Capitulo 17

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«Parece que siempre encuentran formas de joderme», había dicho Daniel, antes de irse a su cuarto y cerrar la puerta bruscamente.

—Siento los problemas que mi hijo les causó. No sé porqué se está comportando así—dijo María; habían descubierto cinco minutos atrás que ése era su nombre.

La mujer les ofreció tomar algo, y ellos aceptaron. Anna dijo que la ayudaría a preparar las bebidas porque no se sentía cómoda sin hacer nada, y menos en una casa ajena. Todos se sentaron. Al hacerlo, Balthazar apretó los dientes y, al sentarse completamente, ahogó un gemido de dolor. Lucifer lo atrajo hacia él sin borrar su sonrisa divertida.


La casa de campo contaba con una sala de estar un poco grande y con decoración moderna. En el centro tenía una mesita de estar y al frente un sofá esquinero que para todos lucía de lo más cómodo. Había algo parecido a una mesita de noche al lado del mismo con una lámpara. Había dos bancos pequeños con almohadones y, no muy lejos, una chimenea.

Detrás, estaba la cocina. La decoración era igual de moderna, como el refrigerador, que brillaba más que la luz—exagerado un poco por los chicos—y luego, el resto de las cosas, parecían los más «comunes», como dijo María. Lo que más les llamó la atención fue ver que, al lado, estaban unas literas que tenían unas cortinas para la privacidad. Según la mujer, eso era cuando los amigos de Daniel iban con ellos en las vacaciones.

Kali se levantó y dijo que iría al baño. Subió las escaleras y la perdieron cuando se fue por el pasillo. Durante la nueva estadía, Dean no podía dejar de mirar cada cinco minutos a su hermano. Seguía preocupado por él. En ningún momento había soltado la mano de Gabriel, pero al menos ya no tenía esa mirada impactada que tuvo antes. Estaba más tranquilo, así que Dean también lo iba a estar. No podía negar que seguía con unas ganas inhumanas de partirle la boca a Daniel, pero haber visto su cara cuando su madre aceptó que se quedaran, había sido suficiente satisfacción para él. Le quedaba no cruzárselo cuando volvieran a la ciudad o le iba a ir muy mal. Los chicos le habían hablado del error que cometieron al pensar que él había tirado a Sam por la colina, cosa que, al igual que Dean, sabían que era completamente ilógico. Era más fácil hacerles creer que Gabriel era depresivo.

Anna y María llevaron el té helado y se sentaron con los demás. La mujer quería hablar más con los jóvenes. Sin embargo, el primero en romper el silencio fue Dean.

—Su hijo es alguien... un poco brusco—dijo, tratando de ser sutil delante de ella.

—Bueno, lo heredó de su padre—respondió María—. Es decir, su padre no es violento, pero siempre tiene una forma de resolver las cosas a su manera.

— ¿Su esposo también tiene arranques violentos?—preguntó Castiel, que estaba sentado junto a Dean.

—No son justamente arranques, pero pueden ponerlo así para entenderlo mejor. Y esto puede sonar raro, pero sus «arranques» son mucho menos violentos que los de Daniel—contestó, tomando un sorbo del té helado—. Mi hijo suele ponerse así cuando es molestado muy seguido. No lo estoy justificando, es sólo para que estén al corriente.

Balthazar y Lucifer intercambiaron una mirada que resaltaba lo obvio. Parecía que la mujer no era consciente de que su hijo era quien se metía con las personas y no al revés. El mayor de los dos dejó su vaso en la mesita y crujió sus nudillos, sin soltar nada de lo que no debía delante de María.

— ¿Su hijo le cuenta cosas del instituto?—le preguntó Anna.

—A veces. Me habla de las cosas que pasan con un grupo, pero no me dio nombres—respondió—. Creo que lo último más loco que hicieron fue ir vestidos de otra forma para quién sabe qué. A él no le quedó claro.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora