Capítulo Diecisiete

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—Gracias por traerme —Sakura bajó por la puerta trasera del auto del pelinegro—. Hasta luego, Karin, Sasuke.

Con su bolso al hombro, cerró la puerta y caminó tranquilamente hacia su edificio. Era temprano, por la tarde. A esas horas, los vecinos de Sakura iban y venían en un constante flujo, tratara de familias, adultos o jóvenes, como ella. Había departamentos muy grandes, por eso era normal ver a niños de vez en cuando, como era un día como ese a aquél horario. Para alguien como ella—madre, a final de cuentas— resultaba muy placentero ver a niños llenos de energía andando de la mano de alguno de sus padres, que hablaban a todo pulmón para asegurarse de ser oídos, se colgaban de su progenitor, daban saltos o iban jugando. A su edad, era el tipo de vecina que los demás reconocían por su agradable actitud, colmada de sonrisas y amabilidad para quienes le rodeaban. Los niños le hacían alguna cara para llamar la atención de la muchacha bonita que se encontraban a veces, así como los más grandes le respondían el saludo cada vez que escuchaban su voz decir "buenos días", "buenas tardes", "buenas noches". Era una joven modelo, con cuentas pagadas al día, que no organizaba fiestas ni convivios escandalosos. Por supuesto que ellos estaban maravillados.

De esa forma, ella tomó el teléfono mientras caminaba hacia el ascensor, que bajaba apenas de su último viaje y, sin deseos de usar las escaleras, se tomó la libertad de llamar para solicitar un servicio de comida a domicilio. Era una empresa de comida italiana, que le enviaría pasta acompañada por una orden de media docena de cannoli, sin olvidar medio litro de un café especializado que ellos ofrecían. Les pidió que lo enviaran dentro de una hora y, cuando justo colgó el teléfono, el ascensor se abrió. Un grupo de tres personas subió junto con ella, y no evitó saludarlos con una enorme sonrisa, subiendo. No demoró en escuchar un nuevo tintineo cuando las puertas se abrieron, por lo que se despidió agitando la mano con gracia y comenzó a caminar en busca de su puerta. No demoró en encontrarla, abrir, y entrar, cerrando detrás de sí. Se sacó los zapatos sin demora, colgó su bolso en un perchero, llevando consigo su teléfono. No se molestó por buscar sus zapatos para interior y, cómoda por la soledad, se quitó el suéter que llevaba, quedando con solo su sostén blanco cubriendo su pecho. Se deslizó, entonces, hacia la sala, volviéndose más pequeña a cada momento, hasta que pudo tirarse frente a un sofá, con su trasero sobre el suelo y su espalda contra el mismo, una pierna estirada y la otra flexionada. Las cortinas no dejaban que el sol entrara por los ventanales y, en lugar de eso, la luz apenas se colaba en algunas aperturas. Sakura suspiró, entonces.

"No nos sirve para nada."

Su mano izquierda sostuvo el suéter contra su pecho, apresándolo poco a poco. Sentía el calor que este emanaba solo en esa zona, y cerraba los ojos, mientras dejaba su mano derecha intacta. Se había asegurado de no tocar nada con esa mano, porque deseaba tenerla así, inmaculada, temblorosa, aunque no era porque hiciera frío. Había una sensación gélida en su pecho, la cual estaba intentando contrarrestar con el suéter vuelto un bulto contra su ser. Pero era en vano, no lo lograba. A causa de ello abrió sus ojos, para verse la palma, y tomar el valor que le hacía falta para acercarla a su rostro. No se tocó la cara, sino que detuvo la mano a la distancia necesaria para olisquear el aroma que se le había impregnado, aunque con la idea romántica de que él era el tipo de hombre que se ponía la loción en las manos y luego se palpaba el cuello, dejando en estas ese perfume. A su parecer, él no necesitaba perfumarse, pero demostraba atención a su propia persona, así como atención a quienes estarían a su alrededor. Con ese aroma, un cosquilleo se le originó en el estómago, como una sensación burbujeante, resultado de un bullir.

"... en este mundo no vales nada..."

Tuvo que encogerse hacia el frente, cerrando sus ojos, para redirigir su mano derecha hasta su pecho, donde al fin pudo sentir un poco de calor, el cual muy pronto se fue esparciendo por su cuerpo, obligándole a suspirar en paz. Ese tacto disipaba la sensación de frialdad en su ser, le ayudaba a sentir calor, pero solo era el asomo del mínimo toque que ella había proferido sobre la mano de Sasuke Uchiha. Era el gesto más infantil que había cometido, como si oliera su camisa y se abrazara a la misma, tan solo porque lo extrañaba, pero era más complicado aún. Nadie comprendería lo que ella experimentaba, lo embelesada que estaba por haberlo tocado de esa forma, lo mucho que deseó su apoyo pero que no se permitió recibirlo. Lo extrañaba, era verdad, aunque se atreviera a negarlo. Sakura jamás podría discutir que él era su legítimo esposo, que era el hombre al que siempre había amado, y que por nada en el mundo iba a dejar de hacerlo. Simplemente, ella era muy buena disimulando.

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