Sentado en el suelo de la sala, con la espalda pegada al sofá, sus piernas estiradas y con un paquete de papas fritas en ellas, Lucifer miraba fijamente la televisión apagada mientras iba comiendo las papas una por una, sin saborearlas realmente, era más bien por la poca ansiedad que sentía. Si pensaba salir, debía comer algo que al menos le sacara un poco el hambre.
Por momentos, pensaba y se decía que jamás en toda su vida se había sentido tan débil como en eso momento. Su mente y cuerpo no eran otra cosa más que una larga lista de mucho dolor. La cabeza no dejaba de atormentarlo, como cuando alguien hace algo malo sin intención y el recuerdo no sale de su mente hasta que lo cuenta. Tenía un sabor ácido en la boca, parecido al que uno tiene cuando muerde un limón como si fuera una manzana por un reto estúpido, el molesto zumbido en sus oídos que parecía entrar por uno y salir por el otro sin parar, los lentos golpes del corazón contra su pecho. Además, aún le dolía una parte del cuerpo por la caída que había tenido. Los médicos tomaron su presión y dijeron que estaba normal. Agregaron que lo que pudo ocasionarle un colapso nervioso podía ser algo psicológico, y no físico, pero eso tenía que comprobarlo un psiquiatra. Lucifer no estaba bien, y él lo sabía, pero aun así, no iba a solicitar otro turno con un psiquiatra para que terminaran medicándolo, porque seguramente iban a hacerlo. Ya tenía bastante con las pastillas para dormir.
Si no estuviera con tantos problemas familiares, lo habría considerado. Pero en ese momento, sólo tenía ganas de pegarle a algo. Él tenía una idea de lo que podía ser, puesto que un año atrás había ido, y la mujer le dijo que si seguía recargándose de trabajo, iba a tener un colapso nervioso. Pensó que las razones podían ser estrés y agotamiento. No estaba seguro, él no sabía nada de la carrera.
Siguió comiendo las papas una por una, negándose a levantarse y sentarse en el sofá como una persona normal. No sentía mucha fuerza en los brazos como para sujetarse de algo y ponerse de pie. Por un momento, se dijo que las cosas que pensaba casi no tenían sentido, así como tampoco lo tenía engullir comida porque sí, para luego terminar vomitando. Ya ni siquiera sabía qué pensar de sí mismo, de su familia, de su grupo de amigos. Para él, no existía nada más en ese momento. Sólo él y su paquete de papas fritas.
Si pudiera alejarme por un momento de los problemas, no creo poder encontrar una razón para mantenerme de pie, pensó, intentando buscar otra forma de ver las cosas.
Se llevó otra papa a la boca y las masticó de una forma más lenta que las otras. Le estaba comenzando a doler la mandíbula.
Reducía todo al hecho de haber vuelto a ver a su hermano después de dos años de no haberse visto ni una vez. Apenas hablaba con su padre por teléfono en algunas ocasiones, pero con su hermano no cruzaba palabra. Tampoco lo hacía antes, cuando los visitaba. Las pocas veces que él fue a la casa de Chuck, su padre, Michael no salía de su habitación por no encontrarse con él. Y no lo hacía hasta que Lucifer se iba. Las primeras veces lo toleró completamente, ya que tampoco tenía ganas de verlo, y no iba a ser él quien le pediría hablar cinco minutos sin pelear. Si Michael tenía algo que decirle, debía hacerlo en su cara. Su padre había tratado de hacer que ellos hablaran algunas veces, cosa que conseguía, pero siempre terminaban peleando por cosas que pasaron cuando Lucifer vivía con ellos. Hubo veces en las que incluso los vecinos fueron a ver qué pasaba debido a que los gritos de ambos jóvenes se escuchaban hasta la otra calle.
Algo dentro de él le hablaba mucho y le hacía perder la cabeza más rápido: ¿De verdad fue sólo por las discusiones que tú lo odias? Sabes que no. Hay algo más.
Lanzó el paquete de papas a través de la sala. Terminó chocando contra la puerta que daba a su cuarto y luego cayó al suelo. Lucifer miró hacia allá, se pasó el dorso de la mano por los labios y luego echó la cabeza hacia atrás. Eran casi las cinco y media. Hacía una hora y media que estaba en esa posición. Se había ido antes del trabajo y no había hecho otra cosa desde entonces. Por momentos, sentía que podía comenzar a entender a su padre sobre el hecho de trabajar mucho.
Lucifer era consciente del hecho de que él jamás se había puesto a pensar en lo mucho que su padre trabajaba, y que había sido eso lo que lo había unido tanto a Michael cuando ambos eran pequeños. Y realmente, comenzaba a extrañar demasiado esos tiempos, pero para él, ya no había forma alguna de recuperarlos. Era algo pesimista con algunas cosas que involucraban a su familia. Había veces en las que extrañaba a su tía Amara. Ella siempre había usado bien las palabras cuando las cosas se descontrolaban un poco con Chuck, él y su hermano. Y, para agregar, los tres sabían perfectamente que Lucifer salía con Balthazar, pero a diferencia de Amelie y Damien, ellos no tenían problema alguno. Amara jamás le había reclamado nada a sus sobrinos, y ella era la única persona-a parte de Gabriel-que conocía bien toda la historia.
Ya no sabía qué más pensar.
- ¿Lucifer?-lo llamó una voz preocupada al otro lado de la puerta-. Soy Balthazar. ¿Puedes abrir?
Con las piernas un poco débiles, Lucifer se puso de pie y se dirigió a la puerta. Al abrir, lo primero que vio fue la expresión preocupada de su novio. Supo entonces que Gabriel debió haberle contado. Se hizo a un lado, en una invitación muda para que el menor entrara.
-No creo que haga falta decir que lo sé-comenzó Balthazar.
-Fue Gabe, ¿verdad?-preguntó. Balthazar asintió.
-Lu, dime que esto no pasó por haber visto a tu hermano.
-Si te digo, te miento-respondió, cerrando los ojos un momento.
Balthazar no pudo evitar suspirar suavemente. Entendía perfectamente que lo que Lucifer estaba pasando podía ser muy duro.
-Dos años, Balthy. Hace dos años que no lo veo, y cuando lo hago...-apretó con fuerza los dientes y se pasó casi con brusquedad una mano por la cara.
-Cálmate un poco-pidió Balthazar, sujetando el rostro del mayor entre sus manos. Lucifer puso las suyas sobre las de él.
-No trabajaré esta semana. Los médicos dijeron que debía tomarme un descanso para no tener una recaída-contó para que no se preocupara más de lo ya estaba.
-Al menos podrás descansar-comentó Balthazar.
Ambos fueron a la habitación de Lucifer. El segundo fue al baño y Balthazar se quedó sentado en la cama. Miró hacia todos lados, hasta que vio algo que llamó su atención. Debajo de la almohada se veía una punta de papel. Levantó el objeto y vio que era una foto. Por la poca luz, no la podía ver muy bien. Únicamente podía ver que, delante de unos adultos, estaban dos jóvenes. Sin lugar a dudas eran Michael y Lucifer. En esa foto debían tener unos doce y dieciséis años. Michael tenía un brazo alrededor de los hombros de su hermano, y éste alrededor de su cintura. Cuando quiso tomarla para verla mejor, escuchó que la puerta del baño se abría, por lo que volvió a poner la almohada sobre la foto.
Sin mediar palabra alguna, ambos se acostaron. Balthazar dándole la espalda a Lucifer, y éste con su brazo alrededor de la cintura del menor. No hablaron de nada. No sabían bien que decirse ese momento, por lo que prefirieron guardar silencio y sentirse bien únicamente con la cercanía del otro. Balthazar no iba a dormirse, puesto que debía irse temprano para no tener problemas luego. Eso lo sabía Lucifer.
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Quédate conmigo
FanfictionBalthazar Roché, un joven de diecisiete años que tiene una vida bastante difícil. Sus padres, dos personas bastante conservadoras, discuten mucho y no se llevan muy bien con su hijo. ¿A qué se debe? A que él es gay. Lucifer Shurley, de dieciocho año...