019|Bailemos

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Capítulo 19.

Bailemos.

Expresión Oral es una de mis materias favoritas, y claramente esta no sería la excepción, incluso si el profesor Patrick es un tanto gruñón y exigente en las muchas cosas que pide, pero cualquier profesor es así, ¿no?

El viejo calvo camina por toda la sala con las manos juntas detrás de su espalda y con su típico porte de rector. Su nariz respingona es lo que más podrá llamar la atención de quien se lo cruce, sin embargo no tiene la típica barriga que sobre sale de su cuerpo, más si lleva esas gafas de marco grueso y negro que se posan con desinterés sobre la punta de su tabique, casi al borde. A veces siento que se le caerán y me dan esas ganas de levantarlos con un dedo, pero claramente me abstengo de hacer eso y no ser el payaso de la clase.

—Y así, todo lo que podemos ver a nuestro alrededor es nulo —concluye tras una breve explicación de las cosas que nos rodean. Hoy pareció más una clase de psicología que de Expresión Oral—. Gracias por la atención, fin de la hora.

Sin mediar palabras, todos tomamos nuestras cosas y algunos que otros alumnos salen casi disparados hacia afuera, mientras que otros, como Nate y yo, salimos con lentitud y cansados. A veces estar sentado tanto tiempo no ayuda en lo absoluto. Quizás debería comenzar a cuestionarme sobre mi estado físico, pero ahora no hay tiempo para eso, hay nachos con queso que me esperan en casa.

—Hoy fue una charla interesante —comenta el castaño a mi lado a la vez que salimos en fila del salón—. Mira, todo eso es nulo. —bromea con diversión señalando todo lo que hay a nuestro alrededor, y me río.

—Definitivamente tú sí que eres nulo —añado señalando su barriga plana y él se mira sin entender—, ¿cómo haces para comer sin engordar? Definitivamente te envidio.

Él suelta una carcajada estruendosa y se palmea la barriga, se sube un poco la camiseta y deja ver los perfectos abdominales que la decoran. Algunas chicas se vuelven para observarlo con curiosidad y algunas otras cotillean entre ellas con las típicas sonrisas de chicas enamoradas. Sí, Nate Anderson es lindo chico y muchas aquí lo saben.

—¿Cuántas horas haces de gimnasio? —inquiero horrorizada de lo duro que se ven sus cuadraditos.

Nate sonríe con suficiencia y deja caer la tela que nuevamente cubre su cuerpo bien trabajado.

—Al menos tres horas por día —se encoje de hombros y luego los deja caer despreocupadamente—. Más una dieta sana.

Abro mis ojos con total incredulidad. A mí las dietas no me sirven, ¿cómo es eso posible?

—¡Pero si ni siquiera te he visto comer algo sano! —reclamo con indignación—. Comes todo el día y todo lleno de grasa. ¡Te envidio Nathaniel Anderson!

Los dos reímos y bajamos las gradas que nos llevan al medio del campus. Como siempre, él se desvía por un camino después de saludarme y yo me voy por el contrario.

Debo ir al consejo estudiantil para ver si Fred me da otro de esos tontos pero dificultosos trabajos. Además, tengo que comenzar con la misión número dos.

Camino con rapidez por los pasillos hasta llegar al salón que ahora tiene sobre la puerta una insignia que dice «consejo estudiantil», al parecer cada vez van teniendo más repercusión en la universidad.

Golpeo la madera con suavidad porque siempre me duelen los nudillos al hacerlo, y como en muy pocas ocasiones suele pasar, la puerta se abre al instante.

—¡Milana Robin! —exclama Fred parado ahora frente a mí, con una sonrisa que denota felicidad.

—¡Fred Badhouten! —respondo casi con la misma efusividad. Casi.

Su nombre es FredDonde viven las historias. Descúbrelo ahora