Eran apenas las cuatro de la tarde. En la habitación matrimonial, ambos se daban la espalda, sin mediar palabra alguna.
Tendido de costado, mirando la pared, Damien podía escuchar la respiración lenta y tranquila de su esposa. A pesar de que habían pasado dos semanas, todavía sentía en su boca aquel sabor amargo que le había quedado después de que Amelie le dijera que Balthazar había sido atropellado. Habían llamado de su trabajo hacía una hora para preguntarle cómo estaban él y su esposa, pero únicamente dijo que los verían en el trabajo mañana. No estaba bien para hablar con sus compañeros. Y menos de su hijo, a quien había tratado horrible antes de que pasara lo que pasó. Amelie no le había hablado desde entonces, porque nunca tenía nada para decirle, y viceversa.
En la cabeza latían las palabras ardientes que le había gritado al adolescente antes de que él decidiera irse a la casa de Lucifer. Estaban como grabadas, podía escucharlas una y otra vez de una forma muy fuerte. Intentó desesperadamente pensar en Amelie, que-a pesar de todos los problemas que tenían-confiaba en él, mientras que justamente él era bastante indiferente hacia ella, despreocupado de cómo podía estar en el trabajo, mientras que él siempre estaba tranquilo y sin muchos problemas. Pensó que, si su jefe no fuera un hombre tan compresivo, ellos ya habrían perdido su empleo por haber faltado tanto, aun si tenían una justificación. Y si lo perdían, ¿qué iba a pasarles? ¿Cómo se las arreglarían luego para volver a Francia si debían hacerlo? Hacía más de diez años que se habían mudado a los Estados Unidos, ya tenían su vida. Volver no podía llegar a ser ni una opción para ellos. Aunque se dijo que prefería pensar que Balthazar rechazaría la opción de aceptar una buena universidad antes que eso.
- ¿En qué piensas tanto?-escuchó la voz cansada de Amelie, mientras que él no había despegado la mirada de la pared.
-En nada importante-respondió, cerrando los ojos-. No podemos irnos. Tú lo sabes.
-A la larga, no depende de nosotros-fue todo lo que dijo Amelie-. Si Balthazar tiene una oportunidad, será decisión de él aceptarla o no. Elija lo que elija, no me opondré a nada.
-No sabría qué decirte ahora mismo-contestó Damien, girando un poco la cabeza para toparse con la espalda de la mujer-. Veo que para ti es más fácil decirlo. Incluso eras menos dura con él que yo.
-Tus padres te impusieron las cosas de una forma más firme que los míos-comenzó Amelie-. Mi madre solía decirme que si nuestro hijo terminaba siendo gay, sería mi decisión verlo de un modo u otro. Pero no era por eso. Desde un momento, fue Lucifer quien no me convencía, porque notaba que era alguien con muchos problemas detrás. Cuando solo eran amigos y Balthazar me dijo que tenía dos trabajos, supe que algo debió haber pasado para que trabajara en dos sitios diferentes, pero nunca le pregunté.
-Lo entiendo. Supongo que es como tú dices, mis padres desde siempre me habían dicho lo que estaba bien y lo que estaba mal, tal como yo lo hacía con Balthazar. Al menos él no es fácil de influenciar.
-Con grupo de amigos como el suyo, sería imposible no tener una mente tan abierta-murmuró Amelie.
Damien creyó que caería en una profunda tristeza por las palabras de su esposa y no pudo volver a responderle. Su corazón latía con fuerza. Sentía que era la primera vez en mucho tiempo que podía mantener una conversación con ella sin terminar en una discusión. Sabía perfectamente que era justamente algo que Balthazar quería; verlos a ellos hablar sin terminar en una pelea, sin escuchar sus fuertes gritos enfadados, encerrado en su cuarto mientras todo eso pasaba. Aquello era por lo que estaba tan desestabilizado a veces. Él y Amelie eran conscientes de eso, pero muchas veces era casi inevitable terminar en una pelea, porque nunca podían ponerse de acuerdo en nada.
Amelie no era la excepción con sus pensamientos. También de espaldas a su marido, ella escuchaba los bajos ronquidos de Damien, las respiraciones largas y pausadas. ¿Qué estará pensando ahora mismo?, se preguntó. Seguramente en Balthazar, al igual que ella, donde los tres podían tener un momento de paz, sin peleas, sin indiferencia, y donde sin lugar a dudas, sólo estaban los tres. Ni los amigos ni novio de su hijo eran mencionados en ningún momento dado, como ellos en algún momento desearon, pero nunca mencionaron. Peor aún: lo demostraban de una forma muy cruda. ¿O tal vez pensaba en su trabajo y en su familia de Francia, donde seguramente no aceptarían a su hijo? No podía estar seguro de cuál pensamiento era más fuerte y... más doloroso. Suspiró. No se sentía bien como preguntarse esas cosas.
Amelie estaba demasiado preocupada por su hijo, sintiendo el antiguo aguijonazo de culpa por haberle dado la espalda en innumerables ocasiones, siempre manteniéndose firme y hasta fría con las situaciones por las que pasaba Balthazar, como si por algún motivo sus proezas no fueran suficientes para satisfacer sus expectativas con las cosas. No le gustaba para nada lo que ellos le habían hecho a su único hijo, porque aunque era capaces de echarle la culpa a Lucifer, sabían que ellos tenían la culpa.
Lo que más le pesaba a su ser era el hecho de que jamás habían intentado hablar con Balthazar sobre por qué no «podían» aceptar verlo salir con un chico, ya que el rubio no sabía nada sobre lo que sus abuelos le habían enseñado a sus padres cuando ellos eran más jóvenes. Siempre repetían lo mismo cuando ellos estaban por salir a algún lado, como pensando que ellos eran capaces de olvidarlo si no lo hacían. Si no salían y se quedaban en casa, luego de esas charlas sobre lo que estaba bien y mal, un silencio abrumador quedaba en el aire, mientras ellos dos no entendían ese comportamiento de sus padres y/o suegros. Pero en ese tiempo eran adolescentes, y eso había empezado desde que eran niños, así que era relativamente normal que se dejaran influenciar por las palabras de sus progenitores. Además, en la escuela nunca les habían hablado sobre las relaciones homosexuales. Y si lo hacían, era algo muy leve, algo a lo que le restaban mucha importancia. Amelie había empezado a preocuparse también por cómo Balthazar podía reaccionar al verlos en el hospital. Estaba convencida de que no iba a perdonar a Damien por haberle hablado así, ni a ella por haber actuado como si nunca estuviese pasando nada. Había veces en las que deseaba que su esposo se quedara sin voz, que guardara silencio por unos días, como cuando su hijo lo hacía a la hora de aguantarse sus regaños por las poquísimas malas notas que llevaba a la casa. Para ella, habría sido un poco agradable verlo tratar de reclamarle algo y no poder por la falta de voz. Pero esas cosas habían desaparecido con el paso del tiempo, cosa por la que ella no se preocupó ni nada por el estilo. Sin embargo, Amelie sentía que los enojos de Damien con Balthazar eran más frecuentes a los que tenía con ella, aunque la única diferencia presente era que ella sí le respondía muy enfadada también.
Tenso como muchas veces lo estaba, Damien se levantó y corrió a atender el teléfono cuando éste comenzó a sonar de golpe. Amelie fue tras él para escuchar. Escuchó que levantaba el teléfono y que hablaba con voz apagada. Sólo vio que esperaba recibir una respuesta.
- ¿Señor Roché? Lo llamó del hospital donde su hijo está internado-habló una mujer.
Damien cambió la expresión y miró a Amelie.
- ¿Cómo está él?-preguntó, esperanzado.
-Ha despertado. Está fuera de peligro.
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Quédate conmigo
FanficBalthazar Roché, un joven de diecisiete años que tiene una vida bastante difícil. Sus padres, dos personas bastante conservadoras, discuten mucho y no se llevan muy bien con su hijo. ¿A qué se debe? A que él es gay. Lucifer Shurley, de dieciocho año...