ella estaba semi inconsciente gracias a los duro golpes que había recibido por todo el cuerpo de parte de los clientes más salvajes. Era una chica muy hermosa que rondaría a los veinticinco años, pero toda esa belleza se veía opacada por la hinchazón y cortes a lo largo de su rostro.
— No... — Susurró la chica mientras se despertaba de su letargo.
— No temas, soy Samara. — Le dije cuando abrió los ojos — Soy la nueva.
— Samara...— Dijo en susurro, parecía inconsciente y mareada, no focalizaba bien mi rostro
La ayudé a sentarse en el fino colchón, emitió un quejido por un gran dolor que sintió en las costillas cuando se puso firme. Su rostro estaba bajo y su respiración era pausada, ya había entrado en el mundo de la conciencia y parecía que ese era su problema.
— Debo curar tus heridas.
— No lo hagas, déjame morir.
— No puedo. — Le dije y ella por primera vez me miro con sus enormes ojos celestes inyectados en sangre — Porque con esas heridas no morirás, solo te provocan dolor.
— Tienes razón. — Dijo rendida — Adelante.
La estancia estaba en silencio, ella miraba un punto indefinido en el suelo donde estábamos y yo sacaba del precario botín lo poco que tenía para ayudar a arreglar los destrozos que tenía en ambos brazos y la parte superior del rostro. Mojé un algodón con un poco de alcohol y lo froté sobre su ceja maltrecha haciendo que ella se quejará.
— Soy Marla. — Habló ella cortando el silencio, su voz era áspera y baja por el desuso y la falta de agua
— Soy Samara. — Le repetí — ¿Cómo...?
Me detuve en el aire, en el momento en que le iba a preguntar como carajo había llegado hasta este lugar y a terminar en tan malas condiciones. Ella parecío entender mi pregunta y sin molestia alguna me respondió.
— Viajaba mucho. — Comenzó a relatar — Mis padres se habían mudado a Nueva York, pero mi hermano seguía en nuestro pueblo natal, así que era muy común que viajara.
— Te entiendo. — Dije y repetí el procedimiento con el alcohol en su brazo donde tenia la marca de un gran latigazo que me sorprendió — También me atraparon en un viaje.
— Al menos espero que hayas disfrutado de tus vacaciones. — Dijo e hizo el amago de una sonrisa
— Las disfruté.
Ella me sonrió un poco, era una mujer muy hermosa a pesar de los golpes y los agravio que había sufrido. Unos ruidos fuertes acompañados de un pesado llanto, llamó nuestra atención. Sabíamos que era, pero no pudimos hacer nada más que ignorarlo y seguir en la labor de curar las heridas abiertas.

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Jacharí
RomantikaNovela autorizada por la Asociación Nacional Madres Víctimas de la Trata Una mujer escapando de un destino ingrato y de costumbres antiguas, encuentra escape en un pueblo perdido, sin saber, que el mundo ilícito y oscuro del tráfico humano se está p...