29. Reino de tormentas

7.4K 925 89
                                    


Ilay

Veía el cuerpo desnudo de Samara temblar, estaba solo cubierta por la fina tela de la sabana y se veía tan pequeña en esa enorme cama, que me atacaron unas enormes ganas de abrazarla. Ella estaba inmóvil, sabía que estaba despierta por sus ojos abiertos, aunque dudaba mucho que estuviera consciente de su alrededor.

Abroché el cinturón y tomé la camisa roja sangre para terminar de vestirme, nunca dejé de mirarla en toda mi acción y me parecía alguien sorprendente, aún en las condiciones en que la había dejado.

Había abusado de Samara, y no me arrepiento para nada. La sensación de placer y satisfacción que me dio cuando estuve dentro de ella no la podía pagar con nada, yo sabía que no era un loco, pero el sentimiento de recompensa era todo lo que me embriagó en el momento que asalté su cuerpo.

Samara era perfección, la Negra Sara no se había equivocado cuando la puso en mi camino. Su cuerpo era perfecto en cada rincón y recoveco, aunque su inmovilidad de muerto me ponía de muy mal humor.

Los recuerdos volvían a mí y no podía dejar de sonreír. Una violación era mala, pero no era la primera vez que disfrutaba los placeres de la violencia, solo esperaba que la próxima vez la gitana en mi cama se entregará por razón propia.

Eso pasaría muy pronto, porque, aunque ella lo negara en el fondo yo sabía que había amor hacia mí. Samara no podía no quererme, soy el hombre que sus padres eligieron para casarse, el hombre que San Jorge formó para ella. Tenía dinero, poder y respeto en las grandes familias gitanas; podía darle todo a Samara si solo decía las dos palabras que quería escuchar.

Me acerqué a ella y la sentí tensarse cuando me senté a su lado en la cama, con delicadez corrí unos mechones de cabello castaño que cubrían su fino rostro.

— Me gustaba más el rojo. — Dije mientras jugaba con ese mechón de pelo teñido con cuidado — Pero supongo que lo necesitabas para escapar.

No obtuve respuestas de su parte, su rostro estaba inmutable y su mirada perdida en un punto fijo en la puerta que daba salida de mi cuarto, se veía perdida y frágil pero aún así no se daba el lujo de llorar.

Sonreí alegre. Samara era una mujer fuerte, justo lo que buscaba. Mi mujer debía ser alguien que estuviera a la altura de las circunstancias, no cualquiera podía ser la esposa del comerciante más importante del campamento.

— Enviaré a alguien para que te ponga en orden. — Le dije, pero ella no dijo nada

Salí de la habitación, no sin antes mirar por última vez a la diosa golpeada que estaba acostada en mi cama.

Caminé con tranquilidad por los pasillos de Paradise hasta llegar a la tan habitual zona Vip que se ubicaba en el segundo piso. Me senté en el costoso sillón de cuero y le ordené a una de las camareras que me sirviera la mejor bebida que tuviera.

El dolor de cabeza causado por el whisky y la cocaína aún era latente en mi cerebro, pero esto era algo digno de celebrar. Jones estaba sentado a mi izquierda con una joven asiática sentada en su regazo, por los gestos de incomodidad de la chica me di cuenta que el viejo la estaba obligando, algo que era tan común aquí que no me importo una mierda la petición de ayuda silenciosa que me dio.

— Envíen a la nueva a mi habitación con todo lo que necesite Samara. — Le dije a uno de los hombres de seguridad

— ¿Te divertiste? — Dijo el viejo relamiéndose los labios, pase por alto ese gesto asqueroso, este idiota es necesario para mi y por lo tanto debo aguantarle todo

— Quiero a tu lameculos fuera de Paradise. — Dije ignorando su anterior comentario

— ¿Bolt? — Preguntó Jones mientras tocaba sin pudor a la asiática — Es muy eficiente en su trabajo, ¿Por qué debería despedirlo?

JacharíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora