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Ió Keith se levantó muy pronto aquella mañana. Su prima Cloe dormía profundamente en la cama de al lado y la envidió por no tener ni la mitad de problemas que ella tenía. Por supuesto ni se imaginaba donde andaba metida Cloe.

Cogió de su armario el uniforme y la túnica de Ravenclaw y se metió en el baño. Se desvistió y se bañó con el agua muy caliente. Estornudó al salir, aquel maldito resfriado no se había ido aún. Se vistió y se miró en el espejo, sus enormes ojos azules reflejaban aquella tristeza en la que estaba sumida. ¿Cómo había podido acusarla Remus de ser una Sangre Pura? Metió una mano en la túnica y sacó la última nota recibida.

'Es tu ultima oportunidad. Sabes donde encontrarnos. Únete a nosotros o el Consejero Robert Keith pagará por lo que hizo.'

Atentamente, Los Sangre Pura.

Ió, enfadada, estrujó la nota entre sus manos hasta romperla. Sacó su varita y con un golpe de ella sobre su cabello y una simple palabra, se lo secó y quedó peinado liso, como siempre. Recogió el baño y guardó su pijama bajo la almohada en la habitación. Cogió sus libros de aquella mañana, los que había dejado preparados la noche anterior sobre su escritorio y salió de la habitación. Necesitaba desayunar sola aquella mañana, tenía que pensar cómo acabar con aquella situación. Había sido un maldito mes en el que cada día recibía una amenaza. No lo había dicho a nadie y tampoco pensaba hacerlo. Atravesó su Sala Común y salió a las escaleras de la torre.

Robert Keith, Consejero del Ministerio de Magia y padre de Ió Keith trabajaba con el Ministro de Magia. Su padre, que confiaba plenamente en ella, le había contado la nueva situación en la que se encontraba el Mundo Mágico. Y él mismo se encargó de evitar que el padre de Lucius Malfoy, persona de grandes influencias, introdujera en el Ministerio a un joven llamado Tom Riddlel. Desde aquel día las amenazas de aquel grupo llamado Sangre Pura no habían cesado.

Ió bajó las escaleras y frenó de golpe al ver a aquel muchacho de cabellos castaño claro y de mirada ambarina, que la esperaba apoyado en la pared a pesar de ser tan temprano.

El prefecto de Gryffindor levantó la cabeza, se quedó tan parado como ella. Había ido tan temprano para tener tiempo de calmarse, de pensar bien sus palabras, pero parecía que el destino no había querido que fuera así. Sus ojos ambarinos se encontraron con los de Ió.

Uno frente al otro. Ninguno de los dos sabía que hacer o que decir.

'Ió.' - Remus dio unos pasos al frente. - 'Quiero pedirte perdón por lo de ayer.'

'Remus, no se a que vino todo aquello, pero tengo que solucionar un par de cosas.' - Soltó Ió. No quería más quebraderos de cabeza. - 'Me he levantado pronto para solucionar esas cosas y lo siento, pero no quiero escucharte.'

Ió giró la cara y se cruzó con él, pues las escaleras para bajar estaban a su espalda. No quiso mirarlo a la cara cuando sus túnicas se rozaron y creía que el chico la iba a dejar en paz, cuando una mano la agarró del brazo.

'Deja que te lo explique.' - Le suplicó. - 'Por favor.'

'Lupin, te he dicho que no tengo tiempo.' - Le repitió sin mirarlo. - 'Y aunque lo tuviera no se si te lo daría.'

'Lo que estas haciendo no es propio de ti.' - Remus la giró hacía él. - 'Tú no eres así ni cuando te enfadas.'

'Tampoco es propio de ti hablar sin saber.' - Ió levantó la vista del suelo y lo miró a la cara. - 'Y es lo que hiciste ayer.' - Remus desvió la mirada. - 'Esa acusación fue un golpe muy duro para mí. Ni te imaginas cuanto me dolió.' - Se hizo el silencio.

Ió seguía pegada al pecho de Remus. El brazo de él aún la retenía.

'No eres la única que tiene problemas con los Sangre Pura.'

Un quizás de James y Lily PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora