36. El principio del fin

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Ilay 

Vacié la última botella de Vodka que había en el lugar y la arrojé al suelo, donde descansaban las demás. Esta era la décima, o quizás la decimoquinta botella, no lo recuerdo con claridad; pero para estas alturas no recordaba nada más que no sean los recurrentes pensamientos y recuerdos que me atacaban cada día desde hace dos meses. Esos mismos recuerdos que me llevaban a tratar de ahogarlos en alcohol y cocaína, pero de igual manera se revelaban en mi cabeza.

Cada noche era igual, veía el rostro de Samara reclamándome todas y cada una de las cosas que le había hecho durante su estancia en Las Vegas. Siempre era lo mismo, ella sentada en la misma cama en la que murió y yo arrodillado frente a ella, tratando de explicarle que las cosas acontecidas solo eran para unirnos más, que todo lo vivido era por nuestro amor; pero ella no entiende de razones y me dice que mi locura será mi castigo.

Cada noche la sueño, cada día la pienso; en parte ese era mi mayor castigo, verla y no poder tenerla para amarla. La vida de las personas que lideran el tráfico habitualmente suele ser gris y llena de frivolidades, en ninguna cabía la posibilidad de los sentimientos que te pudieran debilitar y/o ablandar para este tipo de trabajo. Todos los involucrados tenían esposas e hijos, pero ninguno amaba a sus familias, con sinceridad, dudaba mucho que mi padre en algún momento se sacrificaría por mi o por mi madre.

Pero conmigo había sido diferente.  Amaba a Samara como a nada en el mundo y desde hace dos meses, me sentía morir. Las cosas dentro de mi cabeza no estaban a mi favor, pero fuera eran mucho peor.

A la semana de la muerte de Samara, un grupo comando entró a Paradise bajo una lluvia de balas. Estaba bien organizados y se les notaba con precisión exacta, porque a lo primero que apuntaron fue a llevarse a todas las mujeres que estaban en la habitación grande. En ese momento fue todo muy rápido y no tuvimos tiempo para hacer nada, lo único que atine a hacer, fue tomar mi arma y en medio de la balacera, huir de todos los policías que venían pisando nuestros talones.

Recuerdo a mi padre gritar para que encienda la camioneta y que dejará atrás a Jones, sin pensar en nuestro socio que seria atrapado. Este negocio era así, somos nosotros y nada más.

Vi a mi padre atravesar la puerta de la destartalada cabaña en donde nos esconderíamos provisoriamente. Su andar pesado y rápido hasta mí, me indicó que estaba muy enojado, aunque con la borrachera que me cargaba no podía hacer nada más que verlo borroso.

Un fuerte golpe el mi mejilla y ojo derecho me quitó casi todos los efectos del alcohol, volví el rostro y vi la cara de mi padre en un perfecto gesto de ira que iba acompañado de un color rojo sangre en el puño alzado. Ese golpe me había partido la nariz y me devolvió a la sucia realidad.

-Deja las drogas, las botellas y ¡presta atención! – Me dijo lo ultimo en un grito que retumbo en la cabeza

- Estoy escuchando. 

Me tiró a las piernas un periódico doblado, lo abrí y en la primera plana se lo veía a Jones esposado y siendo arrastrado por tres oficiales uniformados, los mismos que llegaron al antro. 

“Desbaratan prostíbulo clandestino”, se leía en el título del periódico.

-¿Qué mierda es esto? – Le pregunté a mi padre alzando las hojas

-Lo que nos hubiese pasado si no lo dejábamos atrás a ese viejo. Jones va a hablar.
Era lo obvio, ese maldito pedófilo jamás me había dado buena espina por las innumerables traiciones que le conocíamos, y gracias a la figura del arrepentido, él podía hablar y reducir su pena. 

-No si lo eliminamos primero.

-Voy a contactar a alguien para el trabajo. – Le dije - ¿Alguna baja?

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora