28. Por tu boca es castigada tu espalda.

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Samara

— Entiendo. — Le dije a la doctora — Agradecería si guarda silencio.

Ella me miro de mala manera, estaba tomándome muchas libertades quizás, debía entender que era una esclava más y que mi situación actual no era la mejor. La mujer había venido a la habitación donde me alojaba para decirme lo que ya me esperaba, estaba embarazada.

Vi como ella se retiró junto con Mikhail y volví a sentarme en mi colchón, hasta que se hiciera el horario justo para volver a la mugrienta pista donde bailaba. Suspiré mientras me debatía entre acariciar mi vientre plano o no, esta no era la mejor circunstancia para enterarme de la llegada de un bebé, y sabía perfectamente que esto podía llevarme a mi propia muerte.

Ilay era un ser despiadado, no sabía como reaccionaria ante la noticia del embarazo de su favorita. Estaba completamente loco, era una persona por demás cínica y el poder junto con el dinero lo habían enceguecido al punto de no importarle las vidas ajenas a su entorno.

Buscaba en mi memoria al Ilay jovencito que se reunía con los demás en las celebraciones que se hacían en el campamento, por lo general, en los festejos que se hacían para Santa Sara todas las familias se reunían para compartir la sabiduría de los más viejos. Las mujeres se agrupaban por un lado mientras que los hombres podían andar por todo el campamento con total libertad, los únicos privilegiados en esas fechas eran los niños que podían jugar libremente.

Recuerdo a Ilay, con su cabello y ojos negros, pero con su rostro dulce y aniñado. Recuerdo que era amiguito de Dylan y para ese entonces, con solo diez años ellos podían tener una amistad pura y con risas que estaba muy alejada de estos tiempos. No recordaba cuál había sido el momento en que el gitano más agraciado de su pueblo se había convertido en una serpiente aún más grande que la de Voldokir*. Su familia era de las más acaudaladas y por lo tanto tenían el respeto de la gran mayoría del campamento; era de público conocimiento que el padre y cabeza de la familia, era altamente violento cuando bebía en exceso y eso era muy a menudo.

Pero un padre alcohólico y una madre sumisa no pueden dar como resultado a un traficante de mujeres, a lo mejor en su familia había más secretos de los que quería o podía saber.

Mi mente comenzó a trabajar con rapidez cuando me di cuenta de que Mikhail había entrado a la habitación y se acercaba rápidamente hasta mí. De un solo tirón me levanto de mi lugar y me volteo con brusquedad para caminar rápidamente hasta la salida.

— ¿Qué pasa, animal? — Le pregunté molesta por su agresividad, los movimientos bruscos hacían que mis nauseas volvieran y se me hacía muy difícil controlarlas

— El jefe esta tan enojado contigo que pidió verte con mucha urgencia.

Eso me había helado. No podía ser cierto, él no podía saber acerca de este bebé, la doctora había prometido no decir nada...

Que ilusa era, el creer que una persona dentro de este lugar podía ayudarme al punto de no delatar un secreto de muerte.

Fuimos por un pasillo totalmente diferente al que siempre pasábamos, este no tenía las habituales habitaciones sucias, sino que parecía más refinado y limpio. Mikhail planto frente a una puerta de metal y golpeó dos veces, dentro una voz masculina le dio la aprobación para abrir y fue el momento donde me soltó ambas manos para dejarme entrar.

— Está borracho y drogado, suerte. — Susurro el hombre, no sé porque me informaba de eso, pero al menos ya sabía a qué abstenerme

Atravesé la puerta y sabía que debía cerrarla detrás de mí, esa era la norma en este lugar. Frente a mis ojos se exponía lo que bien podía ser un pequeño departamento entero, me recordó al hotel donde me había llevado Damián en nuestra primera vez, aunque esto de romántico no tenía nada. Una enorme cama a la derecha y un escritorio gigante a la izquierda, poca luz y colores rojizos era todo lo que podía distinguir, eso y al enorme hombre que estaba apoyado en el escritorio.

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora