Capítulo Uno

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Voy a hacerlo bien, esta vez.

Él no tenía idea de que ese día su vida daría un giro de ciento ochenta grados y, en lugar de pensar en esa remota posibilidad, despertó temprano por la mañana y se preparó para asistir a sus clases universitarias

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Él no tenía idea de que ese día su vida daría un giro de ciento ochenta grados y, en lugar de pensar en esa remota posibilidad, despertó temprano por la mañana y se preparó para asistir a sus clases universitarias. Sasuke Uchiha, de veintiún años de edad, se miró en el espejo después de lavarse el rostro, tan solo para descubrir la cara a la que estaba acostumbrado. Repasó en un instante sus tareas e hizo una lista mental mientras se cepillaba los dientes: tenía que vestirse, preparar el desayuno, comerlo, tomar su maletín y partir a la universidad. Todo debía hacerlo pronto, pues era muy puntual. Así, cuando salió al pasillo que daba a las dos habitaciones, se encontró a su compañero de piso. La diferencia entre él y Naruto estuvo clara ahora que estaban con sus puertas abiertas, uno frente al otro. El pelinegro estaba vestido, listo para seguir con su rutina. Mientras tanto, el rubio seguía en calzoncillos y su camisa para dormir, bostezando tan amplio como la mandíbula le permitía y con el cabello totalmente desaliñado. Ambos emitieron un par de sonidos, más bien parecidos a ligeros gruñidos o quejas monosilábicas, en una conversación que tan solo ellos entendieron entre sí. Algo como "iré a hacer el desayuno", "prepara café", "ya lo sé", "ahora voy", "apresúrate", aunque uno habría escuchado unos muy claros "Mnh", "Unh", "Hn", "Nhaaaa", "Hmn!".

Naruto Uzumaki era el compañero y mejor amigo de Sasuke Uchiha. Los dos estaban en la facultad de derecho por motivos distintos. Sasuke estaba decidido a ser un abogado penal, mientras que Naruto perseguía el sueño de ser fiscal. Ambos eran populares también por razones totalmente distintas, pues Sasuke había atraído la atención por su tremendo "genio"—después de su atractivo físico— y Naruto por pasar milagrosamente sus materias, a pesar de haber gritado que sería el mejor fiscal de la ciudad en el inicio de clases, tres años atrás. Cabía notar que el aspecto más sorprende fue que, el año anterior, Naruto se había hecho de una novia, quien resultaba ser nada más y nada menos que Hinata Hyuga, una alumna de finanzas de su misma generación, hija mayor de la tan grande e imponente familia Hyuga, heredera indiscutible del mando de la familia, mejor conocida como la princesa Hyuga, aunque ella no estaba interesada en esas cosas. Por supuesto, lo impresionante del asunto en cuestión era que Sasuke Uchiha no hubiese tenido ninguna chica en esos tres años, tanto de forma oficial como por rumores. Él resultaba ser el imposible más grande de la universidad, una leyenda que rompía con las barreras existentes entre las facultades. Uno no necesitaba asistir a esa escuela para saber de él, pues era así de notable, pero tampoco al propio Sasuke parecía importarle mucho.

—¿Qué hiciste? —preguntó Naruto, mientras se presentaba ahora un poco decente, con jeans y camiseta con un estampado de un personaje de un anime popular.

—Huevos y tostadas —contestó el pelinegro, mientras servía café en un par de tazas, para ambos.

—Gracias por la comida ~

Quizá, más que cualquiera de las cosas anteriores, lo que resultaba inesperadamente sorprendente era el hecho de que dos personas tan distintas fueran amigos tan cercanos. Se había discutido durante mucho tiempo por quienes les vieron andar juntos desde el primer día, y resultaba que ellos eran amigos de antaño que no se habían separado en todos sus niveles escolares. Eran opuestos perfectos que habían concordado con la escuela de leyes por pura casualidad y, por encima de todo, eran grandes rivales que competían en todos los aspectos de su vida, aunque Naruto nunca fue diestro en los estudios. Estaban en las mismas actividades extracurriculares que tendían a ser deportivas, donde demostraban el grandioso trabajo de equipo que podrían hacer juntos, pero apenas tenían un momento libre dejaban en duda ese aspecto suyo, pues alguna competencia salía a relucir. Todo el mundo sabía que ellos habían venido a Tokio juntos, que tenían un departamento compartido y que sus peleas—constantes— no eran un impedimento para su amistad. Claro, que lo supieran no significaba que lo entendieran. Probablemente ni siquiera ellos mismos lo hacían.

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