Capitulo 22

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Cualquiera mentiría si dijera que la semana de Lucifer había sido normal. Durante todos esos días, no había salido casi nada de su departamento. Era visitado frecuentemente por el grupo, pero rara vez aceptaba salir con ellos a algún lugar. El día después de haber estado en su casa, Balthazar le había pedido que por favor se consiguiera un turno con un psiquiatra para evitar que su estado se pusiera peor. Lo habría rechazado de no saber que de verdad lo necesitaba. Aceptó, pero dejó claro que únicamente tendría una sesión. Llamó ese mismo día para solicitar un turno.

En aquel momento, mientras únicamente escuchaba el ruido del reloj en su pared, Lucifer dejó que todos sus pensamientos se enfocaran en su querido novio, que el día anterior se había quedado con él hasta las ocho y media, sin importarle lo que sus padres podían terminar por decirle por llegar tarde. Sólo esperaba que no supieran que se había ido a ver a Lucifer y no a Anna. Si lo descubrían... Prefería no pensar en eso.

En la noche llamó a Balthazar y le habló sobre las cosas que iba a tener que hacer, dependiendo de lo que el psiquiatra le dijera. Tener que hablar con su padre era una de las cosas que él siempre habría preferido evitar, pero sabía que, a pesar de ser mayor de edad, el psiquiatra, dependiendo de su estado, iba a necesitar el número de un familiar responsable. Si le llegaba a pedir eso, iba a tener que hablar con su padre para que estuviera al tanto de la situación.

Decidió que era hora de hablar una vez más con su padre sobre la situación actual por la que pasaban los tres. Y, sobre todo, pedir una explicación sobre Michael. Pensaba en eso y en el hecho de que el sábado tenía que ir a ver al psiquiatra. No podía decir que estaba emocionado, pero era a costa de hacer que Balthazar y los demás dejaran de preocuparse un poco por él. Con esa idea en mente se sintió un poco más tranquilo. Tenía la sensación de haberse convertido, sin haberlo pedido, en la oveja negra de su familia. Y eso... nunca lo había hecho sentirse mejor, porque para él, era como una señal de que no estaba haciendo las cosas para ser diferente, sino que ellos lo miraban como si lo fuera. Su padre lo hacía por haber decidido irse de casa y Michael... por todas sus diferencias.

Inquieto, se giró repetidas veces en la cama, tratando de encontrar una posición que no le causara dolores en la espalda o su pecho si se ponía bocabajo. Las cosas podrían mejorar un poco, pensaba, nunca fueron tan malas como hace tres años, así que dudo que puedan empeorar. Esas cosas pasaban por su cabeza a mil por hora. Al principio le había sido difícil aceptarlo, él sólo pensaban en alejarse de todo. A veces estaba enojado con todo el mundo en su momento, cosa que se reprochaba más tarde. Lo que hacía para descargar su ira sin gritarle a nadie era golpear un saco de boxeo que había encontrado en la calle. Estaba en perfectas condiciones, sólo que tenía un poco de polvo. A lo mejor simplemente se habían cansado de usarlo y por eso lo habían tirado. Lo había atado al techo con una soga un poco más larga y, siempre que tenía que descargar toda su furia, lo golpeaba con fuerza muchas veces, mientras pensaba en todo lo que le causaba ese enojo. Terminaba sudando y con los nudillos rojos, pero se terminaba sintiendo mejor por poder quitarse ese peso. Aunque una vez llegó a pegarle con tanta fuerza que cortó la soga—que era muy resistente—y el saco salió despedido contra una pared. Era una de las cosas que los Novak también sabían.

El sábado casi le había llegado de golpe, considerando que el resto de días había estado casi las veinticuatro horas acostado, sin tener ganas de nada. Tenía turno a las cuatro y media. Apenas era la una, por lo que tuvo tiempo de ducharse, de comer algo y repasar un poco para el examen del lunes y el martes. Él se sentía tranquilo sobre eso. Pensaba ir a la universidad, pero tampoco se iba a matar por tener las mejores notas por una beca. Además, prefería mil veces una pública que una privada.

Las horas se le pasaron de golpe. Ya eran las cuatro. Sabía que el lugar al que debía ir no estaba lejos, por lo que podía llegar en veinte minutos. Se guardó algunas cosas en la mochila y salió de su departamento. Pensar que estaba haciendo eso por un favor a su novio hacía que no se diera la vuelta para volver. Aunque las ganas de irse no le faltaban, respiró hondo y entró en el lugar. Cualquiera diría que estaba siendo exagerado, pero él no estaba a gusto ahí, como le puede pasar a todas personas. Quien lo atendió fue un hombre.

— ¿Lucifer Shurley?—preguntó el psiquiatra. No hace falta decir que estaba bastante sorprendido por el nombre del chico.

—Sí.

—Buenas tardes. Soy el doctor Connor Wells—se presente, tendiéndole la mano. Lucifer la aceptó y ambos entraron a una especie de oficina. No era muy diferente de lo que veía en las películas.

Wells se sentó detrás de su escritorio e hizo un gesto con la mano para que Lucifer se sentara. Cuando lo hizo, pasaron un minuto en silencio, mientras el psiquiatra terminaba de anotar unas cosas. Cuando finalizó con eso, puso toda su atención en el adolescente. Comenzó por preguntarle si su cita era por haber sufrido un colapso nervioso—para poder confírmalo—, a lo que Lucifer respondió que sí. Después le preguntó si había estado pasando por algún periodo de estrés y si había pasado algo con algunas personas cercanas a él. Lucifer comenzó a contarle que había estado trabajando más de lo que debía, que había tenido muchos problemas con su familia los últimos meses, los problemas con un chico del instituto y que no dejaba de preocuparse por la situación de su pareja. Para colmo, esas semanas en el instituto no habían sido las mejores para él, puesto que no había podido dormir bien y casi no había comido como se debe. Concluyó con lo que había pasado con su hermano el día de la reunión en el instituto. Además del hecho de que las cosas estuvieron tensas, Lucifer decidió no omitir lo que le había dicho a Michael antes de que se fuera.

—Muy bien. ¿Y por qué le dijiste eso?—preguntó el psiquiatra.

—Estaba enojado por las cosas que pasaron. Un año después de irme, las cosas se complicaron más de lo que se arreglaron—respondió.

El hombre le preguntó si podía darle detalles, pero Lucifer no se encontraba estable como para hacerlo. Si hablaba, se enojaría; estando así, era capaz lanzar un objeto pesado por la ventana. La sesión avanzó bastante. Connor dijo que el colapso nervioso fue a causa del agotamiento y un nivel elevado de estrés. Y dijo que, si lo deseaba, podía hacer el intento de llamar a su padre y hablar tranquilamente con él. También podía decirle que estaba teniendo una cita con el psiquiatra.

—No creo que estar listo para hablar con él. No lo he hecho en bastante tiempo—dijo.

—Tienes que hacer el intento. Si no te sacas ese peso de encima, nunca podrás estar tranquilo—respondió el psiquiatra, sin ser brusco.

Lucifer tragó con cierta dificultad y asintió. Connor dijo que podía usar el teléfono. Marcó el número y esperó. No fue mucho.

— ¿Hola?—la persona que atendió no fue precisamente su padre.

Al escuchar la voz de su hermano, Lucifer se tensó y miró a Connor. Él le hizo asintió con la cabeza, diciéndole así, que podía hacerlo.

— ¿Hola?—insistió Michael.

—Michael... soy Lucifer. Quiero hablar con papá—dijo, con la voz un poco contraída.

—Está ocupado—respondió con tono seco.

—Sólo son cinco minutos—espetó Lucifer, comenzando a enfadarse.

— ¿Quién es?—escuchó la voz de su padre al otro lado.

—Quiero hablar con él—repitió Lucifer.

—Es para ti—dijo Michael, dejándole el teléfono a su padre.

— ¿Diga?

Lucifer se quedó en blanco unos segundos antes de hablar.

—Papá, soy Lucifer. Ha pasado un tiempo desde que hablamos—fue lo que dijo, sonriendo ligeramente.

Del otro lado, Chuck no pudo evitar sonreír al escuchar la voz de su hijo.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora