Prólogo

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Volví a escribir el nombre Scott en lapicero negro.

El profesor de Álgebra daba su clase casi sin percatarse de que al menos un 50 por ciento de los alumnos que estábamos en el salón, incluyéndome, no le prestábamos ni la más mínima atención. Y digo «casi», porque el viejo sabe que menos de la mitad del curso está enfocado en lo que él se empeña en explicar. Al parecer al nuevo Einstein no le importaba que aquí decidiéramos aprender o no.

Sin embargo ésta materia, aunque no se notara, era una de mis favoritas. Resolver hechos casi inexplicables e ilógicos, para algunos, era algo que me llenaba de satisfacción. Me sorprendía bastante cómo una letra podía convertirse en un número haciendo nada más que cálculos matemáticos.

Centré nuevamente mi vista en el cuaderno entre mis manos. Aquellas cinco letras que componían el nombre Scott, se repetían al menos unas diez veces por renglón. Unas diez o más. Hasta podría deducir que gran parte de la tinta de mi lapicero nuevo se había plasmado en la hoja a rayas. Y es que no quise, ni tuve, la intención de escribir aquello como una maníaca, pero no tuve opción dado que nada en este momento me distrae.

Y cuando estoy en blanco, mi mente decide viajar a lugares que me llevan a la depresión:

A él, por ejemplo.

Mayormente es Fanny la que logra distraerme con sus variados y particulares chismes para evitar que éstas cosas sucedan y que mi mente no decida divagar por aquellos recónditos lugares. O Luce, leyéndome aquellas raras y evidentes encuestas que siempre tiene en las miles de revistas que compra, o enseñándome la nueva moda que hay en París. Incluso Magda podría llegar a distraerme aunque siempre esté con un bloc de hojas lisas en mano y varios lápices de colores, metida de lleno en el arte sin siquiera percatarse de lo que sucede a su alrededor. Pero dado que no me encuentro con ninguna de ellas en este momento, debo atenerme a las consecuencias.

Así que, como estoy en completa soledad en este instante, aquella parte de mi cerebro llamada «hipocampo» que siempre me traiciona, decide que es momento de rememorar esos momentos que me propuse olvidar alguna vez.

Pero claro está que voy fallando.

El primer recuerdo que me llega, es aquel inolvidable día en que conocí a Scott.

Era inevitable que mi mente borre aquel recuerdo que tantas veces me esforcé en recordar y rememorar como si de una fecha de cumpleaños o compromiso se tratara. Y es que así lo sentía yo, como algo que era digno de tener presente. Pero no ahora, no cuando Scott ya no era parte de mis días, de mi vida. Sumándole aquello el hecho de que nos conocimos de una manera un tanto particular.

Nuestro primer encuentro fue un 4 de Julio, un día cualquiera, un mes cualquiera. Pero nos conocimos de una manera tan singular que no termino de borrar el recuerdo de mi sistema. Fue un encuentro en una cafetería bastante conocida; una que debo ver todos los días, algo que no ayuda en lo absoluto en mi rehabilitación del olvido.

Mi café se derramó de lleno en su camisa blanca, y aunque el chico de cabello rubio se tragó las groserías que quería decirme por aquello, yo no me abstuve y le dije un par de cosas que tenía atragantadas aquel día donde estaba de un pésimo humor para su mala suerte. Sin embargo, y dejando de lado todo lo que prácticamente escupí al desconocido y el hecho de que su camisa llevaba una enorme mancha nueva, él me invitó a un café para que yo le contara mis problemas.

El pretexto que Scott usó aquel día fue que yo me veía como «alguien que necesitaba desahogarse», sumándole a aquello que, según él, contarle tus problemas a una persona desconocida totalmente ayuda muchísimo, porque sabes que no la volverás a ver.

Pero después de aquel día mi cabeza quedó perdida por aquellos profundos ojos castaños que me impactaron la segunda vez que nos encontramos en el mismo lugar, casi con la intención de que aquello sucediera. Y así pasaron los días, nosotros no nos impusimos los días ni las horas, ambos, sin palabras, llevamos a cabo cada encuentro. La última mesa que había en la estancia era donde nos situábamos cada jueves a las 6 de la tarde. Había días en que yo llegaba retrasada o él lo hacía, pero jamás, en aquellos 8 meses, ninguno de los dos faltó a una cita de café.

O al menos así fue, hasta aquel infernal 9 de Febrero donde Scott jamás llegó a nuestra cita.

Ydonde no supe más de él.    

Su nombre es FredDonde viven las historias. Descúbrelo ahora