Parte II

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Sus labios se juntaron casi sin que se diese cuenta y bebió de ellos necesitado. Pronto, sintió sus dedos enredándose en su cabello para profundizar el contacto y no pudo evitar imitar el gesto. Lo deseaba, estar con Mello, pertenecerle por completo.

Su espalda tocó de pronto la superficie del sillón y sus piernas se abrieron por instinto para dejarle a Mihael un espacio en donde ubicarse. El calor que desprendía su cuerpo lo embriagaba y provocaba en él, arduos deseos por tocarle. Sus manos bajaron por su pecho, sin embargo, fueron apresadas y colocadas por encima de su cabeza. No podía moverse y tampoco importaba. Mello podía hacer lo que quisiera con su cuerpo. Sintió sus labios calientes y húmedos bajando por su cuello, haciéndole estremecer, sus manos acariciaron sus costados hasta llegar a su cintura y regresar por el camino que previamente habían trazado trayendo con ellas oleadas de calor y placer.

Near comenzó a desprender su propia camisa, necesitado de que los besos de Mello comenzaran a cubrirlo por completo, sin embargo, el rubio se incorporó a medias en el sillón y lo miró unos instantes en silencio antes de sonreír.

Se lo veía tan hermoso, con sus cabellos dorados despeinados cayendo como un velo sobre su rostro enrojecido. El solo verle, provocó que su sexo palpitara bajo la ropa de manera impaciente y que su corazón latiera desenfrenado. Mello lo tomó entre sus brazos y lo levantó ubicándolo sobre su hombro derecho como si fuese una bolsa de cemento. Estuvo a punto de protestar, cuando sintió una de sus manos ejercer presión sobre su trasero, cerca de la base de su pene, cosa que causó que gimiera sin poder evitarlo.

Mello caminó hacia su habitación y lo tiró en la cama, sin mayores ceremonias, antes de quitarse la remera y regresar a su lugar entre sus piernas. Las manos de Near recorrieron, entonces, su suave pecho; estaba caliente y bajo sus dedos, pudo sentir los latidos frenéticos de su corazón. Los labios, ahora se reclamaban ansiosos, las lenguas se acariciaban buscando dominar a la otra y los dientes mordían la piel a disposición.

Las manos de Mello descendieron presurosas y tomaron la cintura del pantalón para deshacerse de él y de la ropa interior, en un ademan un tanto brusco. Luego de ello, volvió a incorporarse para observar a Near desnudo en su totalidad. El albino se sintió demasiado expuesto ante esa mirada hambrienta, los ojos azules mostraban una fiera determinación, parecían hundirle en ellos, consumirle por completo en el fuego que manaba de su interior, sin embargo, no tuvo miedo, lo deseaba así... que Mello tomara todo de él.

Sus labios calientes, parecían quemarle como lava allí donde tocaban. Su cuerpo reaccionaba ante sus caricias, ofreciéndose. Nunca antes hubiese imaginado que era tan receptivo al contacto. Los besos de Mello trazaban caminos cada vez más abajo, más cerca de su miembro que esperaba ansioso sentir ese placer que se le había negado por años. Y de pronto, su mente quedó en blanco, sus pulmones aspiraron hondamente el aire y aun así, parecieron faltos de él. El aliento se retuvo en su garganta como un grito que pugnaba por salir, el calor, el cosquilleo, la desesperación lo embargo, el anhelo vehemente por sentir más, por hundirse en esa boca prodigiosa, porque esa lengua habilidosa siguiese envolviéndole. Se derretía y su cuerpo entero se entregaba a ello, a esa vorágine, a ese goce extremo que lo abarcaba todo.

El gemido salió de sus labios y sus manos ansiosas buscaron asir sus cabellos, obligarle a darle más, pero, nuevamente fueron apartadas, aprisionadas contra el colchón. Llegó, entonces, el turno de sus caderas, que incontrolables buscaban más profundidad, más contacto con aquella humedad y aquel calor delicioso que Mello estaba ofreciéndole.

Los labios de Mihael, pronto reclamaron los suyos y le hicieron estremecer. El sentir su propio sabor en él, le hizo tomar consciencia de que le pertenecía, Mello era suyo. Una sensación de profunda posesividad le embargo entonces y se aferró a él con fuerza, con la intención de no dejarle escapar. Sintió sus dedos enredándose en su cabello, su boca buscando desesperada fundirse con la suya, su cadera moviéndose en círculos pequeños causando punzadas de placer, y lo supo, también le pertenecía.

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