11. La búsqueda de Bolt

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Bolt

Miré con asco como Ilay se limpiaba los rastros de polvo blanco de las fosas nasales. El cerro los ojos en un gesto de satisfacción y le ordenó a uno de los guardias del club, que le llevaran una de las muchachas a su habitación VIP.

— Sabes exactamente qué es lo que tienes que hacer. — Me dijo más cuando se volvió hacia mí.

Asentí y giré la vista al viejo para quien trabajaba. Jones era un viejo sádico y vicioso que tenía en su mano a más de medio país. Cuando comencé a trabajar para él, solo era el niño que limpiaba las habitaciones de su prostíbulo de alta jerarquía. Tiempo después, él me fue introduciendo en el mundo del crimen organizado. Me basto solo una amenaza con mis hermanas pequeñas, una buena cantidad de dinero que necesitaba y un arma para mi primer encuentro con la sangre.

Sabía muy bien lo que ocurría aquí, yo era igual o peor que los jefes por permitir que niñas tan jóvenes sean esclavas del sexo negro de unos cuantos cerdos; pero la protección de mis hermanas era mucho más importante. Que Dios me perdone algún día.

— Quiero informes diarios, hasta que yo mismo vaya. — Dijo Ilay mirándome fijamente y tuve que volver a asentir con asco a mí mismo.

— Estaré allí mañana mismo.

Jones me tendió un fajo enorme de billetes y con una señal de su cabeza, me indico que emprendiera el viaje. Me subí al gran coche que me habían designado, encendí ambos limpia parabrisas por que la lluvia constante me impedía ver la carretera cubierta de noche. Tomé mi celular y activando el altavoz, dejé sonar tres pitidos hasta que una voz conocida me respondió.

— Bolt... — Me respondió Melissa, era imposible no saber cuál de las dos contestaba, dado que sus personalidades eran totalmente diferentes.

— Voy a pasar por casa, tenme el bolso listo.

— ¿Ya te vas? — Escuché la decepción en su voz y cerré los ojos para contener una maldición.

— Si, muñeca. – Un suspiro del otro lado me dijo que aún estaba al teléfono — Sera por poco tiempo.

— Está bien, Bolt, le avisaré a Maia. — Dijo y colgó el teléfono.

Suspiré pensando en ellas, Melissa era más dura, pero Maia no sería tan fácil de convencer. Ellas eran gemelas, dos dulces personas de dieciséis años, de los cuales seis los vivieron como huérfanas. A la tierna edad de diez años, ambas tuvieron que afrontar la muerte de nuestros padres por un accidente automovilístico del que participo un borracho que no pagó, el hecho de haber destrozado a una familia entera.

Cuando esto sucedió, quedé a cargo de un tío que nunca nos volvió a ver. Su único deber era robar el dinero que el estado daba para los tres huérfanos menores de edad, pero nunca nos dio u centavo o si quiera, consultado si necesitábamos algo. A medida que pasaban los días después del velorio de mis padres, las alacenas se iban vaciando y necesitábamos comida. Recuerdo que dejé a las gemelas con una vecina que tenía una hija de mi edad, fui en busca de un empleo, pero al tener solo quince años, las ofertas eran muy acotadas.

Hasta que llegue a Jones.

Me habían dicho de un "bar" que necesitaba a alguien al frente de la limpieza, allí fui con todas las esperanzas de que me dieran el empleo. Cuando tuve al viejo frente a mí, me envió enseguida a la calle; recuerdo cada palabra que le dije para retener ese trabajo, le rogué y supliqué, pero el maldito solo quería tenerme fuera.

Hasta que prendió mi ira. No era mu intimidante con solo quince años, pero lo único que dije para que me diera el maldito trabajo, era que no me iría sin un empleo para mantener a mis hermanas, si n me lo daba me obligaría a robarle todo lo de la lujosa oficina y lo mataría por reconocer mi rostro. El viejo rio y de inmediato me contrato, alegando de que ese fuego me serviría más adelante.

No me di cuenta en el momento, pero él ya estaba tramando un futuro lleno de sangre y odio para mí. Después de unos meses, me ofreció una cantidad de dinero casi enloquecedora para que le vendiera a las gemelas al prostíbulo; tras mi negativa, me amenazó.

— Tienes que pagarme el dinero que no ganaré de ellas. — Dijo Jones en su escritorio cuando tenía solo dieciséis años — Serás mi perro fiel, de lo contrario ellas estarán en mis habitaciones facturando con su culo.

Así fue como empecé a meterme en sus negocios sucios. Venta de drogas y armas, tráfico de mujeres y bebés, juego ilícito, prostitución ilegal, entre otras cosas...

Aparqué fuera de mi casa y corrí hasta la entrada donde ya me esperaba Julia, la hija de mi vecina, amiga y fiel cuidadora de las gemelas. Entré junto con ella a la sala donde estaban mis hermanas sentadas en el sofá, mirando alguna serie de adolescentes en la televisión.

— Llegue.

Con esa sola palabra, ambas corrieron a mi encuentro y formaron un abrazo enorme en torno a mi cuerpo, al que correspondí con mucho amor. Ellas eran lo único que tenía y a su vez, yo era lo único que también les quedaba.

— ¿Tiene que irte? — Pregunto Maia al borde del llanto, acaricié su espesa cabellera rojiza naranja y asentí con la cabeza.

— Es por mi trabajo, lo necesitamos. — Suspiré y miré en dirección a Julia — Se quedarán con ella y harán todo como si yo estuviera aquí.

— Si, sargento. — Dijo Melissa dando vuelta los ojos y bufando por el orden que pido en mi ausencia.

— Nada de muchachos. — Ambas me miraron mal.

Fui a buscar las ultimas cosas para mi viaje. Me colgué el bolso al hombro y ambas fueron hasta la puerta a despedirme. Tanto Maia como Melissa largaban pequeñas lagrimas que limpiaban para que no la viera, con abrazos y besos me despidieron en la puerta para dejarme solo con Julia.

— ¿Cuánto tardaras esta vez? — Preguntó ella cruzada de brazos en el umbral de mi puerta.

Le tendí el fajo de dinero que me dio Jones y ella se asombró muy poco por la cantidad exorbitante de dinero, después de todo, ella sabía muy bien cual era mi trabajo.

— Espero que poco tiempo, quizás solo unas semanas.

Ella asintió y guardo el dinero. La abracé y susurré unas gracias que me salió del corazón por siempre cuidar de mí y mis hermanas. Cuando me separé de Julia vi que también se le escapaban algunas lágrimas, que me encargué de limpiar con los pulgares.

— Vuelve, por favor. — Me dijo y asentí después de darle un beso en la frente.

Corrí hasta el auto para evitar mojarme con la lluvia, arranque y vi la figura de Julia en la puerta de mi casa para cuidar de mis hermanas en mi ausencia. Conduje por la carretera que me llevaría hasta mi destino en Tusayan, pensando en la gente que deje dentro de mi casa, las amaba a las tres, a Julia también.

Esa rubia de ojos color tormenta me habían enamorado desde los quince cuando dejaba a mis hermanas en su casa junto a su madre. Pero no podía exponerla a esta vida, a la vida de un criminal.

Apreté el volante con furia, no podía tener a la mujer que amo por la mierda de vida que llevaba. La conocí gracias a la entrevista de trabajo que tenía hacia años, y por ese mismo trabajo debía alejarla de mí.

Lo que el destino te da, el destino te lo quita.

Acelere para llegar cuanto antes a ese pueblo y entregar cuanto antes a esa mujer para volver con mi familia. Debía encontrar a esa tal Samara y entregarla a las garras del desgraciado de Ilay, para que arruine su vida.

Pero haría cualquier cosa con tal de que a mis hermanas no les suceda lo que a Samara.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora